Fila 13, Asiento 79

Domingo por la tarde

5 agosto 2022

Desde hace unas semanas mi familia está limpiando y vaciando las casas de los abuelos. El paso del tiempo cumple con todos, incluso con aquellos que creemos que” a nosotros eso no nos va a pasar”; y así de repente el día menos pensado te das cuenta que sí, que el tiempo cae como una losa y que empiezas a entender aquello que te decía tu madre: “ya llegaras, ya”.   

La sensación no es triste, es de buenos recuerdos acompañados con una pizca de nostalgia, pero sobre todo una sensación que he denominado “domingo por la tarde”.  Dice Sabina en una de sus canciones: “yo no quiero domingos por la tarde”; y es de entender, ya que un domingo por la tarde suena a final, a casi lunes, a resaca o a vuelta a la normalidad, sin embargo, esta vez no puedo estar con el maestro de Andújar.  

El volver a pisar las casas de mis abuelos estos días atrás trajo a mi esa sensación de “domingo por la tarde”; y no ha podido ser más maravillosa. Esa sensación me ha traído de vuelta cruzar el puente del canal, propinas en pesetas dadas a escondidas como si de sustancias ilegales se tratase, a carrusel deportivo narrando goles en Las Gaunas mientras de fondo una marca de coñac patrocina el partido de la jornada, a chocolate con pan frito, a rosquillas, a brasero, a buscar tesoros en cajones prohibidos. También me ha traído de vuelta besos dados con más fuerza que nunca, abrazos interminables y a miradas brillantes detrás de unas gafas de ver de cerca. 

¿Qué tienen las casas de los abuelos? Por suerte, nuestros pueblos están llenos de ellas, porque la casa de los abuelos tiene que estar en el pueblo.  Allí nos sentíamos a salvo, allí éramos los reyes de la casa, los consentidos, los protagonistas de todo. Siempre con cosas chulas con las que jugar, con permiso para tocar todo, incluso esa figura o cuadro que llevaba años siendo cuidado y guardado para que muchísimos años después sirva de juguete a un nieto travieso, aunque al final y después de no soltarla en toda la tarde siempre volvía a su sitio, con algún quicazo o con toneladas de superglue intentando salvarla de la basura. 

Tengo que reconocer que aun hoy, en ese proceso de limpieza y vaciado de las casas, miro atento cada rincón, cada cajón, cada armario mientras limpio o recojo, no vaya a ser que en alguna de estas aparezca uno de esos tesoros de domingo por la tarde, sin darme cuenta que en realidad el mayor tesoro de esas casas ya no está en ellas. 

Hoy es mi hija la que disfruta de todo eso, las casas donde crecimos su madre o yo son ahora las casas de sus abuelos, las casas de los tesoros, las casas donde sentirse a salvo, las casas donde merendar un “morrico”…, las casas donde pasar un domingo por la tarde. 

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