Pintura
Henri Toulouse-Lautrec
17 diciembre 2022


Henri Marie Raymond de Toulouse-Lautrec-Monfa, artista y publicista, juerguista. 1,52m de altura, minusválido, alcohólico, señor de la noche, provocador, depresivo, sifilítico… Un aristócrata que se consideraba a sí mismo cronista social pintando el mundo del espectáculo y a la noche parisina, sin olvidar a las prostitutas, a las que frecuentó y amó. Esta es la parte que más se conoce de él. Lo que las películas norteamericanas más gustan mostrar. El melodrama de su vida. Olvidando o marginando la importancia de su faceta artística, que es muy grande. En mi opinión uno de los mejores artistas del arte moderno francés.
Lautrec nacido de la muy aristocrática consanguinidad de primos hermanos, sufría picnodisostosis. La consecuencia era una cabeza desproporcionadamente grande y deficiencias óseas.
Tuvo una infancia feliz, pero en dos caídas de caballo se destrozó los fémures lo que impidió que siguiera creciendo más del metro y medio, pese a las torturas a la que le sometieron, como permanecer meses en cama con unas pesas tirando de sus piernas buscando alargarlas o baños de piernas con descargas eléctricas.
Rechazado por la alta sociedad debido a su aspecto físico se traslada de Albi, donde había nacido, a París donde estudia pintura en la academia de Bonnat. Allí conoce, entre otros, a Van Gogh y del que por cierto hizo un fantástico retrato.

Monta su propio taller, como no en Montmartre, relacionándose con otros creadores que buscaban superar el impresionismo. Gente como Pierre Bonnard y Paul Gauguin. Pero quien más influyó en su personal estilo fue su amigo Edgar Degas sin olvidar la enorme influencia de las estampas japonesas ukiyo-e.
Del grabado japonés tomó la línea sinuosa y la liberación del color de toda función descriptiva. Me explico: Uso del color como mero elemento estético, no para representar un objeto.
¡Que no! Que no se me está yendo la olla. Mirad y analizar lo que he dicho en este ejemplo de grabado ukiyo-e. Cambiad la cara oriental por una occidental y tendréis un cartel modernista.
Sus dibujos son producto de excelentes apuntes del natural, plenos de espontaneidad y con un asombroso dinamismo. A mi particularmente me seducen sus innovadores encuadres y los trazos rápidos y expresivos que definen a la perfección a personajes, situaciones y atmósferas.
Hombre muy responsable de su trabajo, Henri de Toulouse-Lautrec acudía cada mañana puntualmente a trabajar en su estudio, lo cual no le impidió llevar una vida absolutamente hedonista en el ambiente bohemio de Montmartre, donde frecuentó cafés cantantes, teatros con espectáculos de circo y prostíbulos. Estos ambientes constituyen, de hecho, lo más peculiar de su creación artística, en la que las bailarinas de cancán y los personajes de circo son los protagonistas más entrañables.
Es precisamente de esos espectáculos de donde recibe numerosos encargos como cartelista.
Vamos a analizar uno de ellos que me estoy poniendo muy espeso, La Troupe de Mademoiselle Églantine.

Como todo buen cartel se capta su mensaje en una sola mirada, logrando trasmitir movimiento y ritmo. Movimiento con esa disposición en diagonal, casi propia del barroco, y esas líneas onduladas que amalgama en una unidad a todas las figuras, y ritmo con la disposición de las piernas, tres repetidas, dos acentuando a las anteriores -en el audio me explico mejor.
Este dibujo tan descriptivo y esas caras -son auténticos retratos, no monigotes- sólo es posible ser realizado por alguien que domina el dibujo, como era Toulouse-Lautrec. Posiblemente el mejor dibujante de esa época con la excepción de Picasso.
En su obra “La visita médica” se puede apreciar todo lo que he comentado de inmediatez, crónica de un instante, tratamiento del color, dibujo y cómo no, temática.

Dos mujeres hacen cola para que el médico las revise –me recuerda a cuando hice la mili– levantando sus vestidos y sosteniéndolos por delante. Aun mostrando la desnudez de sus nalgas en esa humillante fila, conservan todavía cierta dignidad.
Se percibe, eso sí, la preocupación en el ambiente. Es posible que por razón de su trabajo estas mujeres hayan contraído una enfermedad venérea.
El rojo encendido domina el cuadro, un rojo sangre, un rojo infección. Bueno, también rojo pasión, que era el color típico de este tipo de locales y es menos dramático por mi parte.
La calidad del dibujo se aprecia también en esos rostros de resignación, especialmente en la primera de las mujeres ya bastante madura. Se trata de Gabrielle la Danseuse, amiga del pintor.
Si el resultado de la inspección fuera positivo tendría que ingresar en el hospital/cárcel de Saint-Lazare regentado por unas no precisamente comprensivas monjas dispuestas a que purgasen su pecado, o quizás verse obligadas a seguir trabajando a pesar del riesgo para su salud y la de los demás y exponerse a tres años de cárcel. En caso negativo, la cosa estaba clara: a seguir vendiendo sus cuerpos hasta la próxima inspección médica.
La prostitución era legal en ese París de fin de siglo. Sólo había que sacar un carnet y someterse a inspecciones periódicas obligatorias. Cada cierto tiempo, en los burdeles se hacían filas de este tipo, llenas de miedo y angustia.
Este es otro retrato que realizó Lautrec de su amiga Gabrielle. Y ahora daros el capricho de mirar la cara de la segunda bailarina, por la derecha, del cartel anterior. ¿Es o no es la misma persona?

Lautrec se conocía al dedillo los antros de París y entabló una fuerte amistad con muchas de estas mujeres relegadas y empequeñecidas como él. Las observó, las comprendió y las amó tal y como eran, o precisamente por lo que eran, marginadas como él. Y quizás por ello las pintó de una manera tan sincera y conmovedora, entre la más sugestiva poesía de lo íntimo, lo femenino y la más virulenta crónica social de lo triste y lo sórdido.
Veamos otro cuadro suyo.

Dos lesbianas besándose en una cama. Tema recurrente en el artista.
Lautrec tuvo la oportunidad de estudiar el estilo de vida de las prostitutas muy de cerca y le fascinó descubrir que muchas de ellas estaban enamoradas, esto en aquellos años en los que aún se le negaba a la mujer el derecho al placer. No se le ocurrió mejor manera de plasmar el amor que pintando un óleo sobre cartón de los besos que veía tan a menudo, sin ningún tipo de carga erótica. Pura y simple ternura e intimidad.
Las dos mujeres están pintadas en escorzo, otro maravilloso alarde de dibujo, para que sólo veamos sus rostros y brazos, mostrando un momento de amor sincero más allá del amarillismo o el morbo que buscaban muchos de los contemporáneos de Lautrec, que en sus pinturas sáficas cargaban hacia el arte erótico más dirigido al disfrute del espectador masculino, o hacia la caricatura.
«Pinto las cosas tal como son. No hago ningún comentario» decía Lautrec.
Considerad la increíble modernidad de estas obras, no sólo por el -hasta entonces inédito- uso del color y la aplicación de la pintura, sino por su tema, que entusiasmaría a la siguiente generación de artistas: los expresionistas, como Egon Schiele, que tendría muy en cuenta esta obra para su producción artística.
En 1901 Lautrec fallecería, iba a decir prematuramente, con 36 años. Pero su vida casi fue una búsqueda de ese desenlace. La sífilis y la absenta destrozaron su cuerpo y mente. En plenos delirium tremens llegó a disparar a las paredes de su casa creyendo que estaban llenas de arañas. Poco después fallecería en su casa natal, donde su madre le había trasladado.
Su madre, ultracatólica, no aceptó tener en su casa los cuadros de Henri, por lo que los depositaron en casa de un tío, quién al ver su temática quemó gran parte de ellos.