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Nací en un pueblo de Granada, pero me llevaron durante mis cinco primeros años al campo, a una casita perdida entre lomas y cereal. No recuerdo, solamente imagino, o quizás sí que recuerda el alma, aquel paisaje, aquel silencio deslumbraba mi mirada con una dulzura un tanto áspera. Creo que fue una infancia extraña y también solitaria. Quien sabe si sería eso o no lo que me llevaría a escribir versos muy pronto, y a su vez, esto sí que lo recuerdo, los versos, la pasión de la escritura, me llevó durante mi juventud a licenciarme en Filología Hispánica, pero terminé dedicándome a otros menesteres en la vida, y también terminé dejando de escribir versos.

El caso es que de pronto yo vivía en Madrid, y en la capital, sin lomas ni cereal ni soledad, casi sin el silencio que mi alma echaba de menos, viví sin embargo el tiempo más hermoso. Así nos va llevando la vida, de contradicción en contradicción.

Pero ocurrió que me crucé por Leganés con un grupo de escritores de dudoso prestigio, Patrañas se hacían llamar. Ellos me conectaron de nuevo con la escritura, ya cuarentón. De pronto, la escritura empezó a tener de nuevo algo que ver con la vida, y recuperé en las palabras el viejo sabor de la mirada, y su extraña dulzura, y su memoria, su silencio herido. Escribir es un asunto muy solitario. Pero luego nos leíamos los versos de la soledad entre cervezas los viernes; y salíamos al metro a recitar de vez en cuando poemas de amor; y hasta pusimos en la puerta del sol una jaula desde donde gritábamos la poesía y los sueños a los transeúntes. Este es mi currículum: unas cuantas cervezas, recitales en el metro, poemas de amor y memoria herida en los bares, y una jaula, y un silencio muy lejano.

Patrañas me publicó mi primer poemario. Luego han seguido tres más por mi cuenta. Lana de voz y La oración de Narciso siguen por ahí pidiendo el cálido acomodo de unas manos abiertas, de una voz un poco estremecida que los pronuncie, que los susurre. En realidad la voz es el asunto central del poema. La voz es un río que hace falta dejar correr entre las manos, porque conduce al silencio, te lleva a veces a un lugar que se esconde, que se escurre, a un lugar que no es un lugar.

El caso es que ya no puedo abandonar la escritura. Se parece demasiado a una manera de vivir. Creo que es como una buena amistad. Una amistad a la que no le exiges nada, ni siquiera prestigio, ni ella te exige nada, ni siquiera acierto. Pero sienta bien esa compañía, la del asombro, al menos algunas tardes, o alguna mañana, o alguna que otra madrugada áspera. Algunas cosas muestro, algunas comparto, y como digo algo he publicado. Pero eso no tiene mucha importancia. Escribir es en realidad un asunto de escucha, de atención, de atender al silencio. Algo brota de ahí, y algo luego se escurre de entre los dedos. Como en las lomas aquellas. Como el trigo se escurre entre los dedos, como el cereal de la infancia.

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«Y los colores mismos nacen para hacernos la luz asequible» dijo María Zambrano en «Claros del bosque». Pero está ahora la madrugada encogida bajo todo el herido fragor del mundo. Se trata en estas horas próximas al cansancio del alba de un dolor lejano, fácil aún para uno mismo. Y se trata también de un […]

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