El Bohío Caraqueño

Boom: la canción del final del mundo

31 enero 2022

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El apartheid duele en el alma, es todo un catálogo del odio, un golpe feo e irracional que desfigura el sentido humano, la herencia de un fanatismo ciego, donde la otredad tiene rostro de prófugo de la justicia. Sin embargo, quiero pensar que en el fondo se impone el humus, las raíces humanas que se imbrican en la semiótica universal. Por eso, el siguiente artículo le mete el ojo a un pietaje de Blues y a un trasfondo nuclear a lo largo del año 1966, un compendio de carne y huesos partiendo de un viejo show de John Lee Hooker interpretando Boom Boom.

En el registro, los esqueletos de unos mozos blancos en Memphis, Tennessee, entregados a la tentación de la síncopa, el encanto prolongado de la figura rítmica o armónica, que acerca a los cuerpos, el sonido de unos corazones latiendo entre un tiempo débil a uno fuerte. Ese estruendo eléctrico de guitarra, y el resto es puro bacanal ecuménico. Me deleito con los detalles de las imágenes, su lenguaje no verbal, cruzo aquel umbral hacia algunos personajes que atrapan mi atención, son libros abiertos, cada uno es una prosa a la infinitud, almas manifestando emociones a través del sonido. En pleno barullo, descubro el valor simbólico de la danza, la religión primogénita, un arquetipo ancestral más fuerte y hondo que el racismo, la doctrina del Destino Manifiesto o la discriminación, pero aún así, no canto victoria, no es fácil lidiar con siglos de odio. A simple vista, la concurrencia luce tiesa, como si bailaran amarrados, se invierten los polos, por un instante, solo por un instante, los esclavos son otros… A pesar de esa aparente libertad, la mirada nostálgica de John Lee Hooker, es un cable a tierra, porque en ese contexto, la labor de entretener es tan servil, como la recolección de algodón o la de recoger los platos de los señoritos de la casa blanca.

Fraga bañándose en….

Por otro lado, en los primeros días de enero del 66, cruzando el Atlántico, entre Palomares y Almería, en la península ibérica, colisionan dos aviones estadounidenses vomitando en el mar, 4 bombas atómicas de 70 kilotones y ¡Boooom!

Mientras, en el salón de baile, una sensual rubia con cara de Angie Dickinson, de falda gris, sombrero y camisa negra, incita a la lujuria, una pareja baila con tal destiempo, que parecieran escuchar mas bien a Nat King Cole. Son tiempos de Lyndon Johnson y su agenda contra el racismo y la pobreza, pero estos gringos no se sacan de la cabeza, la cacería de brujas del Macartismo. Por ello, resulta tan peculiar ver entre los danzantes a un tipo con la pinta de un miembro del Ku Klux Klan, torpemente echando un pie, sin importarle que, en junio, James Meredith un activista por los derechos civiles, era baleado durante “La Marcha contra el Miedo” para denunciar el racismo y promover el voto popular y ¡Booom!…

Ku Klux Klan

En julio, De Gaulle lanzó bombas nucleares en el Atolón de Muroroa y ¡Booom!, en agosto, en la ciudad de Chicago, a Martin Luther King le meten un peñonazo por la testa, “Pa’ que sea serio” y se deje de esa vaina de exigir igualdad social. Ese mismo día, Estados Unidos detonó la bomba atómica Tangerine en Nevada y ¡Booom!

En septiembre, detonaron dos más en Nevada, Derriger y Daiquiri. En Diciembre le tocó el turno a Sterling y Sidecar y más ¡Booom!

James Meredith

Sin embargo, soy optimista, en este collage mental, regreso a la imagen más poética del pietaje, el jubileo del cocinero, el único negro entre el público danzante, quiero imaginar que abandonó la cocina y esa misma noche se rebeló a tanto servilismo, los mandó a comer mierda y se puso a bailar como loco, con esa libertad que inundan los ojos de quien lo ve, baila con alegría, en éxtasis. Creo que cada integrante del público en ese ritual de blues, representa una cosmogonía personal, diversos relatos en blanco y negro pero el cocinero va más allá, él es la representación de ese universo numinoso, de luces que se avalancha sobre las consciencias para cuestionar nuestra irresponsabilidad con el mundo que construimos. Si me toca ser testigo, hecatombe nuclear, en ese hipotético final del mundo, me iría bailando como el cocinero y mentándole la madre a toda autoridad, total, cada quien que asuma su baile al son de la canción del final mundo.

¡Boooommm!

Canciones:
   . Boom, Boom, John Lee Hooker.
   . La canción del final del mundo, Rubén Blades.

Fraga en Palomares:
   Para quien no haya oído hablar del incidente el ministro de turismo de Franco y futuro fundador de Alianza Popular (hoy PP) se baña en las aguas de Palomares para demostrar que esas aguas no estaban contaminadas, más info en el reportaje de Público, pulsa aquí para leerlo.

Ver el vídeo que se encuentra bajo la fotografía principal, pulsando el botón play que allí se encuentra, ayudará a meterse en el texto.

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