Relatos

El cazador

12 mayo 2023

Trompetas de Jericó, y es de H.R.Giger por Dunia Beik

El frutero prometió a la clienta que las peras eran dulces como los besos. Jacinto sacó el formulario PF-141, de ‘Promesas falsas con propósito de venta’. Decidió que por el precio de las peras y el agravante de que lo único que tenían de dulce eran los gusanos que las habitaban, elegiría en la casilla del castigo la opción c, muerte. El formulario era un trámite, aplicaría su sentencia cuando pasara por la frutería esa tarde, aprovechando previamente para comprar allí unas judías verdes y fruta para la semana.

Grabó la alarma en el móvil, como solía hacer para no olvidar la ejecución de sus sanciones. Estiró el lóbulo de su oreja derecha y sonrió sin mover los labios, sabiendo que tenía una larga lista pendiente.

Iba en el metro, cuando vio a la pareja de preadolescentes que serían objetivo de su rectitud. Nada más verlos pensó, sin prejuicios, que el chico era tonto, como todos esos que llevan la gorra más pequeña que su cabeza y los pantalones por las rodillas. Ella sentada sobre él, con su sonrisa bracketeada de colores y saliva le dijo:

-	Tú, ¿qué pensastes cuando me conocistes?
-	Yo… pues que… estabas muy rica.
-	Pero entonces, ¿por qué te liastes primero con la Vane?
-	Porque... eh… me gustabas más tú, para darte celos.

Jacinto congeló su calentón de besos de hierros y babas separándolos con el formulario ML-46,  de ‘Mentiras con propósito de ligue’. Y con el apéndice ML-46B para empapelarla también a ella por evidencias de dejarse mentir. En los formularios de falta por mentiras en menores, no se contemplaba el castigo físico. Sólo había que aplicarles una verdad. A él, solo le dijo que la gorra le venía pequeña, y le obligó a metérsela hasta las orejas. A ella le aplicó una neutra mono dosis de verdad: no estaba rica ni sabía hablar, lo que pasa es que tenía las tetas grandes, y si no quería que le siguieran mintiendo, debía tenerlo claro.

Jacinto fue a tomar su café al bar y a su lado, una niña frente a un helado de tres bolas le preguntaba a su madre por qué no había ido a buscarla al cole, si le había prometido por la mañana que lo haría. Sin esperar a ver qué mentira y/o disculpa daba la madre, Jacinto sacó el impreso FPN-456, el de ‘Faltar a una promesa a un niño’, y se sintió benévolo marcando como castigo las disculpas públicas. La muerte en estos casos siempre le parecía muy fuerte si el infractor era familiar del menor. La madre se levantó y sacó su tarjeta del trabajo, la insertó en la ranura del brazo de fichar, y una imagen del que debía ser su superior, apareció reflejada sobre la mesa y la copa helada, dando fe de que le había solicitado salir más tarde por un pico de trabajo. La niña lo miró mientras cogía con la cuchara un poco de helado de fresa, otro poco de chocolate y unos fideos de colores, y se la llevó a la boca. Jacinto registró el incidente en el formulario marcando el desistimiento de la falta, y siguió dando pequeños y ruidosos sorbos a su café solo ya frío.

Tras la siesta, Jacinto metió en el carro de la compra el carcaj de piel que le había regalado su madre cuando aprobó las oposiciones de cazador y la flecha que le regaló cuando se sacó la especialidad en caza promesas. No lo había usado aún, pero imaginó la flecha atravesando una manzana y un frutero, y le pareció delicado y respetuoso.

Sonó la alarma del móvil mientras avanzaba por la calle al sol, y dos avisos saltaron en la aplicación del cazador para el mismo día:

-	Promesa: Peras dulces. Castigo: Muerte. Sujeto: Ismael Fuertes (el frutero).
-	Promesa: Amarla para siempre. Castigo: Muerte. Sujeto: Jacinto Pérez (yo).

Se estiró del lóbulo de la oreja y sonrió ampliamente, ya había pasado un año de que rellenara su propio formulario, estricto como siempre, y grabara su alarma.

Sin dar un paso más, escribió algo en el móvil, lo dejó sobre el carro de la compra y se alejó aliviado.

El móvil vibró ‘enviado mensaje con archivo adjunto’… a ‘Vicente (trabajo)’… mensaje: ‘te paso mi lista de pendientes. Que tengas un buen día’.

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