Pintura

Paul Cézanne

19 noviembre 2022

Dicen los músicos que en Bach está toda la música. De Paul Cézanne se puede decir lo mismo, sus obras contienen toda la pintura moderna. Es el puente entre el siglo XIX y las nuevas propuestas del XX.

Pero en vida, Cézanne fue un pintor ignorado. Patológicamente arisco, misántropo, incapaz de soportar el contacto físico, apenas expuso y no confió jamás en el mundo del arte. Para ser más exacto, nunca confió en nadie. Sólo tendría la admiración de algunos de sus más modernos contemporáneos, y sin embargo, marcó el camino a las nuevas generaciones, como Picasso, Braque y Matisse que afirmaron: «Cézanne es el padre de todos nosotros».

Frecuentaba los bares donde los impresionistas hacían sus tertulias, pero mientras el endiosado Manet conversaba con el ingenioso Degas y el carismático Monet, Cézanne se sentaba en un rincón mirando con el ceño fruncido a los demás, pero si tenía que hablar, daba un golpe en la mesa gritando cualquier improperio y se levantaba saliendo del bar de un portazo. Era incapaz de explicar sus argumentos.

Los demás se encogían de hombros y seguían bebiendo.

Nadie, salvo algunos artistas como Pissarro, parecía ver que su pintura era el futuro.

Cézanne era la permanente duda. Duda en su vocación, en su pintura, en los que le rodeaban. Vamos que Hamlet fue un aprendiz a su lado.

En una ocasión, un arriesgado joven pintor se acercó a él para expresarle su admiración, Cézanne dio uno de sus típicos golpes en la mesa y gritó “¡No te burles de mí! ¿Cómo puedo creer que ves algo interesante en mis cuadros si todos esos idiotas que escriben tonterías sobre mí nunca pudieron percibir nada…?”

Tenía motivos para desconfiar. Aunque postimpresionista, de las pocas veces que expuso lo hizo junto con los impresionistas Pissarro y Monet, obteniendo un fracaso rotundo sin paliativos. De hecho, la crítica dijo “¿Cómo puede exponerse la obra de un borracho drogadicto limpiador de cloacas?”.

No es de extrañar que después de no haber sido admitido en la Escuela de Bellas Artes, de que nadie creyese en él, de no vender ni una obra, pero ni una, leer esas críticas le hiciesen dudar de su propia valía.

Tenía un amigo fiel de la infancia, que sabía de su genialidad, en el que confiaba, con el que se carteaba abriendo su alma y expresando sus dudas. Era el escritor Émile Zola.

Cuando incapaz de verbalizar sus ideas y sentimientos, siguió los consejos de su padre apartándose de la pintura para estudiar Derecho y continuar pintando solo como afición, Zola le escribió diciéndole: “Querido amigo; o abogado o pintor. ¿Cuándo has visto un abogado con la toga manchada de pintura? ¡Di lo que piensas! ¡Habla! Eso sí, sin gritos, pero por las barbas del diablo, por el rabo del diablo, por el ombligo del diablo, por quien quieras, pero ¡Habla!”.

Dicen que “la letra mata” y Zola escribió una novela titulada “La obra” basada en un joven pintor que fracasa y termina suicidándose.

Cézanne pensó que se refería a él y nunca más le dirigió la palabra ni volvió a mencionar su nombre.

Por no hablar, ni siquiera contó a su padre su relación con Hortense Fiquet hasta que el hijo de ambos tuvo 24 años.

De Hortense pintó veintiocho retratos.  A saber, cuántas horas -es seguro que semanas- tuvo que pasar inmóvil la pobre mujer.

Madame Cézanne era una de las pocas personas que pudo aguantar el temperamento del artista, quien no tenía precisamente prisa a la hora de pintar. Analizaba cada pincelada, la evaluaba, la pensaba. Había veces que entre pincelada y pincelada pasaba una hora. La obra iba cobrando forma por el volumen que crean las pinceladas simétricas, no mediante el dibujo. Eso sí, mientras tanto, los músculos del modelo de turno sufrían calambres y picores. Si una mosca se posaba en su rostro, lo mejor era no mover ni una pestaña para no tener que repetir el proceso. O lo que era peor… recibir una de las legendarias broncas del pintor.

Hortense es inconfundible: moño y raya al medio, ojos almendrados, nariz ancha y la poderosa mandíbula. Con las manos agarradas en el regazo, la mujer espera resignada a que el genio acabe, ligeramente inclinada, reposando sobre el brazo de la butaca.

Merece la pena que ampliéis la cara para analizar las pinceladas a base de colores complementarios, casi fauvistas, pero veinte años antes.

¿Y qué me decís de la falda? Con una riqueza cromática impresionante y el mismo nivel de estudio pictórico que la cara. Todos son objetos pictóricos. Ese era su estilo, sólido, que tanto impresionó a los artistas venideros.

«Toda la naturaleza se moldea según la esfera, el cono, el cilindro. Hay que aprender a pintar sobre la base de estas figuras simples; después se podrá hacer todo lo que se quiera»

En el cuadro “Los jugadores de cartas” podemos ver cómo los volúmenes de los dos jugadores están definidos con sus características formas geométricas, que acabarían llamando la atención de Picasso y los cubistas. Matisse por su parte, se acabaría obsesionando también por los colores de Cézanne y llegaría a prácticamente copiar algunas de sus obras. Aunque como decía Picasso “Un artista copia, un genio se apropia”

Sea como sea, Cézanne es considerado unánimemente el padre de la pintura moderna, y este cuadro en concreto, uno de los iconos de la historia del arte universal con esos míticos dos campesinos jugando a las cartas y una botella de vino en medio en la que se refleja la luz.

Se distorsiona inteligentemente la perspectiva, fijaos en que la perspectiva de la mesa no coincide con la de los jugadores, se emplea la simplificación geométrica y se usa la técnica del facetado, características que adoptarían los cubistas 15 años después.

Los últimos diez años de su vida los pasó solo, recluido en su casa de Aix-en-Provence y curiosamente fue cuando empezó a tener éxito en Paris. Cuando el también pintor Vaillant organizó la primera gran exposición con las obras de Paul Cézanne, con gran éxito, este ni se molestó en asistir y lo mismo sucedió con las siguientes.

El 17 de octubre de 1906 volvía el artista de realizar una de sus habituales sesiones al aire libre cuando le sorprendió, cargado con su caballete y sus pinturas, una tormenta. El frio, la mojadura, junto con su avanzada diabetes hicieron que quedase inconsciente en una cuneta.

No se sabe el tiempo que pasó ahí. Lo encontró casualmente un carretero.

Cinco días más tarde falleció de neumonía.

Y lo dejamos aquí porque queda mucho Cézanne para ser comentado.

Nota del autor: Paul Cézanne es mi pintor favorito por si no lo habíais notado y dejo la puerta abierta a una segunda parte, menos biográfica y más pictórica. Por cierto, el facetado, simplificándolo mucho, es la descomposición en planos de una superficie curva. Véase el mantel del cuadro de Los jugadores de cartas.

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