Relatos
Atún para cenar
29 abril 2023

A Premura se le escapaban los segundos y no podía pararlos. Consiguió atrapar unos minutos, pero desaparecían en cuanto los respiraba, mientras los niños jugaban en el asiento del coche a que el tiempo no existía. Al llegar a casa, cerró la tapa del reloj y sonó un rugido por dentro. La saeta larga golpeaba como un ariete hasta que la tapa saltó rota despedida al otro lado del océano. La manecilla corta se lanzó al mar y Premura se aferró a ella para pescar un atún para cenar. Consiguió la pieza fresca y de vuelta a la cocina el pescado la miró fijamente y sonó otro tic-tac. Despeinada. Con sus otros siete brazos abrió armarios y cajones, encendió, apagó, hizo, deshizo y pasó el trapo. Los cuartos de hora y las medias horas no paraban de gritar para llegar a algún sitio, y las ocho y media se le enredaron en la bañera mientras los niños jugaban con la espuma a que no hay prisa. Lanzó las toallas que se enrollaron a sus cuerpos, los secó y los envasó para cenar en pijamas abrefácil, mientras se reían y seguían jugando. En el cristal de la ventana, golpeaban las ramas de un árbol que jugaba con el viento.
Domingo Reposo de todos los Santos pisó el freno suavemente al doblar la esquina y las ruedas giraron en cámara lenta. Una vuelta, dos vueltas, tres. Y cada vez más lento, recorriendo la larga recta de asfalto sin prisa. Cuatro, cinco. Deslizando pesadas y lentas. Dejó pasar un par de sitios libres. Uno porque era demasiado justo, otro porque estaba justo debajo de un árbol. Aceleró sin ganas, lo justo para evitar colapsar la circulación, y dio la vuelta a la manzana, hasta volver a doblar la esquina de la calle, y volver a frenar lentamente. Dando vueltas en su cabeza, despacio, como las ruedas. Dos, tres, cuatro… El reloj le sacó de su calma giratoria hipnótica y aparcó bajo el árbol, ante la idea, habiendo recuperado la consciencia total, de perderlo y no tener otra oportunidad. Al salir del coche, miró a lo alto las ramas del árbol, que habían crecido y ya llegaban hasta la ventana.
Premura, de vuelta a la cocina recogió unas verduras, puso la lavadora, dobló ropa limpia y puso la mesa, mientras hizo malabares con una naranja en la nariz e interpretó música electrónica con el pitido del microondas y la campana extractora.
Suena una alarma, el tiempo se agota en cada tic-tac. En una respiración profunda se bebe diez segundos y para recuperarlos, lanza los platos desde la cocina hasta la mesa. Los cuadros de las paredes aplauden y se pone roja, que es muy tímida y solo los conoce de vista, a alguno ni eso, no los había visto nunca. Por un momento piensa que igual ni es su casa. Y por el tiro del plato el jurado al óleo le da un vale de diez minipuntos, no canjeables por nada útil, por nada de tiempo. Con una mano se quita la ropa y con otra se pone cómoda.
La llave gira en la puerta, lenta para no marearse. Una vuelta, dos vueltas, Domingo entra y dibuja una sonrisa al ver a su familia sentada a la mesa esperándole. Y el atún, que aún está medio crudo, salta en los platos. Y se escapa otro tic-tac y los niños ríen y el árbol golpea de nuevo el cristal de la ventana.
Domingo se pone cómodo, y antes de sentarse a la mesa, besa a Premura y a los niños, abre la ventana e invita al árbol a sentarse a cenar.