Gastronomía

In the river

17 diciembre 2021

Bienvenidos de nuevo amigos y amigas gaRceteros al post quincenal gastronómico.

La vez anterior empecé diciendo que vaya dias húmedos habíamos pasado sin parar de llover. Y esta vez seguimos húmedos hasta los huesos con el rio metido hasta el quicio de las ventanas o el postigo de las puertas.

Nuestro gran rio, nos da alegría y a veces nos pone los pelos de punta del miedo que da verlo tan cerca.

Pero es gracias al rio Ebro que nuestra tierra ribereña es tan rica, la tierra húmeda oscura y cargada de nutrientes. A sus aguas debemos que la huerta ribereña sea conocida y valorada en toda España. En los campos de novillas, crecen las mejores coles de flor del norte de España, los mejores cogollos y lechugas y ni que decir de los frutos de veranos como los tomates y calabacines.

Durante siglos, la humanidad ha estado vinculada al rio. Hemos asentado nuestras viviendas cerca, en ocasiones demasiado cerca. Porque el agua es vida, pero también se puede convertir en muerte. El rio cerca nos aseguraba el agua cerca para animales, para las huertas y el uso cotidiano de las casas. Reflota los pozos subterráneos con los que polea y soga sacar agua para lavar o cocinar. El rio nos ha dado riquezas, cuando se podían recoger leñas y gabas. Los campos y ribazos ribereños han sido fuente de palo dulce o regaliz. Hasta el punto de que la producción fue tan grande que la fabrica de regaliz y juanolas más importante de España estaba bien cerca de las orillas del rio en zaragoza, cerca del antiguo recinto ferial de Miguel Servet. Esas juanolas, han surtido los restaurantes con estrellas Michelin que han elaborado platos de altura con ese sabor tan característico.

Fue el general Palafox, quien después de probar la crema de calabaza hecha con calabazas rojas de la ribera del Ebro el que nombrara ese plato como la mejor de las recetas de cuchara de esta tierra.

Madrillas, carpas, barbos, anguilas… llenaban las escudillas de los ribereños acompañado todo de buenas patatas, pimientos y cebollas regadas con aguas del viejo rio.

Los hortales ribereños en verano huelen a tomate verde que colorea poco a poco con ayuda del astro sol. Y hasta el rio se acercaban nuestros mayores a coger el agua para humedecer el mango de la azada o ajao para que se hinche y no baile la cuña de metal que labra los surcos donde acababan de plantar las escarolas.

Cientos o miles de lazos gastronómicos podrían salir de mi boca y plasmarse en letras con el teclado… aun mas si echo la vista atrás y recuerdo esas tardes con mis amigos en la ribera del rio, pescando alburnos o cangrejos que después de lavarlos y guisarlos nos zamparíamos bien a gusto.

Esas tardes de cinco de marzo, con toda la chavalería cada uno con sus buenos bocadillos de fiambres, pancetas o cualquiera que fueran los majares que las abuelas ribereñas nos preparaban para hacer un alto de los juegos y comer de cuatro bocados.

Cuando fuimos mas mayores, unas costillicas de ternasco y unas patatas asadas envueltas en papel de aluminio sustituyeron a los bocatas de las yayas.

Chaparrazos de vino, cajas de cervezas frescas, noches de guitarras y humo hasta que los mosquitos nos hacían marchar para casa abrasados a picotazos….

Incluso, alguna escapada fugaz con alguna zagala a la mejana, en esas ocasiones…. las uvas y los quesos nos sabían a besos….

Jueves lardero, longaniza en el puchero…. Los panaderos de los pueblos llenaban las vitrinas de deliciosas longanizas frescas que ya sean a la brasa o en trocitos en tortillas rellenaban increíbles curruscos de pan artesano o panes redondos decorados para festejar el final del carnaval y el inicio de la cuaresma. Y si amigos, eso también cerca de las orillas del viejo rio.

Estamos sufriendo estos dias el enfado del señor Ebro. No sé si tiene razón el o nosotros.

Pero seguro que por mucho que este se enfade, no podemos romper esta relación que nos une por muchos años más.

Me niego a dejar de ir a pasear por sus orillas con mi familia con la navaja en mano troceando una tajada de melón piel de sapo que hemos cultivado en nuestra huerta con aguas del rio.

A dejar de disfrutar de las primeras brevas negras y gordas con el punto colorado que anuncia que están en su punto, o dejar de ir a los zarzales ribereños a por moras que embotadas y bien trabajadas se convierten en una deliciosa mermelada para los desayunos del invierno.

Quizás esta quincena no hemos cocinado mucho. Pero hemos pasado unos dias difíciles con nuestro rio. Y aunque parezca que le tenemos rencor, creo que no es así.

¡¡¡Disfrutad de la quincena y nos reencontraremos en plenas fiestas navideñas, y en ese post tendremos material del bueno!!! Un saludo y hasta pronto.

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