Gastronomía

Sobreviviendo a mi verano, historias de un fofisano

31 agosto 2024

Bienvenido sea el verano… por fin voy a tener tiempo para mis cosas, quizás me cuide un poco, haga deporte como en esas estampas idílicas de película en las que amanece y están corriendo en la orilla de la playa mientras sale el sol y las gaviotas vuelan rasante cogiendo pequeños moluscos mientras la bajamar deja al descubierto coquinas y chirlillas varias.

Me he comprado unas bermudas, pantalones técnicos para salir a correr y esas camisetas de colores fosforescentes que se lavan y secan enseguida y no es necesario planchar. No sé si me siento muy cómodo, me he dejado llevar por las modas. Toda la vida ha hecho deporte la gente sin vestirse de cup cake de frambuesa. En fin.

He comprado aguacates, salmón ahumado, semillas de chía… hasta bayas de goji. Que dicen que son muy buenas para todo.

Me he ido a la esteticien y me he depilado. Voy a estar cañón este verano.

He hecho la maleta, me he cenado un yogurt, muesli, dos tortitas integrales y un puñado de nueces. Se ha hecho tarde y las claras de huevo embotelladas que compre siguen esperando a que cene la tortilla de claras con fiambre de pavo. Es que me da pereza hacer esa tortilla con lo que se pega. Espero que no se ponga mala y dure hasta la vuelta.

Me echo al sofá, conecto netflix, veo un capítulo de mi serie y me quedo adormilado. La vibración del móvil me despierta. Es la churri. Que está nerviosa también por las vacaciones. Me he desvelado un poco. Me acerco al mueble del salón y camino hacia el sofá…

Demonios, me acabo de engullir dos chocolatinas y no he sido consciente de ello hasta que no he tirado los papeles del envoltorio encima de la mesa. Encima la mitad de los papeles se me han caído al suelo. Mañana los recojo. Le doy al play de nuevo, le doy al mando hacia atrás hasta donde recuerdo haber visto sin dormirme y sigo con la serie.

El sol me despierta entrando por la ventana. Mierda! Llego tarde. Me visto en dos saltos, me lavo la piñata y salgo echando leches con la maleta de mano y la mochila al hombro. Tengo que recogerla y salir por patas hasta el aeropuerto. En el ascensor recuerdo que no he desayunado. Los aguacates estarán arrugados, el salmón caducado, las claras para tirar y el pavo me lo deje abierto, seguro que a la vuelta tiene moho. El depósito está temblando. Paro en la gasolinera y lleno. Pero en el estómago tengo un gato arañando que pide alimentos. No pasa nada, en vacaciones voy a cuidarme, voy a pillar algo. Un sándwich de cangrejo, unas rufles y un café de Starbucks. Madre mía que sartenada de calorías. Ya le puedo decir a esta que mañana al amanecer salgamos a correr por la playa. Seguro que le hace ilusión verme tan iluminado con mi ropa nueva.

Ella esperaba en el portal, disimulo sacudiendo las migas para que no se dé cuenta de que ni siquiera el empezar de cuidarme ha salido como esperaba, y paso de oír un te lo dije… ignorante de mi…. El olor a glutamato monosodico y aromas de jamón de las rufles invaden el habitáculo del coche. Y ella se ha dado cuenta de mi infidelidad nutricional. Me besa y empieza mi primera digestión del día.

Llegamos al aeropuerto, dejamos el coche en el parking de larga estancia y corremos hacia la zona de salidas. Cruzamos el checking, nos olvidamos de las maletas y esperamos las dos religiosas horas. Comiéndonos a besos, abrazados y emocionados por disfrutar nuestras vacaciones. No habían pasado ni 30 minutos y ya no sé si fueron los nervios pero nos entró algo de gusa.

En el dutti free había chocolates, snacks varios y cientos de alimentos procesados y llenos de maldita grasa y azúcar….

Ella decidió coger un bocadillo de jamón, yo un vegetal prefabricado… lo engullí en segundos y al acabar me pico la curiosidad. Leí la etiqueta y zasca… más calorías que una paella de mi abuela. Menos mal que los paseos de la playa quemaran mañana mismo este descontrol.

En el avión… solo teníamos 8 horas por delante. Así que a dormir. Pero entre siesta y siesta nos bebimos unas cocas colas. Eso sí. Zero pelotero, lo malo es que también nos comimos unas patatillas y unos cacahuetes.

Cuando llegamos al hotel, estábamos agotados. Pero nos pusimos los bañadores y nos fuimos al bar de la piscina. Como disfrutamos. Acua-aerobic, waterpolo… y llegamos al buffet algo mareados por los 7 daiquiris que nos metimos entre pecho y espalda.

Por fin llegamos al buffet donde podríamos comer sanos.

Pero como vamos a dejar de disfrutar de todos estos manjares. Mariscos, ensaladas con deliciosas salsas, arroces increíbles, pescados desconocidos para mi… poca cantidad de cada cosa, pero a lo que acabo la comida no podría haber sido capaz de comer ni un profiterol más. Menos la que pedí el café con edulcorante.

Pero eso solo fue el principio. En los desayunos siguientes me di por vencido. Será a la vuelta de vacaciones cuando me ponga a comer sano de verdad. Ahora es imposible.

En un solo día desayunábamos lo mismo que en una semana en casa. Vamos a quemar la pulsera del todo incluido baby…

Como disfrute de esos días. Cuando hacíamos las maletas para volver nos dimos cuenta de que ni siquiera habíamos sacado del bolsillo de la maleta la ropa de correr. Pero da igual la estrenaremos cuando lleguemos al pueblo. Allí los días son más pausados y queda tiempo para todo.

Bajamos del avión de vuelta en nuestra ciudad. Pero cogimos carretera y manta al pueblo para acabar las vacaciones. En cuanto llegamos y entramos en casa de la yaya fue como volver a nuestra infancia. Ella corrió a saludar a sus amigas, hacia un año entero que no las veía. Y yo entre a la cocina a ver a mi abuela que estaba con la mama. Habían hecho fritada, buñuelos de bacalao y flan para comer. La yaya sabe que esos buñuelos me dan la vida.

Fue despertarnos de la siesta y se escuchó el bando en los altavoces del pueblo.

Mañana empiezan las fiestas y acaban el domingo. Nosotros volvemos el lunes así que nos la vamos a pasar de fábula. Pero de momento esta tarde a la piscina. Reencontrarme con ellos me aporta tanta felicidad. Los amigos del pueblo son como mis hermanos. En un momento los botellines vacíos llenaban la mesa de la terraza. Dos chapuzones y ya van a echar el cloro. Hay que ir para casa. Ella en su bicicleta de paseo de toda la vida, yo en la bici de montaña de mi hermano, no sé si son las cervezas o las raciones que nos hemos comido para pasar el rato, pero la cuesta para llegar al pueblo va a hacer que me salte el corazón por la boca.

Al llegar a casa no teníamos ni gota de hambre, pero la abuela no iba a aceptar una negativa. Calabacín rebozado, costillas de palo y melocotones del tío josemi.

No me entra ni el café.

Me da la risa floja porque me acorde de cuando al inicio del verano me dije que me cabria la ropa de la peña de hace unos años.

Nada más lejos de la realidad. Me enfunde la camiseta entre sofocos y al final la tire al suelo cabreado. Rebusque otra camiseta o polo que ponerme y ahí estaba la camiseta fosforita, impoluta y con la etiqueta sin quitar. Me dio rabia y me cabree conmigo mismo.

Pero sonó el chupinazo, cabalgata, y vermut. Siesta y café concierto. Repartieron pastas del horno de Vergara, muy buenas por cierto. Mientras soltaron las becerras en la plaza de vacas planificamos la cena en el bar del pueblo. Y sin darnos cuenta mi mano izquierda sujetaba un cubata, eso sí, lo pedí con refresco Zero de nuevo para no abusar.

Ella se descojonaba de mí. Pero me agarro y bailamos el Paquito chocolatero.

Se acabaron las fiestas. Los que tenéis familia en el pueblo ¿sois conscientes de las fuentes de comida que preparan las guisanderas? Nosotros sí, y cuando subíamos al coche de vuelta a la ciudad por la ventanilla en el último momento entraron varios tuppers de sobras de delicias de la mama y de la suegra. Además de tomates y hortalizas en una bolsa del alcampo.

Aún quedan unos días para acabar el veranos, y ella se queda en casa hasta que empiece el curso. Llegamos a casa descargamos y al abrir la nevera dimos un salto hacia atrás. Como olía. El salmón estaba florecido, a las claras algo les había pasado, habían cambiado de color. El pavo estaba pegajoso y los aguacates más negros que el sobaco de un grillo.

-¿Pedimos algo?….. Dije con el móvil en la mano mientras agarraba las asas de la bolsa de basura con los cadáveres healthys de mi nevera y las malditas bayas de goji…

Me auto engañé al pedir sushi… arroz y pescado, eso es sano ¿no?

Al día siguiente por fin estrené mi ropa de deporte. Pero no me apetecía correr, así que la usé para ir al súper e intentar enmendar mis errores.

Pero antes, entre al bar y pedí un café. Ella pidió unos churros.

Te amo, pero no me mates con tomate, mátame con bacalao.

Buenos días, buenas tardes, buenas noches….. escribió para todos vosotros……

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