El ombligo de Venus

D

Con este nombre tan sugerente se conoce a la planta que da nombre a esta sección, y que podemos encontrar en toda la península ibérica, además de en Baleares, sur de Europa y Noroeste de África, hasta los 2000 metros de altitud. Su nombre científico, Umbilicus rupestris, significa literalmente «ombligo de las rocas», porque es precisamente en las grietas de las rocas donde podemos encontrarla más fácilmente. Pero tiene muchos más nombres comunes que tienen mucho que ver con sus características y propiedades.

Sus carnosas hojas son inconfundibles, de forma redondeada y con el borde formando unas ligeras ondas, lo que se conoce como «hojas festoneadas». Éstas crecen más grandes en la base, y van decreciendo de tamaño conforme la planta gana altura. Otra característica de sus hojas, sobre todo de las de la base, es que son hojas «peltadas», que significa que el rabillo de la hoja, o «peciolo», se inserta en la hoja en su centro de forma más o menos perpendicular. Es allí donde se forma un pequeño hoyuelo en el centro que recuerda a un ombligo y de donde le viene ese nombre tan particular por el que se la conoce desde la antigüedad. Aunque tiene otros muchos nombres populares, como «oreja de monje» o «sombrerillos». A mí, personalmente, me recuerdan a una gramola antigua. Cosas de la imaginación.
Crece a lo largo de un tallo recto y suele alcanzar alturas entre los 15 y los 40 cm, aunque puede hacerse más grande. La inflorescencia se da en un largo racimo, que puede ocupar tres cuartas partes del tallo.
Pertenece a las «Crasulaceas», una familia de plantas «suculentas». Es decir, plantas que son capaces de almacenar agua en alguno de sus órganos. Esta adaptación le permite crecer en entornos tan difíciles y con tan poca tierra como las grietas de las rocas, las tapias o bajo las techumbres viejas, porque está preparada, además, para soportar la escasez de agua.

Es una planta comestible, con un sabor que recuerda a los guisantes con un toque de pepino. Se pueden consumir las hojas tiernas crudas o cocinadas. Tiene una textura muy agradable y fresca, dada la cantidad de agua que almacena en sus hojas. Un nombre que reciben en las zonas de Cantabria y Castilla León es «Chuletas de pared». A chuletas no saben, ya os lo digo yo, pero sigue siendo de mis favoritas.

Pero lo que la ha hecho tan especial a lo largo de los siglos son sus propiedades medicinales. Ya Hipócrates en el S. IV a.C. recomendaba su consumo. Pero fue Dioscórides, en el S. I quien citó sus múltiples usos medicinales, algunos de los cuales han llegado hasta nuestros días.
Su uso tradicional se basa en su contenido en mucílago que, junto con otros compuestos, le otorgan propiedades analgésicas y antiinflamatorias.
Se ha documentado su uso para casi todo! Para el sistema circulatorio, para las llagas de la boca, para trastornos estomacales, para eliminar cálculos renales, como antiinflamatorio… No en vano, en algunas zonas de Andalucía se la conoce con nombres como «curalotodo», o «todolosana».
Pero su uso más extendido es para el tratamiento de afecciones de la piel, en concreto, como antiséptico en heridas o quemaduras. Se aplica como cataplasma, machacando las hojas, o bien quitando la «telilla» de las hojas y aplicándola directamente. Son como las tiritas del monte.

Ahora ya conocemos un poco más de esta planta, este tesoro de nuestros montes y nuestros pueblos, el Ombligo de Venus. Venus, la diosa del amor, ni más ni menos. Sin duda, se merece este nombre, ¿No os parece?

Las fotos al igual que el texto son cortesía de nuestra colaboradora jaquesa, que también nos propone el vídeo que aparece cuando pulsamos sobre el play en la foto de portada!!