Mitología
Ulises V
15 enero 2023
En el último artículo dejamos a Odiseo conviviendo con la hechicera Circe, que lo retenía, puesto que estaba enamorada de él. Con ella permaneció algún tiempo, pero nuestro héroe no estaba tranquilo, pues ansiaba regresar a su tierra porque ya había transcurrido mucho tiempo desde su partida a la guerra de Troya y desde su finalización. Al mismo tiempo que deseaba reunirse con su familia, tenía miedo de que una Circe abandonada y despechada practicara algún hechizo contra él y sus hombres. Pero finalmente, Odiseo planteo a Circe la cuestión y la maga le impuso una condición: Odiseo tendría que descender al Hades, que era el lugar donde los griegos creían que habitan los muertos, y preguntar al adivino Tiresias (Τειρεσίας / Teiresías) si la isla de Eea, donde vivía con Circe, era su patria definitiva o si su futuro estaba en Ítaca junto a su esposa Penélope y su hijo Telémaco. Circe y Odiseo prometieron que, después de escuchar el oráculo del Vate, aceptarían la decisión, aunque ello significara que la adoptada fuera contraria a sus sentimientos. Por tanto, Odiseo tenía que realizar un viaje peligroso y triste al lugar de las sombras (de los muertos).
1. El descenso al Hades.
Siguiendo los consejos de Circe, Odiseo y sus hombres navegan hasta los confines del Océano, donde se halla el pueblo de los cimerios, que vivía en constante oscuridad, ya que no ven la luz solar. Allí, en el sitio que le indicó, hizo libación a los difuntos siguiendo un ritual: primero con aguamiel, luego con vino dulce y después con agua, rociando finalmente con harina blanca. Después ofreció sacrificios al dios Hades (ᾍδης / Hades), que habitaba en el lugar de su nombre, degolló reses encima del hoyo, corrió sangre negra y en torno a ella se congregaron las almas de los difuntos.
A continuación desfilarán ante nuestro héroe varios difuntos: Elpenor (Ἐλπήνωρ / Elpenor), que le ruega que, a su regreso al mundo de los vivientes, incinere su cadáver y le hagan unos honrosos y solemnes funerales; Anticlea (Ἀντίκλεια / Anticleía) la madre de Odiseo, que le informa cómo se encuentra su hijo Telémaco y su esposa Penélope. Odiseo pretende abrazarla pero, cuando va a hacerlo, Anticlea se desvanece como una sombra, que es la condición de los mortales cuando mueren. También desfila ante el héroe el rey Agamenón, que le cuenta el engaño de su esposa y su muerte, y aconseja a Odiseo que, cuando regrese a su patria, no se dé a conocer de inmediato. Odiseo contempla en el Hades los suplicios de Titio (Τιτυός / Tituós), Tántalo (Τάνταλος Tántalos) y Sísifo (Σίσυφος / Sísyfos), y, después de esto, mantiene una conversación con Heracles o Hércules (Ἡρακλῆς / Hēraklḗs).
El adivino Tiresias le predice que su futuro está en Ítaca, pero le advierte de los peligros que le acechan y le vaticina la matanza de los pretendientes de su esposa. Odiseo va conociendo la situación que va a encontrar cuando definitivamente arribe a Ítaca. Pero, de momento, nuestro héroe regresa a Eea con Circe, y se dispone a cumplir todos aquellos encargos a que se ha comprometido en el Hades: en principio, quemará reverencialmente los despojos de Elpenor y le erigirá un gran túmulo funerario.
Una vez que ha dialogado con Circe sobre su futuro en Ítaca, la hechicera le indica el resto de aventuras peligrosas que le perseguirán antes de llegar a su patria: el episodio de las sirenas y su dulce canto encandilador; los peligros derivados del paso por Escila y Caribdis y el asunto de las vacas de Helios en Tinacria, que son retos que tendrá que superar.
2. El peligro de las sirenas
Las sirenas eran criaturas marinas especiales que entonaban cantos irresistibles para toda tripulación. Con mitad cuerpo de mujer en su parte superior y de pez en la inferior, eran armoniosas y melódicas cuyas canciones seducían a los marineros, que, con los cantos quedaban encantados y hechizados hasta el punto de que se lanzaban al mar y finalmente morían. Pero, para evitar este fatal desenlace, Odiseo tapó con cera los oídos de sus hombres para que no pudieran oír los halagadores y seductores cantos. Y él, para evitar sucumbir a los mismos, se mandó atar fuertemente al mástil de la nave y ordenó a la tripulación que no lo liberasen bajo ningún pretexto. Odiseo fue el único que escuchó la voz de las sirenas, que le insistían: “Acércate y detén la nave para que oigas nuestra voz”, y Odiseo hubiera sucumbido, pero sus hombres remaron sin escuchar y así consiguieron salvarse.
3. Entre Escila y Caribdis.
La tripulación griega tenía que atravesar un estrecho canal entre dos enormes acantilados, dominados por dos horribles monstruos: Escila (Σκύλλα / Skýlla) y Caribdis (Χάρυβδις Chárybdis).
Escila era una ninfa que fue transformada en un monstruo marino con rostro y pecho de mujer y cola de pez, seis cabezas de perro y doce patas de cada animal que le salían de la cintura. En la cabeza tenía tres hileras de afilados dientes, de forma que emitía un aullido similar al de un perro. Mientras la nave cruzaba el estrecho, Escila estiró sus largas patas y agarró a seis marineros y los devoró. Al ver el peligro, Odiseo cambió el rumbo, acercándose al otro extremo, donde se encontraba el otro acantilado y, junto a él, el monstruo Caribdis. Este hundía todas las embarcaciones en la profundidad de un enorme remolino, succionándolas, y posteriormente devolvía los restos de las destrozadas naves a la superficie, vomitándolas. En medio del viento impetuoso y sin saber cómo, arrastrada la proa hacia el torbellino y pareciendo que estaba todo perdido, lograron pasar sin ninguna pérdida material, pero sí humanas: seis hombres. Estaban muy tristes, pero debían continuar el viaje.
Escila y Caribdis habitaban en el actual estrecho de Mesina, que separa la isla de Sicilia de la región de Calabria en la península italiana. Escila se encontraba en el lado de Calabria, mientras que Caribdis estaba en la parte siciliana. Era un paso tan estrecho que el disparo de una flecha podría acertar el blanco. Posteriormente, los dioses transformarían estos monstruos en una roca, existente todavía hoy.
4. Las Vacas de Helio y la llegada a Ítaca.
Continuaron viajando y arribaron de nuevo a las costas de Sicilia, pero esta vez no al lugar poblado por los cíclopes, sino a la parte gobernada por el dios solar Helio (ἥλιος / hḗlios). Los hombres de la tripulación que se habían salvado fueron advertidos por Odiseo para que, cuando desembarcaran y caminaran por la isla, no se apoderaran de ninguna propiedad. De esta forma pretendía evitar acumular más problemas. Mientras tanto, Odiseo prefirió descansar y quedó profundamente dormido. Pero los griegos pronto olvidaron las recomendaciones de su jefe y desobedecieron. Y aunque el objetivo era únicamente coger agua potable para poder continuar con el viaje, el hambre que padecían y la visión de unas tentadoras vacas no les hicieron prever las consecuencias: sin pensarlo dos veces, mataron las mejores vacas, las asaron al fuego y las comieron, no sin antes ofrecer un sacrificio a Zeus, padre de los dioses.
Helio se enfureció y se quejó a Posidón, dios marino, que ya estaba irritado contra Odiseo por haber cegado a su hijo, el cíclope Polifemo. Posidón desencadenó una enorme tempestad en alta mar y la nave en la que viajaban los griegos queda destrozada. Hubo algunos que perecieron, pero Odiseo se salva y, nadando, llega otra vez hasta el país de los Feacios, que en esta ocasión no se detiene mucho tiempo, y estos habitantes lo acompañan en una nave que lo traslada a Ítaca. Llegados a la isla, la patria de Odiseo, éste se queda dormido en la costa y sus acompañantes Feacios lo dejan descansar mientras ellos emprenden el viaje de regreso. Pero un furioso Posidón castigará a los Feacios por haber ayudado a Odiseo a conseguir su objetivo, hasta el punto de que no pueden llegar a su destino porque Posidón petrifica la nave y perecen en el mar.
Nuestro héroe ha llegado ya a su ansiado destino. Todavía le quedan situaciones complicadas que resolver: ser reconocido por los suyos y poner orden en su casa.