¿Qué dices niño?

¿Y tú de quién eres?

5 agosto 2021

En el aula de inglés, los niños tienen muchas preguntas, las cuales tienden a hacer con mucha urgencia.

            ¡Teacher! ¡Teacher!

            ¿Yes, Pepe?

            ¿Por qué usas un rotu azul hoy? El lunes era negro. ¿Por qué?  

            La mayoría de las preguntas son así: se tratan no del inglés sino de minúsculas alteraciones en el protocolo del aula, que les ponen ansiosos, como si cambiar el color de un rotulador amenazara con cambiar las leyes de la física. Afortunadamente, la respuesta del teacher no tiene que ser lógica—solo tiene que ser una respuesta:

            Mira, Pepe, es que, de camino a clase, un pequeño sapo morado recién llegado de Saturno me mandó usar un rotu azul hoy.

            Ah, okey, teacher. Okey.

            Así de fácil responder a la mayoría de las dudas de los peques—con una explicación, cualquier explicación. Pero érase una vez, en un pueblo no muy lejano, una alumna singular me hizo una pregunta singular que no fue tan fácil de resolver. La alumna fue Gema, esa alumna tan sui generis, que la recuerdo como “La Gema”. Allí estuvimos, aprendiendo los números ordinales en inglés, cuando La Gema levantó la mano.

            ¿Yes, Gema?

            Y tú… ¿de quién eres?                    

            No supe cómo responder a la pregunta, simplemente porque no la entendía.  Nunca en mi vida la había oído. De dónde, sí, ¿pero de quién? ¿Eso que quería decir? Notando mi confusión, otra alumna, Claudia, tuvo la amabilidad de interpretar: La Gema quiere saber quién es tu gente, dijo. Tus padres, los abuelos. ¿De quién eres?

¿Y tú de quién eres?

            Ya lo cogí, y menos mal, porque mientras tanto, el resto de la clase se había unido a la investigación. Ahora un coro de peques estaba insistiendo en saber de quién era yo. ¡¿De quién eres, teacher?! ¡¿De quién?! ¡¿Quién?!

            Pues mirad, chicos, les dije. Yo soy de los Geer, en Charleston, Carolina del Sur.

            “Los Geer” no les sonaban para nada, pero por lo visto la mayoría se quedó más o menos satisfecha con la respuesta. Saber que yo tenía alguna gente, en algún lugar, parecía tranquilizarlos.  Por su parte, La Gema asintió con la cabeza corroborando sus suposiciones. Yo diría que, para ella, el intercambio solo había confirmado mi estatus como “alúa”, como se llaman los forasteros en su pueblo (el nombre proviene de las «hormigas alúas», o hormigas voladoras, las que llegan de la nada después de las lluvias otoñales). 

            Para mí, curiosamente, tuvo el efecto contrario. Aquella noche, reflexionando sobre la pregunta de La Gema, recordé lo que mi abuela me dijo cuando salí de casa para hacer mi camino: Don’t forget who you are and where you come from. O sea, “No olvides quién eres y de dónde vienes”. Décadas después, en el otro lado del Atlántico, era como si esa niña de seis años se estuviera asegurando de que recordara las palabras de mi abuela. Yo estaba a unos seis mil kilómetros de Charleston, pero la pregunta de La Gema me hizo sentir como en casa.

¡No olvides quién eres y de donde vienes!

            Para bien y para mal. Está claro que una pregunta como ¿De quién eres? tiene su lado oscuro. Puede ser una forma inocente de ubicarte dentro del pueblo—y aquí vuestro friki de las palabras no puede sino notar que la palabra “pueblo” puede referirse tanto a un grupo humano como un lugar físico—pero también puede implicar un juicio por algo sobre lo que nadie tiene ningún control: las circunstancias de tu nacimiento. ¡Qué pesada esa maruja que protagoniza la canción de Los Chanclas! Con el debido respeto a mi abuela, que descanse en paz, cuando salimos de casa para hacer nuestro camino, puede que queramos olvidar un poco de dónde venimos. En fin. No puedo estar seguro de las intenciones de La Gema cuando me preguntó de quién era —a veces le daban ramalazos de maruja, sin duda—pero el simple hecho de que me preguntara dejó una cosa perfectamente clara: por curioso que fuera aquel pueblo andaluz para este norteamericano, este norteamericano era al menos igual de curioso para aquel pueblo andaluz. Y esa fue una lección importante. Como viajero, inmerso en una cultura nueva, es demasiado fácil olvidar que eres , el recién llegado, quien es la excepción. Eres tú quien es el extraño, el inusual. Puede que te llamen “teacher”, puede que te hayan contratado para enseñarles, pero no te engañes. Por acá, tienes mucho que aprender.

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