Pintura

Una amistad rota

29 noviembre 2021

Degas y Manet se conocieron en 1862 cuando el primero estaba, en el Louvre, haciendo una copia de un cuadro de Velázquez. Manet quedó impresionado del resultado y en la conversación ambos descubrieron su común veneración por el gran pintor del barroco. A partir de ese momento surge una amistad que durará veinte años. Es cierto que con frecuencia se criticaban mutuamente, vamos como cualquier amigo que se precie, pero tenían en común numerosas ideas y no solo sobre pintura.

Ambos procedían de familias adineradas y con pretensiones en la alta sociedad parisina, no como algunos pintores andrajosos de los que pululaban por Montparnasse.

Sirva como ilustración la historia de Manet y su profesora de piano.

Edouard Manet era hijo de una adinerada familia, su padre era juez “de moral intachable”. Su madre decidió contratar para el “niño”, tenía 19 años, una profesora de piano, Suzanne Leenhoff, pero cometió un error, Suzanne tenía 22 años. Dos años después nació Leon, producto de las acaloradas lecciones de piano y alguna que otra “tocata y fuga”.

La madre de Manet se hizo cargo de la indecorosa situación. ¡Por Dios! Que Suzanne ni siquiera era de clase alta. Total, León fue inscrito con el nombre de Köella Leon-Edouard y presentado en sociedad como el hermano pequeño de Suzanne. Eso sí, consintió en que Manet fuese el padrino de León.

Me cuesta retenerme, pero sin comentarios adicionales.

Diez años más tarde Suzanne y Edouard contrajeron matrimonio.

Pero volvamos al cuadro que nos ocupa que si no con estos personajes puedo terminar por los cerros de Úbeda.

La historia de este cuadro es bastante curiosa. Como se ve es un doble retrato que hizo Edgar Degas de su amigo y de su esposa.

Suzanne que era una mujer encantadora y una excelente pianista, estaba siempre dispuesta a sentarse al piano para amenizar cualquier velada. Así es precisamente como la pintó Degas, mientras que a Manet le retrata repantingado en un sofá blanco con el gesto ausente.

Muy orgulloso del del cuadro, Degas le regaló el retrato al matrimonio, y éste le devolvió el detalle con un bodegón de ciruelas que a Degas le encantó.

Os pediría que os fijaseis en el rostro de Manet. Es admirable realizar un retrato con tanta intensidad expresiva con tan pocos trazos, máxime teniendo en cuenta que no es resultado de largas sesiones de posado.

No mucho tiempo después, pues se juntaban dos veces por semana, Degas fue de visita a casa de los Manet y descubrió horrorizado que su amigo había mutilado el cuadro sin ningún miramiento, cortando la figura de Suzanne por la mitad. Degas le pidió explicaciones pero Manet no se las quiso o no se las supo dar, así que enfadado, agarró el cuadro y salió por la puerta sin decir adiós. Cuando llegó a su casa, empaquetó cuidadosamente el bodegón de las ciruelas y se lo envió a Manet acompañado de una breve nota: «Monsieur, je vous renvoie vos Prunes» (Señor, le devuelvo sus ciruelas).

La auténtica razón fue que Manet consideraba que Degas no había pintado a Suzanne lo suficientemente guapa y para demostrarlo, la volvió a retratar él mismo tocando el piano.

Si nos fijamos las dos obras están pintadas en el mismo lugar, la silla en la que está sentada Suzanne es la misma, coinciden los sofás cubiertos con las fundas blancas y en el fondo del cuadro de Degas, aunque abocetado, se intuyen también las líneas doradas de los paneles de la pared.

La verdad es que Suzanne tampoco sale especialmente favorecida en el cuadro de Manet, pero si miramos una fotografía suya de la época, la mujer debía ser encantadora pero pictóricamente no daba para más.

Al cabo de un tiempo, cuando se calmaron los ánimos, Degas y Manet hicieron las paces. Degas se ofreció a restaurar el cuadro pintando a Suzanne más mona. Manet le dijo que vale, pero no le devolvió las ciruelas, ya las había vendido.

Unos años más tarde, Degas decidió ponerse manos a la obra y cosió una franja de lienzo en la derecha del cuadro para repintar a Suzanne, pero debió darle pereza y la obra se quedó tal y como la vemos ahora.

Aunque no añade demasiado a la historia, pero en aras de la precisión hay quien dice que Leon no fue hijo de Edouard sino de su intachable padre, el austero juez. “Qui le sait”. Como viene siendo costumbre recomendar una audición mientras se lee este articulo o lo que sea; y que mejor que una tocata y fuga de Bach. Eso sí, al piano, aunque se que esta elección será totalmente reprobada por mi amiga Begoña. Intentaré convivir con ese reproche.

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