Pintura
A tola
14 enero 2023
Dalí decía de ella que era “mitad ángel, mitad marisco”.
Nacida en 1902 en “a Mariña Lucense”, en la población de Viveiro, Ana María Gómez González, conocida como Maruja Mallo, fue la cuarta de catorce hermanos. Sus padres adelantados a su época educaron a todos sus hijos e hijas en la igualdad. De pequeña pudo disfrutar de una libertad que pocas niñas tenían y de una infancia en la que le era permitido “hasta” montar en la bicicleta de sus hermanos y unirse a ellos en todos los juegos como una más.
A los once años, Maruja Mallo se trasladó junto a su familia a Avilés, en Asturias. Su padre, que había observado el creciente interés de la joven por el arte, la matriculó en la Escuela de Artes y Oficios de Avilés, dando así comienzo a la carrera de una de las pintoras españolas más influyentes del siglo XX.
Casi una década después, en 1922, la familia se mudó a Madrid siendo la primera mujer en aprobar los exámenes para Bellas Artes y la primera en ser admitida en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.
Durante aquellos años trabajó en publicaciones de carácter literario, como La Gaceta Literaria, Almanaque Literario o La Revista de Occidente, fundada por Ortega y Gasset.
El filósofo, impresionado por las ilustraciones que Mallo hacía para la revista, decidió montar una exposición dedicada a la obra de la pintora. Fue la primera y única exposición comisariada por La Revista de Occidente y tuvo un gran éxito. A partir de entonces, Maruja Mallo empezó a ser reconocida como artista.
Además de desarrollar su obra artística, la joven Maruja Mallo disfrutó de estar en el centro neurálgico del movimiento intelectual de la época. Codeándose con los jóvenes Lorca, Dalí y Manso, la pintora protagonizó varias anécdotas que ella misma contaba, por ejemplo, ganó un concurso de blasfemias en el café madrileño de San Millán en el que derrotó a Buñuel y perdió su trabajo como docente por darse un paseo en bicicleta por una iglesia durante la celebración de una misa.
En una ocasión, el grupo inseparable formado por Lorca, Dalí, Manso y Mallo fueron de visita al Monasterio de Silos a escuchar canto gregoriano. Al llegar, les prohibieron la entrada a las dos mujeres por llevar faldas y mostrar las piernas, a lo que ellas respondieron con ironía e ingenio, pidieron a sus amigos sus respectivas chaquetas y se las enfundaron a modo de pantalones. Así, los cuatro consiguieron entrar en el monasterio. “Aceptaron nuestra entrada al recinto sagrado como promotores del travestí a la inversa”, comentó Mallo en una entrevista para Televisión Española en la que recordaba la anécdota.
Buñuel y Mallo no tuvieron la mejor de las relaciones. Tal y como explican en las biografías de la pintora, al verla llegar, Buñuel siempre le decía: “¡Queda abierto el concurso de la menstruación!”. Pese a ello, Maruja Mallo formó parte de la Cofradía de la Perdiz, el histórico grupo de intelectuales formado por Lorca, Dalí, Buñuel y la pintora. Buñuel, que no era precisamente feminista, acabaría enemistado con ella por tanto amor libre y tanta libertad femenina.
En 1927 Maruja Mallo pintó una serie de óleos dedicados a las fiestas madrileñas. En “La verbena”, obra que podemos contemplar en el Museo Reina Sofía, la artista gallega expone su visión del mundo sin escatimar en barroquismo y fantasía.
“La verbena” es un intento de retratar a la sociedad madrileña de la época con un poquitín de ironía. Barracas, artefactos de feria, espejos deformantes, tiovivos, músicos, gigantes y cabezudos, marineros de permiso, terrazas. la guardia civil… Un caos ordenado que refleja el barullo de las verbenas populares, pero con gran alegría.
Los malos tiempos aún no habían llegado. La guerra a la vuelta de la esquina mataría o exiliaría a todos sus amigos. Como bien dijo en una frase inquietantemente definitoria: “Aquí la culpa de todo la tiene la jodía mística”.
Maruja Mallo fue la que dio nombre a ni más ni menos que Las Sinsombrero, el grupo de mujeres artistas e intelectuales implicadas en los movimientos de la Generación del 27.
Paseando un día junto a Margarita Manso, que pedazo de pintora, Lorca y Dalí por la Puerta del Sol de Madrid, los amigos decidieron quitarse los sombreros para “descongestionar las ideas”. Al verlos, los transeúntes empezaron a gritarles e insultarles, incluso los llamaron “maricones” ya que, tal y como explicó la misma Mallo: “se conoce que por no llevar sombrero nos identificaban con el tercer sexo”.
Este suceso dio nombre al grupo de mujeres vanguardistas formado por Concha Méndez, María Zambrano, Rosa Chacel, Margarita Gil Rösset, Margarita Manso y Maruja Mallo… entre otras. Estas reclamaron su autonomía e independencia, al igual que una formación intelectual igualitaria con respecto a los hombres. Se dedicaron a la pintura, la novela, la escultura, la poesía, la ilustración y el pensamiento, reflejando en sus obras los nuevos conceptos de modernidad con una actitud rompedora y abierta.
En las décadas de los veinte y los treinta, Maruja Mallo colaboró con Rafael Alberti, quien le dedicó su composición “La primera ascensión de Maruja Mallo al subsuelo”, así como con Miguel Hernández y Pablo Neruda, poetas con los que, además de mantener una relación creativa e intelectual, tuvo varios romances.
Pero, pese a disfrutar de estas relaciones, Maruja siempre rechazó la idea de unirse a un hombre, quería preservar su autonomía por encima de todo y se negaba a ser una mera extensión de la vida y obra de alguno de sus compañeros.
En 1932 se traslada a París donde tiene un gran éxito. André Bretón, impulsor del manifiesto surrealista, quedó prendado de su obra “Espantapájaros”, que compró y definió como “una de las grandes obras del surrealismo”.
Al estallar la guerra civil se convierte en punto de mira de los insurrectos, pero la poetisa y premio Nobel Gabriela Mistral logra sacarla de España.
Tras veinticinco años de exilio y éxito internacional, especialmente en Nueva York, vuelve a España y, para su sorpresa, nadie se acuerda de ella, ni represores ni pueblo, sus compañeras y compañeros de la época han fallecido o aún viven exiliados. Ella narra sus experiencias y sus éxitos, pero ver a una señora mayor, hablando de libertades, de peripecias junto a reconocidos artistas, como su gran amigo Andy Warhol, y con una estética particular como la suya, en plena dictadura, hace que la tachen de loca extravagante.
Pero ella se empeña y consigue revindicar su obra, conectando primero con la juventud de la época y unos años después con el movimiento de La Movida Madrileña, del que es musa.
En 1995 murió en Madrid la pintora española más galardonada internacionalmente y que más obra tiene en museos de todo el mundo. Alguna gente desde su magnanimidad le llaman la Frida Kahlo española. ¡Y una mierda! Que más hubiese querido Kahlo, que la pobre no tiene ninguna culpa en el comparativo, que haber sido la mitad de artista o rompedora que Maruja. Pero… de Frida hay una película norteamericana por medio… y ya se sabe.
Por cierto, en Viveiro, lugar de nacimiento de Maruja Mallo y que conozco en profundidad por pasar parte del año en él, siguen sin saber quién es esta buena mujer y los que la conocen le llaman «a tola» -la loca- en gallego
El apodo, aunque indudablemente no la define, si transmite lo que al fin y al cabo ella quería conseguir, la provocación. Su personalidad irreverente, auténtica y alborotadora chocaba, como es lógico, con todos aquellos que no la comprendían o no la querían comprender.
Queridos sufridores de estos artículos, os invito a que profundicéis en el mencionado grupo “Las sin sombrero” que, si no, soy capaz de contároslo yo.
Pulsa aquí ara ver una entrevista realizada a la artista gallega el 14 de abril de 1980.