El Bohío Caraqueño

Todo bien

16 mayo 2022

         Me acuesto en llamas, y justo antes de cerrar los ojos, en esa difusa frontera de la vigilia, mi lengua piensa en voz alta, me arrastra en modo indeliberado hacia una profunda tendencia a pronunciar palabras inconexas, “Mi padre el inmigrante”, “Rebeca”, “Mijaíl Tal”, solo doy, por cierto, al “Mago de Riga”. Sumergido pues, en cavilaciones que sedan mis últimos rastros del yo, cierro los ojos, abro las puertas de las percepciones, hundiéndome en los templos del misterio, así me duermo, liviano y manso, sin ruidos, pero la tregua es efímera, súbito, con una involuntaria brusquedad, me desvelan las lamentaciones de Renato, ese borracho de mierda, que a tropezones va por la calle, vociferando a todo pulmón las mismas mariqueras de siempre de que “Nadie quiere a nadie y menos pelando”, abro mis ojos, cierro el inframundo, abro los oídos y cierro la boca, no sin antes echarle una mentada de madre al pajuo ese. No me queda otra que la de sincronizar con la noche profunda, de esas que producen, infinita pléyade de astros luminosos y una blanca luna, esa blanca luna que atrae una brizna sutil y una densa neblina desde La Pastora.

         A este punto, decido quitarme la cabeza aun encendida e intento encontrar un espacio acorde para la contemplación sideral y la poso en el asfalto, se enciende el botón verde, reiniciándose el carrusel de imágenes al azar, evocaciones desordenadas, impulsivas, de improvisto emergen las improntas de mi estadía en Italia, llegué sin hablar, traía una deuda de niño, una melodía que escuchaba en la radio y me envolvía aun sin entender la letra, con esta piedrita en el zapato, encontré trabajo en la discoteca “La Dolce Vita” en la ciudad de Rimini, seguía sin hablar, armado con un papel en el bolsillo, con diez palabras, no más, tavola, bicchiere, prego… Allí conocí toda clase de personajes, mujeres hermosas, borrachos, yonquis, anómalos, amigos, conocidos y enemigos, rostros imborrables.

         En lo a mí respecta, cada vez que penetraba en el vagón del tren, en la estación de Jesi, con destino a Rimini, a menudo experimentaba una cálida sensación de sosiego, apreciar la campiña, esos rastros etruscos, extensas comarcas cultivadas, el viento que soplaba a la costa desde el mar, más que un viaje, era un paseo a través de ese collage adriático. Sin darme cuenta aprendí el idioma, y en unas de esas idas y venidas en tren, llegué una noche de otoño al bar de la estación del tren de Rimini, siempre llegaba un par de horas antes de entrar a trabajar en la discoteca y esperaba allí, pero esa vez era una ocasión especial, sonaba aquella canción, esa que me encantaba de niño, pues las sensaciones profundas, solo se pueden expresar con silencios y suspiros, por fin entendía la letra y el mensaje, era tal cual como lo imaginaba cuando me sentaba al lado de la vieja radio, era “Sotto il segno dei pesci” de Antonello Venditti esa noche, bebí pausadamente muchas cervezas, falté al trabajo y me quedé toda la noche paseando por la ciudad, de bar en bar, luego terminé en la playa hasta que saliera el alba, de regreso a casa de mi hermana, me robaron en la estación, me importó una mierda. Intento hacer síntesis de mis vivencias, pero resulta imposible, porque son un aguacero de retratos…

Aquella hermosa rumana que conocí en Ancona, mi ida a Suiza, representar a Jesi en un torneo regional de ajedrez, esa tarde sentado a solas en un banco de “Piazza Giardino”, me sentía tan pero tan triste y a lo lejos pasaba un completo desconocido, un señor con atuendos y perfil árabe, otro inmigrante como yo pues, y al cruzar miradas me sonrió y me saludo levantando el puño, fue gesto tan hermoso y solidario, que súbito me subió el ánimo, gracias, donde quiera que se encuentre, nunca olvidaré a ese enviado, tampoco olvidaré que en esa misma plaza, en el “estate” del 94 presencié un concierto de rock sinfónico, yo tirado en la grama, escuchando “Lucky Man” de Emerson, Lake and Palmer, en un ambiente tan surrealista. Luego, Sin darme cuenta regresé a mi Caracas que tanto extrañaba, aunque confieso que hubiese preferido quedarme en Europa.

En fin, anduve por esos caminos que conducen a Roma, presenciando lo bueno y lo malo. Por cierto, recientemente supe, que el viejo Renato a causa de padecer por muchos años de glaucoma que lo dejó ciego, se había vuelto aún más pesimista, sin abandonar el hábito de la bebida, cuentan, que en ocasiones en esas noches profundas, se dejaba llevar por su desaforado pesimismo y grita a todo pulmón, “Nadie quiere a nadie y lo que reina es la oscuridad”, pobre Renato, cuanto me gustaría decirle, que en esas noches estrelladas, no es que domine la oscuridad, es que cada vez, de a poquito, aparece una nueva estrella que ilumina nuestra manto celestial.

Música:
.Sotto il segno dei pesci de Antonello Venditti.
.Chanson pour l'auvergnat de Georges Brassens.
.Lucky ManEmerson de Emerson, Lake & Palmer.

Fotografías:
.Google maps
.Wikipedia
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