Pintura

Las muy ricas horas del Duque de Berry

2 diciembre 2022

Libro de horas Duque de Berry

No os alteréis, no vamos a hablar de cómo se gastaba el dinero el Duque de Berry, o sí, bueno solo de pasada.

Empecemos diciendo que se trata del más importante Libro de Horas de la Edad Media, realizado por los hermanos Limbourg hacia 1410 por encargo de…

A ver, empiezo de nuevo.

Durante la Edad Media y especialmente en los monasterios el día se dividía en siete partes, de distinta duración cada una y con nombre propio. Son las denominadas horas canónicas. Por ejemplo, maitines antes del amanecer, laudes, al amanecer -sobre las seis de la mañana- tercia a media mañana, sextas, sexta hora después de amanecer —a las doce— que era cuando se rezaba el ángelus y que si te pilla en la Plaza del Pilar aún puedes oír como suena a esta hora la llamada al rezo del ángelus y así hasta siete.

Por cierto, aprovecho para decir que la palabra siesta, viene de la hora sexta, pues después de esta hora se iba a descansar hasta las nonas, sobre las tres de la tarde.

Pues bien, como en cada una de esas horas había que rezar una oración o un salmo de forma que al cabo del año se hubiese recorrido toda la liturgia, como ayuda y recordatorio nació el Libro de Horas. Estos manuscritos además tenían otros contenidos como calendarios y siempre a gusto del que encargaba la obra, que para eso pagaba.

El Duque de Berry, todo un personaje, encargó a los tres hermanos Limbourg un Libro de Horas que resultó ser el más maravilloso y valioso de la Edad Media, pero no solo por su contenido en oraciones y antífonas, sino por las iluminaciones. De un total de 206 pergaminos de ternera, el manuscrito contiene 66 miniaturas grandes y 65 pequeñas, 300 letras capitales doradas y 1800 cenefas doradas destacando además por los raros pigmentos empleados

Pero vamos a centrarnos en el calendario. ¿Os imagináis lo que sería tener doce fotos del quehacer diario de los años 1410 al 1419? Pues exactamente eso es lo que tenemos, pero con una calidad de ilustración apabullante.

Cada mes nos describe lo que sucedía en palacio y entre el pueblo llano.

Veamos enero.

La escena, que irradia luz con esos maravillosos azules a base de lapislázuli, pigmento varias veces más caro que el oro, es la única escena de interior en el calendario y en ella como personaje central se puede ver a Juan I, Duque de Berry tocado con un gorro de piel de oso, porque será el palacio, pero las corrientes que tenía que haber dejaban helado a cualquiera. Aún no se utilizaban cristales u otro tipo de cierres en las ventanas. Si acaso una cortina.

Pero vamos a fijarnos en varios detalles.

Detrás del Duque podemos ver un invitado recién llegado que calienta sus manos y una esterilla redonda que se ponía delante de la chimenea para repartir un poco el calor directo de las llamas y para evitar que saltasen ascuas. No es de extrañar que la mayoría de los castillos terminasen ardiendo con semejantes medidas de seguridad. El suelo se cubre con una alfombra del mismo material. Es increíble como los hermanos Limbourg logran reflejar el trenzado de la estera. Pensad que la escena tiene unas dimensiones de 15 X 13 cm.

A modo de comic, pero en letras góticas se puede leer “aproche, aproche”, «acercaos, acercaos», invitando a que se unan a la cena de año nuevo, en la que el Duque tenía por costumbre recibir regalos de sus vasallos. De ahí que se puedan ver tantos objetos de oro.

Para ser justo él también ofrecía regalos a su corte, formada por más de trescientas personas entre coperos, trinchantes, cuidadores de sus perros. El duque tenía más de mil quinientos perritos spiz blancos de Pomerania.

Sobre la mesa llena de conejos y pichones asados unos perritos campan a sus anchas mientras un criado atiende a su querido lebrel italiano. Ese era su único cometido.

Cada domingo o día festivo, según sus propios libros de cuentas, se cocinaban en palacio 3 bueyes, 30 ovejas, 160 perdices o palomas y “muchas liebres”. El duque era un sibarita, parece ser que fue quien introdujo la trufa en la cocina francesa.

Las vestimentas son una delicia. Con polainas de dos colores y con la posición de la daga de abajo hacia arriba, no como en las películas, hasta el punto de que el personaje de la izquierda parece que la lleva clavada entre sus partes pudendas.

Pero para hablar de partes pudendas tenemos que irnos a febrero.

En la ilustración se ve una escena invernal. Nieve por todas partes. Se puede palpar el frio con el personaje de la derecha acercándose a la cabaña. Cubierto con una tela blanca y calentando sus manos con el aliento. Y sí tela, no pieles, pues estas estaban reservadas para la nobleza.

Pero como decía, que enseguida me disperso, en la esquina inferior izquierda, bajo la techumbre una mujer y dos hombres se calientan con la lumbre las manos y como no, que también se enfría, la entrepierna, para lo cual abren bien sus piernas dejando al amor del fuego sus partes nobles.

Con independencia de esa curiosidad la pintura nos cuenta como era la vida en ese tiempo en que Europa esta desolada por la peste negra.

Una cerca perfectamente trenzada con ramas, seguramente de mimbre. Las colmenas, única fuente de azúcar. El palomar, siempre propiedad de la nobleza como fuente de alimento y del apreciado estiércol de paloma. El pueblo llano solo tenía derecho a poseer dos parejas de palomas.

No obstante, los campesinos que aparecen en la miniatura son con toda seguridad el capataz de las tierras y su familia, a juzgar de la vivienda que tienen, los paños que aparecen colgados, su único armario ropero. Hasta tienen una cama, todo un lujo, cama que por cierto compartía todo el “fuego familiar” criados incluidos. Eso de la intimidad es un lujo muy moderno.

“Las muy ricas horas del Duque de Berry” no fue realizado en su totalidad por los hermanos Limbourg ya que estos, al igual que el duque de Berry murieron debido a la peste negra.

Disfrutad mirando en detalle cada uno de los doce meses.

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