Donde las aves Anidan

Cæsaraugusta

16 enero 2023

Foto tomada dw wikipedia

La mañana siguiente llegó y en los distintos grupos se empezaron a hacer planes de regreso, cuando Basilio reunió a sus ayudantes, diciéndoles: «No nos vamos al campamento, nos vamos a Cæsaraugusta». Aquello resonó por todos los rincones. Lo cierto era que el botín había sido más provechoso de lo que hubieran podido imaginar. Armas, metal en bruto, grano y alimento en general eran, entre otros muchos, los frutos de la razzia. En esa ciudad se guardaba más riqueza de la que nunca hubieran sospechado. Esto le animó, junto a la facilidad para conseguirlo, a sopesar mayores empresas. La capital del Conventus había estado siempre entre sus objetivos, pero ahora se veía con las fuerzas suficientes para encararla.

Preparó un pequeño contingente de vuelta a la terra ignota con algún acompañamiento militar y parte de la tropa de apoyo e intendencia y se dispuso a partir hacia Cæsaraugusta, por la margen derecha del río. Preguntado por la ruta, señaló que era mejor salirse de las vías comúnmente utilizadas y que, si por algún lugar esperaba ataque el contingente armado en la ciudad, era por el norte, razón por la cual hacer la incursión por el sur les daría ventaja estratégica. Además, el monte bajo de antaño, tan difícil de transitar, había dejado paso a sembrados mucho más fáciles y rápidos de recorrer.

Al igual que en la marcha a Turiasso, dispuso dos jornadas para la tropa armada, dando de tiempo un día más a la intendencia con la impedimenta.

Esta vez, Abulo y Arranes acompañaban a Basilio a caballo en cabeza de expedición, dándoles pie a preparar la estrategia, que no sería muy diferente a la utilizada en Turiasso. Abulo, familiarizado con el dibujo, le preparó un esquema de la disposición urbana. Entrarían por la puerta sur al cardus y de allí se dirigirían a los edificios principales. La noche anterior, los dos entrarían y se pondrían de acuerdo con los grupos afines para que apoyasen la maniobra. Como estaba dispuesto, con las últimas luces del día llegaron a las inmediaciones de la gran ciudad. Abulo y Arranes se acercaron a pie y penetraron por las murallas por una de las múltiples grietas que en ella existían.

Llegadas las primeras luces del alba, se abrió la puerta. La incursión se hizo rápidamente y con todo el terreno despejado. Los grupos afines habían creado un tumulto cercano a la puerta occidental del decumanum que había atraído a parte de la tropa que, en la confusión del cambio de guardia se había visto atrapada entre dos grupos. La rendición fue inmediata, prácticamente sin encuentros violentos. El saqueo fue selectivo, tal y como habían acordado, la tropa desarmada, y el botín requisado, cuantioso. El destacamento contaba con un arsenal superior al esperado, lo que demostraba que había una cierta falta de tropas, o que estaban a la espera de refuerzos.

Fue una operación rápida y limpia que permitió salir por la puerta norte a la gente armada y a la tropa de intendencia, que había llegado al mediodía de ese día y que ahora se veía reforzada con nuevos elementos procedentes de la ciudad. El tránsito por el puente fue ordenado y ligero. Una vez fuera del ámbito urbano, se reagruparon las fuerzas en los montes cercanos y se pasó la noche al raso. Era verano y la noche estaba tranquila. Una fiesta improvisada pero celebrada con ganas devolvió a Abulo y Arranes una sonrisa amplia. Corrió el vino, se oyó música y hasta disfrutaron de bailes alrededor de los múltiples fuegos. Las mujeres, que organizaban mayoritariamente la intendencia, parecían felices ante la abundancia del botín. Víveres, ropajes, armas y todo lo que un grupo como ellos había soñado desde hacía años.

A la mañana siguiente, Basilio reunió a sus colaboradores para abordar actuaciones futuras. No hubo unanimidad. Unos se inclinaban por continuar la razzia hasta Ilerda, entre ellos el general al que habían conocido el otoño anterior en el primer campamento. Otros, entre los que se encontraba el propio Basilio, creían que se había tentado demasiado a la suerte, que estaban por llegar grandes refuerzos militares desde la costa, que eran tropas muy bien organizadas y potentes que pertenecían a los germanos contra los que iban a luchar unos años antes y que, por cuestiones que no acababa de entender, habían pasado de enemigos de Roma a aliados. Habían saqueado la capital del Imperio y lo volverían a hacer, pero ahora se aliaban con la metrópolis. No eran de fiar, decía. No hubo demasiada discusión. Basilio sabía que estaba en deuda con quienes tanto le habían ayudado y cortó rápido. Dio libertad a quien quisiera seguir hasta Ilerda, a quienes se facilitarían medios y fuerzas, aun desaconsejándolo. El botín que obtuvieran con el saqueo sería para ellos, dándoles libertad posterior de reunirse con él o de dispersarse. El resto de la expedición volvería, esta vez por la orilla izquierda del gran río, hasta la tierra incógnita donde una vez reagrupadas las fuerzas, decidiría sobre su futuro. Abulo y Arranes decidieron regresar junto con Basilio. Tenían la ocasión de permanecer en Cæsaraugusta, pero sabían que eran hombres muertos si así lo decidían.

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