Donde las aves Anidan

Nueva vida

26 diciembre 2022

Enfilaron el camino a Tutela sabiendo que iban a ser abordados por algún grupo. Ellos decían abordados por no querer admitir que iban a ser asaltados. Habían ensayado por la vía a Segia la estrategia a seguir cuando esto ocurriera. Iban a mostrar toda su impedimenta que no era otra que comida, bebida, ropajes y algún pequeño cuchillo para valerse durante el camino y seguidamente solicitarían ser acompañados para unirse al grupo.

Aquel día hacía un frío endemoniado. Había llovido el día anterior y se levantó el viento norte dándoles de cara, que llegaba a dificultar la marcha haciéndola más fatigosa. Vestían ambos el sagum, que les proporcionaba una temperatura corporal aceptable. Los llanos que otrora fueran mares verdes de idílicos bosques estaban ya preparados para la siembra. Aún se veían yuntas de animales aquí y allá terminando las labores propias del oficio. En fin, normalidad que no hacía presagiar que a pocas millas de allí se fraguaban acontecimientos que cambiarían la historia de los habitantes del convento cesaraugustano.

La jornada prosiguió sin mayores contratiempos como no fuera el que no se cruzaran con nadie. Aquel silencio parecía premonitorio. De hecho, esa vía no era transitada por nadie que no fuera armado o con suficiente escolta. Al acabar el día se refugiaron en un abrigo de los que utilizan las gentes del campo y allí durmieron no sin antes hacer planes de dejar el camino si no eran abordados y adentrarse por las vales o subir a las muelas, interminables muelas. Quizás desde allí se podría divisar algo que les diera señales de vida. A la mañana siguiente no hizo falta continuar con los planes, se toparon con un pequeño grupo de las gentes que iban buscando. Sin mediar palabra alguna, se posesionaron de los sagum. Cuando iban a continuar con los higos secos, Arranes hizo un gesto de ofrecer vino de la bota que dejó descolocados a sus asaltantes. A continuación, Abulo, en tono solemne, afirmó que querían unirse a ellos. Se hizo un silencio absoluto, se cruzaron miradas entre todos y uno de los asaltantes afirmó: «No es la primera vez que nos ocurre, pero no es frecuente que gentes de la ciudad lo quieran hacer». Más tarde comprobarían que esa afirmación no era del todo correcta, pues encontrarían grupos con evidencias de haber sido educados en ambientes urbanos.

El caso es que, en buena armonía y recuperando uno de los dos sagum que compartieron, emprendieron la marcha fuera de la vetusta vía entre barrancos y llanos. No era un camino especialmente difícil de recorrer, pero sí laberíntico. Entendieron las dificultades y negativas de las tropas a entrar por semejantes vericuetos. Era sencillísimo preparar emboscadas o desaparecer sin dejar rastro si la cosa se ponía difícil. No tardaron demasiado tiempo en cruzarse con pequeños grupos que parecían comunicarse con señas y contraseñas, pero no intercambiaban apenas palabras. Parecían provenir de orígenes diversos y seguramente con distintos grados de comprensión de la lengua del imperio. Más adelante lo comprobarían. También comprobarían que esta lengua, tan familiar y dominada por ambos, no era ni mucho menos la utilizada mayoritariamente por esas gentes que se limitaban a utilizar términos y frases cortas para luego continuar en sus respectivas jergas. De todos ellos, predominaba con mucho, uno que a Arranes le resultaba más familiar, y es que muchas de las palabras habían sido pronunciadas por sus padres y por él mismo. Más tarde sabría que era la forma de hablar de los campesinos de su tierra de origen, más grande de lo que él suponía, que trascendía de las tierras que ahora pisaban para hablarse a uno y otro lado de ellas. Comprendió que lo que para él era un argot profesional, para los campesinos que mayoritariamente formaban los grupos de brigantes era su lengua aún usada.

Al final del día y al pie de una de las innumerables muelas de la zona, comenzaron a ascender un tortuoso camino por el que llegaron a una zona boscosa. Después de un corto trayecto, alcanzaron un claro en el que, por fin, había un campamento. Les sorprendió la organización y febril actividad, a pesar de haber entrado en el crepúsculo. Grupos de gentes aquí y allá curtiendo pieles, trabajando la fragua o tejiendo hilos, sin olvidar los calderos dispuestos para la comida fuerte del día.

Abulo y Arranes fueron invitados a permanecer a un lado del campamento, sin llegar a entrar, mientras sus acompañantes se dirigieron a una de las tiendas donde entraron. Había anochecido ya cuando salieron acompañados de un hombre que, por la silueta entre las hogueras, tenía el porte de un oso. Después de departir con lo que parecían consejeros durante el trayecto que los separaba, les hizo una seña para entrar y volvieron todos a la tienda, donde estuvieron largo tiempo poniendo en común vivencias, historias y estrategias, no sin cierta dificultad ya que era evidente que no compartían la misma lengua. Estaba muy interesado en la procedencia de ambos y se le vio contento cuando ambos dijeron proceder de Cæsaraugusta. No dejaba de estar sorprendido por la decisión de abandonar la urbe, pero quedó un tanto perplejo cuando le dieron que por mucho que pensara en la vida fácil de la ciudad, esta había devenido en tortura. Una tortura económica, moral y física, siendo ellos amantes, por encima de todo, de la libertad.

Comentó que provenía de más allá de las tierras de los pueblos germanos que ahora apuntalaban al imperio, que acompañaba a un caudillo que atravesó toda la inmensa estepa para enfrentarse a Roma, pero lo abandonó junto a otros generales suyos por la oferta que éste hizo a su emperador de detener a estos pueblos germanos. Él ansiaba junto a otros el enfrentamiento, pero se veía traicionado por quien había sido su mentor y maestro. Nada sabía de que, al final, el traicionado sería su caudillo con la alianza precisamente de Roma con los germanos contra ellos. Se habían visto en tierra de nadie y decidieron continuar hacia el sur a las tierras de Hispania, acompañando a otros grupos de germanos, pero evitando enrolarse como mercenarios. Ya en la península, muchos de estos grupos se vieron obligados al pillaje ante la falta de pago por la administración del imperio e incluso a la permisividad para hacerlo.

Enterados de la toma y posterior caída de Araciel hacía algunos años, villæ cercana a Gracchurris por un pequeño grupo de brigantes seguramente originarios de esta ciudad y de Calagurris, convinieron que las posibilidades de dedicarse al pillaje eran grandes, por lo que retornaron a la otra orilla del gran río para entrar en la terra ignota, donde abundaban las partidas de bandoleros. Con sus grandes conocimientos de las técnicas de guerrilla, no les resultó difícil hacerse con el caudillaje de todos ellos. Incluso brigantes del otro lado del gran río fueron atraídos a sus filas desde los montes del mediodía. En la actualidad se encontraban en la fase de formación para el combate y todo lo que eso conlleva, como la aspiración a mayores metas.

A la pregunta de si era él el responsable militar de aquella gente, sonrió y con la cabeza hizo un gesto de negativa. Solo era un general más a las órdenes de otro superior. No obstante, parecía ser un personaje de relevancia ya que, en el tiempo que duró la primera entrevista, varias personas se le acercaron para pedir instrucciones sobre temas que no llegaron a escuchar. Parecía estar muy interesado en los dos recién llegados y les comentó que seguirían hablando, pues le había parecido muy interesante la conversación y creía que tendría planes para ellos. Después de ello, disolvieron la reunión y fueron invitados a entrar en una tienda que, aunque destartalada, les pareció un palacio tras haber dormido varios días a la intemperie. No estaban solos, otros recién llegados estaban ya instalados y les hicieron un hueco. Un mendrugo para cada uno y varios higos que llevaban fue lo único que les quitó el hambre que arrastraban. Jergón y descanso, que el día siguiente se presumía movido. No tuvieron tiempo de entablar conversación ya que la fatiga los vencía.

La mañana siguiente era esplendorosa. El viento había cesado y lucía un sol magnífico, aunque el frío de la noche los había dejado entumecidos. Pronto, varios individuos se presentaron en la tienda y hablaron con ellos. Entendieron de inmediato que se les requería para iniciar una formación militar tanto a los dos como a sus compañeros de tienda. Sin embargo, no fue como ellos pensaban, ya que realmente esta formación iba a ir dirigida hacia la ingeniería y la intendencia. Brazos fuertes sobraban en el grupo, pero faltaban artesanos y gente con formación escolar, y ellos entendían mucho de los trabajos del metal y del cuero.

Así es que, tras varias semanas de instrucción básica, se le encomendó la tarea de aprovisionamiento de correajes y otros elementos complementarios de la milicia a Abulo y de armamento propiamente dicho a Arranes. El primero conocía perfectamente el oficio de curtidor, pero no fue necesario, ya que los había en los campamentos, y muy buenos. La materia prima no sobraba, pero entre la caza de venados y otras piezas, la requisa de caballerías por los territorios cercanos y el material aportado por mercenarios desertores se consideró suficiente. Era más importante el acondicionamiento del material ya existente a las necesidades actuales y futuras que la provisión de más materia prima.

En cuanto al segundo, conocedor de los trabajos de la madera y el metal, no tuvo dificultad alguna en la provisión de lo primero, pero todo el metal que encontró en el campamento era, en general, de mala calidad. Añoraba los panes de hierro que llegaban en bruto de la no distante Bílbilis y otras localidades situadas en los montes al otro lado del gran río, aunque no desdeñaría los que vinieran de Turiasso, la de los grandes manantiales, más cercana y quizás asequible a una incursión. Debería refundir parte de ese metal para darle la calidad que requería el nuevo uso, el templado. En realidad, la organización no parecía la de gentes dispersas, sino con una perfecta disposición militar. Se notaba ya la mano de los nuevos mandos y, aunque las gentes que allí habitaban procedían de ambientes históricamente pacíficos, era un hecho que se preparaban para la guerra. A todos ellos, la necesidad, la usurpación de su sustento y las repetidas traiciones de la administración del imperio los habían unido.

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