El bar del Carlos

El instituto

17 octubre 2021

En el bar del Carlos no abundan los universitarios entre semana, ni falta que hace. Por las razones que sean, allí no eran muy de ir al instituto cuando les tocaba ir. Además, tampoco tuvieron la suerte de tener unas cuantas ministras que les fueran aprobando para maquillar las cifras del fracaso escolar, que ahora al fracaso escolar le pintan las uñas de color intenso y de vergüenza.

El caso es que el Santi, aprovechando que yo estoy por aquí de profesor, nos dijo un día que podríamos dar las clases allí, por la tarde. Eso ahora se llaman clases vespertinas y en mis tiempos le decían «el nocturno». Como somos muy modernos y pedabobos no nos preocupamos mucho de los contenidos y hacemos más así como rollo cooperativo, feedbacks de conocimientos mutuos y mucho diálogo y debate meditado. De hecho estamos ahora con un proyecto de recursos endógenos y tradiciones populares alrededor de la uva.

Aunque las clases empezaron hace cinco años, andamos todos sin titular. Y lo mucho que nos importa, que me dice el Paco mientras me enseña como se cuece el vino en una cosecha que ya tachamos de espectacular.

Para que parezca todo serio hemos decidido que haya cargos y posibilidad de reclamación. La tabernera es la jefa de estudios, que parece que no pero se entera de todo. La tabernera se llama Celia y es la mujer del Carlos. Ya sabéis quién tiene el peso grande en nuestro instituto. De momento nos ha puesto algún parte, incluso de expulsión, pero suelen ser por circunstancias ajenas a los estudios y, siempre, en fin de semana.

El director es el Carlos, que como es de la vieja escuela cualquier día se quita la correa… y con razón.

Tampoco es que nos pasen muchas cosas. Son momentos que vivimos intensamente los de «mantenimiento» mientras los meses pasan y vuelven los agosteros a pedir a la barra y al «quebienseestáenelpueblo».

El otro día le tuvimos que apercibir al Marcelico. Se bebió una sin alcohol con limón en horario de clase. Hasta el Carlos tuvo que intervenir. Lo mandamos a casa con Raquel, la orientadora, que como está de buen ver pues el mozo no dijo nada.

Bueno, no piensen mal, que la orientadora vive con él y tienen hasta un perro que es muy grande y nunca me aprendo cómo se llama.

A mí, para qué les voy a engañar, siempre me queda la duda de si en estas clases nocturnas aprendemos algo. Es algo que me preocupa un poco. Tengo a los zagales inquietos porque con cuarenta años no sé si hemos madurado lo suficiente.

A veces también merendamos, y siempre respetamos las medidas de seguridad y alienamiento que recomienda el Departamento de Educación. Menos mal que los inspectores no trabajan por la tarde.

No se vayan a pensar, que esto es más duro de lo que parece.

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