El Bohío Caraqueño

Una larga crisis

30 enero 2025

Esperanza era una cría convencida de que su país en el 76 rodaba por las “vías del desarrollo” a doscientos cincuenta kilómetros por hora, como Cecotto y Lavado. Eran tiempos de nacionalización petrolera y el estribillo: “Está barato dame dos”, acuñado en el lenguaje popular. El mensaje reverberaba incesantemente en las paredes, en los callejones y hasta en la sopa. A esta nación se llegaba a través del aeropuerto internacional o por los caminos verdes. En ese sarao todos anhelaban: “Sexo, Bochinche y Old Parr”.

Pero todo tiene su final y la resaca llegó un “Viernes Negro” del 83, con la noticia de la devaluación de la moneda. A la mañana siguiente, un dolor estomacal despertó a sus habitantes, defecando la isla de la fantasía y al lavarse las manos y mirarse en el espejo, observaron por primera vez el rostro de una deuda externa. A partir de esa fecha, Esperanza fue testigo de una crisis en espiral que abrió huecos en los bolsillos y en la imagen de la democracia en general.

La bomba social estalló a finales de la década, después de una cadena presidencial que anunciaba severos reajustes de la economía, entonces las masas populares salieron a las calles a expresar su descontento, por veinticuatro horas hubo una acefalia gubernamental. De pronto, un General dio la orden de aplicar el Plan República, se suspendieron las garantías constitucionales y de inmediato se inició la represión, había que restituir a toda costa el orden social. Se iniciaron el ra-ta-ta-ta, el susto y el disgusto. Esperanza nunca olvidará esa sensación terror que sintió, cuando el ejército allanó su hogar, viendo a su familia tirada en el piso boca abajo, bajo sospecha de ser aguantadores de objetos saqueados, y a pesar de las posteriores disculpas de las autoridades, jamás podría borrar de su memoria, la imagen de su padre sometido por la boca de un fusil. Llegaron los turbulentos años noventa, con intentonas golpistas, fraudes financieros, y desgaste institucional.
Esperanza no sentía afinidad por la militancia política, pero en algún momento, simpatizó con cierto animador de televisión, productor independiente y candidato a la presidencia que fallecería en un accidente aéreo, en pleno proceso electoral.

En realidad, sus pasiones eran estudiar enfermería y tocar el violín, por eso su día a día giraba en un circuito, en torno al conservatorio, la Cruz Roja y la biblioteca pública. Por esos años, se produjo un quiebre de los partidos tradicionales, al llegar al poder un nuevo presidente con un proyecto radical, pero Esperanza seguía reticente con la política, o mejor dicho, sentía animadversión por los políticos y sus promesas. Sin embargo, en una oportunidad, estaba estudiando en la biblioteca pública para una evaluación final, pero una situación imprevista la incomodó. Un hombre sentado en otra de las mesas, la observaba insistentemente, y no le quitaba la mirada de encima, al punto de ponerla nerviosa. La situación se tornó tensa cuando el sujeto decidió acercársele para pedirle un favor, Esperanza súbito notó que se trataba de un joven con algún tipo de discapacidad intelectual quien le solicitaba ayuda ya que recién estaba aprendiendo a leer y a escribir.

Conmovida se olvidó de su evaluación, la prioridad era atender a ese necesitado, a ese invisible con deseos de leer y ser escuchado.
Por otro lado, ella contemplaba como la gran parte de la sociedad se polarizaba. A veces, intentaba dar su visión de la crisis, explicarle a la gente que en las democracias, la piedra angular es el dialogo constante, respetar y reconocer al adversario, ceder posiciones en la medida de lo posible para así alcanzar acuerdos y pactos de gobernabilidad. Pero su posición era recibida con desdén y descalificaciones, se le acusaba de tibia, o peor aún, de ser de un bando o del otro, por eso era comedida y cauta al expresar sus opiniones. Intentaba mantenerse al margen, y por esos los extremistas la odiaban más, pero si muchos de ellos, hubiesen seguido su ejemplo, su tenacidad para despertarse temprano, salir a trabajar y a estudiar, a fajarse con la vida de forma decente, otro gallo cantaría. Y en uno de esos días, cuando las calles estaban colmadas de manifestaciones populares de lado y lado, Esperanza salió a la calle rumbo a su trabajo, para desviarse de la avenida principal, tomó una vía alterna que le parecía más segura, pero justo en la esquina de uno de los edificios lanzaron una botella plástica con agua congelada y como un meteorito se estrelló en el cráneo de la desafortunada, antes de caer en el pavimento ya estaba muerta. La crispación de los manifestantes era tal, que pocos notaron aquel cuerpo inerte, solo un hilo de sangre emanaba de sus orejas, para formarse un pequeño charco cercano a un portón de estacionamiento con el típico aviso: “No pare, No pase”.

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