Lana de Voz

Verde: La acción

29 noviembre 2024

La profunda racionalidad del mundo industrializado nos aporta beneficios evidentes, pero también pone una gota de plomo en mitad del corazón. Sentiríamos su peso si pudiéramos alguna vez cerrar los ojos. Pero nos falta un párpado de penumbra.

Éramos, decía un poema de “Callar en la mirada”. Éramos. La madera gastada, llena de huellas, éramos el roce. Habitábamos el óxido de las herramientas. La piedra acogía el calor de los cuerpos, su forma. Extendíamos paja en la penumbra. Para oler con los ojos cerrados.

La modernidad ha saqueado la experiencia. La redujo a intercambio y mercancía. Prolifera demasiado el espíritu de cálculo, y el deseo cuelga del corazón con mirada muy corta, vacía de mundo y de realidad.

Escribí hace muchos años un poema que, atravesado por cierta falta de coherencia, luego quise corregir alguna vez. Pero nunca se dejó tocar ese poema. Cualquier cambio sonaba descaradamente falso. Algo tenía que mostrarme.

Hay rendijas en la piel

abiertas a otra luz

usada

de tacto envejecido.

La has visto extenderse

cubrir el mango de madera

y reposar en el plato desportillado

lleno de leche y pan.

Besaste el cuero y su mejilla.

También has visto el humo de la leña

su rastro prendido en la distancia

al fondo de los ojos.

Besaste sus párpados.

En la escondida memoria del poema, el mundo se ofrecía con ese cierto toque sagrado de la luz sobre la sencillez cotidiana. Esa es la imagen que se muestra. Sin embargo, a continuación, la piel se ha endurecido como cuero. Quizás el corazón no quería soltar su herida. Su gota de plomo. La retirada del alimento materno parece coincidir con la distancia percibida al fondo de una mirada demasiado abierta, sin penumbra.

El plato desportillado lleno de leche se convierte entonces en signo de un desamparo íntimo. Pasando el tiempo, ese mismo desamparo inconsciente emergerá a la consciencia como sentimiento de pobreza, privación e injusticia social. Los recuerdos familiares proceden de un contexto de servidumbre en torno al latifundio andaluz de la posguerra. Y será así como si trescientos años de capitalismo, de menosprecio por el mundo y por la materia, pudieran ser cifrados en el breve espacio de una biografía enfadada secretamente con el mundo.

Ingmar Bergman cuenta en “Las mejores intenciones” parte de la biografía de sus propios padres. Comienza su relato en el año 1909, año de la gran huelga sueca que fue clave en el sindicalismo de ese país. Fuerzas más grandes que nosotros mismos nos mueven. La vida es un exceso de impulso que siempre hay que encauzar. Aparecen en la película que dirigió Bille August en base al relato de Bergman varios elementos. La distancia de la madre y la ausencia del padre. El hijo inconscientemente puesto por la madre en lugar del padre, de manera semejante a como en la hija se sugieren sombras de rivalidad con la madre. La necesidad de huir de esa asfixia familiar por parte de ambos jóvenes, Henrik y Anna, creo que es una de las fuerzas que los empujó hacia el matrimonio. También la repetición del fracaso del padre es otro cauce, otra memoria, que conduce, y que empuja…y por supuesto el contexto social… todo eso se va mostrando y justo antes de que la boda estalla. Los padres de Bergman tuvieron una discusión muy fuerte, que dejó al descubierto en toda su crudeza las fuerzas, a la vez antagónicas y semejantes, que los movían desde atrás.

El resquemor de la pobreza, por un lado. Y el desprecio y la altanería de la riqueza, por el otro. Ese esquema se repite en el latifundio andaluz. Pero detrás de todo ello se esconde siempre, como será simbolizado más tarde, un secreto desamparo, el abandono sentido por el niño en sus primeros pasos por la vida. Todas esas distorsiones tomaban las riendas justo cuando acababan de emprender con las mejores intenciones la huida de su asfixia familiar. José Luis Villacañas elabora en su colección de ensayos: Sublime Psíquico un análisis muy certero de esa escena, cuando a través de palabras durísimas estalla todo el pasado. Dice Villacañas:

Los seres humanos para evitar la desesperación, hablan y hablan. Es una falsa salida. Aceleran con ello la soledad. Aceleran el odio. Aceleran la furia y la culpa. Aceleran la brutalidad y la venganza. Las palabras entonces ofrecen un espectáculo siniestro. Lo familiar, de repente, cuando ellas vuelan como señoras absolutas, se vuelve extraño. Cuando venga finalmente, y ha de venir la soledad, su eco será lo peor. Sin embargo, y por una especie de milagro, los jóvenes siguen juntos; como si hubieran presentido el abismo, se quedan juntos. En silencio. […]

La desesperación, la muerte, el odio, no nos vence si nos ve juntos […] eso decidió a los personajes a mantenerse el uno con el otro. La verdad que hace posible el amor es la bondad: hacerse cargo del abismo del otro. […] Solo el que odia el mundo sabe la necesidad de la bondad para con el mundo. Ese es el misterio […] las buenas intenciones no son jamas conscientes del camino de odio que el amor debe superar.”

Venimos cada uno de una trama ancestral que supo entender este secreto, y así pudo desde ambos bordes del abismo mantenerse abierta nuestra posibilidad. Nuestra posibilidad de existencia.

Creo que seremos más sensatos después de esto, dice ella.

O más cuidadosos, contesta él.

Más cuidadosos con lo que nos han dado, concluye ella.

He vivido varios años junto al Camino de Santiago. En cierta ocasión, ellos, no sé quienes eran, o sí lo sabe mi corazón, él y ella, en una pausa del camino, sentados a la sombra de la encina comían juntos, atento todo su cuerpo al silencioso cuerpo del otro. Me di cuenta de que la complicidad… la complicidad de cuántas horas… iba posándose en la hierba sin palabras.

Sin ruido me alejé muy despacio, tocado dulcemente por la íntima sencillez de mundo. Así es como las cosas del mundo, de imprevisto, alguna vez abren en la mirada su interior sagrado, expresado siempre en lo más concreto y material. Un plato desportillado lleno de leche y pan, y un párpado de penumbra bajo la encina.

Adquiere sentido ahora aquella intuición de Juan Gris que mostraba una dirección en el primero de los seis textos de esta serie de los cinco colores: «No se trata de que una materia se convierta en color, sino de que un color se vuelva materia». La visión del cubismo sintético de Juan Gris sucumbió bajo las filigranas narcisistas del arte posterior, consecuentes estas filigranas con el narcisismo social que se estaba fraguando ya entonces.

“…no es tanto una evolución de la modernidad, sino que es fundamentalmente una evolución propia del capitalismo culminado, en el que el deseo como tal, el deseo de objeto, es mucho más importante que el objeto”

… como dice en otro contexto Villacañas.

Tal como la fuerza terrestre de la protección, de apego al origen, y de miedo a la fuerza de la vida, puede impedir que el deseo del niño sea encauzado hacia el mundo y la realidad, manteniéndolo enredado en las sombras maternas, de igual manera el sujeto contemporáneo parece perdido hoy en las filigranas ficticias del mundo ilusorio de las redes.

Cada uno de los cinco colores desde las alas del águila podría cruzar nuestro cuerpo desde arriba, desde la coronilla hacia abajo, por ese orden propuesto en la serie… hasta este último verde del secreto. El verde alojado en el lugar más secreto del cuerpo… ahí se construye el deseo de forma, de mundo… o, sea, otra vez, de nuevo, el blanco… aquella flor y aquel parpadeo.

Entre la primavera y el verano, cada año comienza a mostrarse la trama de los olivos. Cada vez que llega esa época de la floración aparece en mi memoria la voz de mi padre, y un impreciso gesto suyo calibrando, en la calidad de la floración, la futura cosecha: o sea, la dificultad de mantener el plato lleno de leche encima de la mesa.

Las inflorescencias recién brotadas en el olivo se convierten enseguida en flores. En algunas de esas flores surge un ínfimo botón verde como la cabeza de un alfiler, arrojado hacia el fruto final de una buena o mala cosecha… hacia el mundo, hacia la realidad.

El capitalismo durante los últimos tres o cuatro siglos ha construido un trayecto que parte de la materia, se apropia de ella, abre su interior y lo desmenuza caprichosamente como un juguete. Lo sagrado y el amor por el mundo fue destruido, y se puso en marcha una dirección errónea: la que va de la materia hacia el destello blanco y vacío, intangible y artificial de la inteligencia; de una inteligencia artificial, tan vacía como nuestro origen, como el parpadeo, pero sin su claridad luminosa, o sea, sin el amor.

Al amor pertenecemos. El amor de quienes supieron permanecer juntos, cada uno frente al abismo del otro.Pero el camino del odio, del odio hacia el mundo y hacia la materia, incluso hacia la vida, tiene antes que ser reconocido y superado, dentro de cada uno, y dentro de una comunidad organizada en torno a la razón del capital y del beneficio, esa luz inmisericorde, incontestable, que ciega con desmesurada certeza, sin parpadeo, sin penumbra.

En este ocasión, Enrique, con el propósito de no sobrecargar al coordinador inteRgaláctico, decidió ponerse manos a la obra y montar el audio que pueden escuchar aquí.
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