El Bohío Caraqueño

Entre el Cielo y la Noche

4 diciembre 2022

Cielo

Era la tarde de un sábado cualquiera de 1988. Escapaba de un trabajo de mierda en el hotel Tamanaco, de un horario de siete a tres. Seis días a la semana.

Al marcar la tarjeta de salida, me invadía una profunda, dulce y alividada sensación, la de emerger de un purgatorio asfixiante y gris, un búnker sin ventanas.

Desaforado y hambriento, mi ser aullaba como un animal desgraciado a quién le abren la jaula del zoológico, como un maldito loco pegaba alaridos, gritaba calle, luna, sol, sexo, alcohol y rock and roll. En esa cacería desesperada, hallé de cómplice a un compañero de trabajo, uno que mentaban “El pata e’loro”, un deficiente trabajador, irresponsable, flojo, de mala bebida y con un tumbao al caminar, en ese patear asfalto, el destino nos condujo a las puertas de ¨El Pollo Farsante¨.

Allí, a pesar del peligro, alucinaba, prefería mil veces, esa parranda de truhanes, que a la gente bonita y decente del hotel 5 estrellas, porque los percibía más vivos, reales, con menos maquillaje. Ese sábado en cuestión, andaba en modo lunático, como una antena leyendo imágenes y lenguajes no verbales del paisanaje, atrapaba en la atmósfera, arcaicos códigos ocultos que han acompañado a nuestra tribu humana desde el lejano paleolítico.

En realidad, era un local vulgar, una especie de peña o club social, pero tres cosas lo hacían indudablemente cautivador. Su clientela: vetustos estafadores devenidos en cultores de Ezis, un ignorado piano de cola de estampa fina arrimado a una esquina (del que, según versión de los presentes, un pletórico Pat O’Brien acostumbraba a sacar de sus teclas, sutiles melodías), y la presencia de un peculiar cantinero, un viejo español, también renco y con voz de Vicent Pride que repetía una y otra vez, la misma canción de Raphael. Y, además, en vez de caminar, se desplazaba en una casi imperceptible danza, que evocaba a aquel duende de traje rojo, que bailaba ska para atrás, en la serie Twin Peaks, de David Lynch.

Este personaje, repitió tanto la canción que terminé tarareando el tema, pero sin prestar mucha atención a la letra:

—Qué pasará­­­­­­, Qué misterio habrá, Entre el cielo y la noche.

Por otro lado, el cantinero hablaba hasta por los codos.

Noche

Bebimos hasta que El pata e’loro se borró en el alcohol, ante esa situación, me tocó acompañarlo hasta su vivienda, en el barrio La Charneca, de la parroquia San Agustín. Eran las diez de la noche, cerro adentro, y yo, envuelto en morbo y curiosidad al estar allí. A pesar de ser mi primera vez en ese barrio, saludaba a desconocidos, El pata e’loro era mi licencia de gracia. En realidad, nunca me sentí forastero aun siéndolo. Anduvimos por veredas y callejones en búsqueda de aquello que no se nos había perdido. Llegamos a Marín*, y todo era calle, cielo, calle, noche. De improvisto, nos topamos con una imagen brutalmente reveladora y animal, a las afueras de una destartalada casita de tablas con techo de zinc, se encontraban un par de rastafaris sentados en tierra, envueltos en una intensa humareda extraña, jugando una partida de ajedrez y la música de fondo era The Maytals. Súbito, reconocí en esa aparición al mítico Shangri La, con razón a Manu Chao, le encantaba subir por estas laderas, cada vez que venía a Caracas. Lo cierto fue, que saludé y pedí permiso para jugar, recuerdo haber perdido la primera, y eso me motivó a exigir revancha y jugué un montón, tantas que, sin darme cuenta, El Pata e’ loro, mi salvoconducto, me abandonó a mi suerte.

         Pasada la medianoche, y en un barrio donde no me conocían, entendí por fin, el peligro que corría, pero entre el cielo y la noche, lo inesperado siempre tendrá cabida. De la nada, surgió una muchacha, una hermosura de ébano, con un inmenso afro y un look a lo Black Panther, la chica me abordó, lo entendió todo, como si supiese de mi presencia en el sector, desde el primer momento en que llegué. Tal vez otros más, también lo sabían. Me acompaño hasta la salida, noté que también cojeaba de una pierna. Además, tuvo la gentileza de esperar conmigo a que llegara una camioneta por puesto**, de las piratas. En esos 10 minutos me preguntó si me gustaba leer, sin esperar respuesta, sacó un libro del bolsillo de su chaqueta, me dijo, elige una página de forma aleatoria, y lee para ti. Así lo hice.

—¨La vida de todos ser humano, es un camino hacia sí mismo, la tentativa de un camino, la huella de un sendero…¨ de Herman Hesse.

Al llegar el transporte, se despidió con una sonrisa. Por curioso que parezca, el conductor escuchaba la radio a todo volumen, sonaba el mismísimo Raphael, con la misma canción, pero ahora sí le presté atención:

—Que pasará, que misterio habrá puede ser mi gran noche…

Solté una palabrota de asombro, reflexioné, hablé para mis adentros, y me dije que muchas veces creemos saber, y en realidad, no sabemos nada, aunque tal vez, no estaba tan equivocado. Posiblemente, tergiversar la letra de la canción, era una señal de esos arcaicos códigos ocultos. Y que me perdone Raphael la errata, pero es que definitivamente, Dios nos cría, y nosotros nos juntamos entre el cielo y la noche.

* Marín:barrio que se encuentra junto al de La Charneca de donde han salido los mejores músicos de Caracas. Hoy en día es un sitio turístico.
**Camioneta por puesto: transportes públicos ilegales en el que cada pasajero paga su pasaje, de ahí el "por puesto".

Música:
.Calle luna, calle sol, Willie Colon & Hector Lavoe
.Mi gran noche, Raphael
.Dans mon Jardin, Manu Chao
.Pressure drop, Toots and the Maytals
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