Pintura
Hopper
11 marzo 2023
Prometí en mi anterior artículo hablar de un pintor más sereno que Oskar Kokoschka y no se me ocurre otro mejor que Edward Hopper, nacido cuatro años antes que el austriaco, en 1882, pero en la otra parte del mundo, en un pueblecito cerca de Nueva York.
Pocas personas no han visto la reproducción de un cuadro suyo y la mayoría de la gente sabe identificar una obra de este pintor. Perdonad que sea un tanto elitista, pero creo que su obra se ha difundido tanto que se ha banalizado. Como ejemplo esta obra “Automat”. ¿Quién no la conoce?
Pero no nos adelantemos, hablemos un poco de su vida, bastante menos difundida que su obra.
Como decíamos nacido a las orillas del rio Hudson se dedicó principalmente a la ilustración hasta que en 1906 viaja por primera vez a Europa. Aquí conoce y trata con los principales movimientos y autores de la época, fauvismo, cubismo, abstracción… pero se siente más atraído por el ya declinante impresionismo, en especial por Manet y sobre todo por los interiores de Degas.
Tras varios nuevos viajes a Europa en 1910 retorna a Nueva York, de donde no se movería en el resto de su vida.
Con cuarenta y un años Edward, un tipo serio, callado, muy reservado, de principios marcadamente conservadores y llamativamente alto, 1,98m., se reencuentra con una antigua compañera de estudios, Josephine Nivison, su antagónica: muy bajita, tremendamente locuaz, muy sociable y profundamente liberal.
Se casan al año siguiente y es el año del despegue artístico de Hopper. La causa, Josephine, Jo, presenta en una exposición organizada por el Museo Brooklyn una serie de acuarelas de su esposo, obteniendo un gran éxito.
Pero detengamos aquí su biografía, vayamos a una de sus obras de 1932 “Habitación en Nueva York”.
El propio Hopper cuenta que le gustaba pasear al anochecer por Nueva York, no la deshumanizada ciudad de los rascacielos sino las zonas de casas de ladrillo estilo victoriano de escasos pisos y escaleras al exterior, observando las ventanas por las que salía la luz de su interior, proyectando instantes, un simple retazo, de historias que están transcurriendo en el silencio de sus paredes, porque siempre hay silencio.
Eso es lo que pintaba, nunca una historia, esa la tenemos que añadir nosotros al contemplar el cuadro, solo un instante que no alcanzamos a adivinar si es el principio o el final de algo, pero logrando hacernos cómplices de su “voyerismo”.
En el caso de “Habitación en Nueva York” provoca esa sensación de estar penetrando furtivamente al recuadrar la imagen con la columna de la fachada y el alfeizar de la ventana, el exterior de la vivienda, dejando así al espectador fuera de la escena.
No sabemos qué ha sucedido o está a punto de suceder, pero hay una gran incomunicación entre el hombre, centrado en la lectura de su periódico, en una postura más tensa que relajada y la mujer tan en el borde de la imagen que casi corta su figura distraída, o quizás, por el contrario, pensando en lo que se dispone a decir, apoyada en el piano y haciendo sonar inadvertidamente una nota con su dedo índice.
Hopper nunca define los rasgos de sus personajes, los deja ambiguos, al contrario de lo que hacía en los dibujos preparatorios que eran meticulosamente trazados, pero esa ambigüedad junto con un minucioso estudio de las luces, a lo que dedicaba muchas horas y bocetos, es lo que remata ese sentimiento de “suspensión en el tiempo“ y de melancolía que producen sus cuadros.
No todo fueron interiores en la obra de Hopper su cuadro “Casa junto a la vía del tren” resulta familiar en la memoria cultural ¿O no?
Efectivamente es la casa de la película Psicosis.
Cuando Alfred Hitchcock vio esta obra mandó construir una casa igual en California para rodar su inquietante película.
Ciertamente la imagen supura inquietud y desasosiego. Cuando Hopper pintó esta obra, poco antes de la gran depresión, la gente había abandonado el campo para mudarse a las grandes ciudades, como consecuencia de ello multitud de mansiones quedaron deshabitadas a la espera de un segundo dueño que nunca llegó. La industria, la vía del tren, se comió su entorno y su esencia.
Se conservan los diarios que Josephine escribió a lo largo de sus casi 44 años de matrimonio, donde está recogido hasta el más pequeño detalle de como su esposo componía los cuadros, así como sus continuas peleas y como Edward se negaba a que ella siguiese pintando, llegando a ridiculizar sus obras o quemarlas. Pero no sigamos por ahí o destruiremos otro mito y me quedan tan pocos…
Edward Hopper, Ed, murió en 1967 y su esposa Josephine, Jo, falleció diez meses más tarde estando enterrados juntos en el Cementerio del Roble de Nueva York.
Ignoro si seguirán discutiendo acaloradamente.