Mitología
Ulises IV
18 diciembre 2022

Continuamos el viaje de Odiseo, al que habíamos visto en el artículo anterior vigilando en las inmediaciones de una gruta.
1. En la cueva del Cíclope Polifemo
Odiseo desconocía a los Cíclopes, siniestros personajes. Por eso se quedó sorprendido cuando, entre zarzas y malezas, él y sus hombres se abrieron paso en la montaña que se elevaba en la bahía en que habían dejado la nave. Poco a poco, después del acantilado, encontraron una profunda caverna. Odiseo se adelantó para comprobar el interior de la cueva y pidió a sus hombres que mantuvieran la calma. Al no encontrar dentro de ella ningún animal y oír solamente el zumbido del viento, salió de la lóbrega gruta e indicó a sus hombres que pernoctarían en aquel oscuro lugar que, por otra parte, parecía ofrecerles la tranquilidad y la seguridad que ansiaban.
El plan de Odiseo era sencillo: descansar durante ese día y, a la mañana siguiente, adquirir el trigo y resto de provisiones para poder continuar el viaje. Como en el día en que llegaron no tenían nada para comer, sus hombres mataron varios corderos que pacían cerca de la caverna.
Avanzado el día, estos valientes griegos comprobaron cómo disminuía la luz hasta quedarse completamente a oscuras, y descubrieron la enorme figura de una criatura que, colocada sobre el acceso a la cueva, obstruía la entrada y la salida de la misma. Todos quedaron sobrecogidos de un pavoroso temor, hasta el valiente Odiseo, que lo disimuló para así asegurarse la confianza de sus hombres.
La figura del gigante sobre la apertura de la cueva significaba que Odiseo y sus hombres no podrían escapar del interior de la gruta: el gigante, colocado en aquel lugar estratégico, iba llamando a las ovejas con gruñidos, y las introducía en la gruta, que convertía no solo en su morada, sino también en aprisco. Ultimada esta operación, el Cíclope cerró la cueva colocando una enorme roca y encendió fuego para calentarse. De repente se iluminó la caverna y tanto el Cíclope como Odiseo y sus hombres pudieron verse los rostros, incluso entablar un diálogo. Odiseo se dirigió al monstruo, consciente del peligro en que corrían, habiendo invocado previamente a Zeus y recordado a Polifemo las leyes de la hospitalidad prescritas por las divinidades. El monstruo indicó a Odiseo que tanto Zeus como los dioses no le importaban nada y, para confirmar sus palabras, agarró a dos hombres de nuestro héroe con cada una de sus manos, los destrozó y engulló.

Odiseo pensó matar al Cíclope durante la noche, pero, si así actuaba, él y sus hombres se quedarían encerrados al no poder mover la enorme piedra con que el gigante había obstruido la apertura de la gruta.
Por la mañana del día siguiente, antes de salir con el rebaño en busca del pasto, el Cíclope devoró otros dos griegos. Y una vez que salió al aire libre, de nuevo cerró la cueva con la enorme losa, de modo que Odiseo y los compañeros restantes permanecieron encerrados en la gruta.
Pero Odiseo no cesaba de pensar la manera de neutralizar a Polifemo, que había dejado un enorme tronco de olivo en la gruta. Los griegos, obedeciendo a Odiseo, se pusieron a sacarle punta al tronco con gran rapidez y esfuerzo, y cuando estuvo preparado, lo introdujeron en las cenizas del fuego que había encendido el Cíclope y que todavía se mantenían.
A la caída de la tarde llegó el gigante y volvió a matar a otros dos hombres. Odiseo comenzó a desarrollar el plan que había urdido: ofreció a Polifemo una copa del vino que llevaba consigo, que bebió ávidamente, y repitió la operación de forma reiterada. Mientras bebía, el Cíclope preguntó a Odiseo por su nombre para agradecerle el delicioso caldo, y nuestro héroe le respondió astutamente que se llamaba “Nadie”. El Cíclope le indicó que, en atención al vino ofrecido, tendría el privilegio de ser engullido en último lugar, después de que todos sus compañeros hubieran corrido la misma suerte.
Pero la bebida surtió efecto y Polifemo quedó sumido en un profundo sueño. Odiseo y sus compañeros pusieron el tronco de olivo afilado al fuego y después lo hincaron con gran fuerza en el único ojo del gigante, cuyos despavoridos gritos resonaron en la caverna y reanimaron entre los griegos el miedo sobre la reacción que tendría el monstruo herido con ellos.
Los alaridos de Polifemo fueron escuchados por el resto de los Cíclopes que vivían en sus respectivas grutas, a poca distancia de la cueva de nuestro gigante. Y le preguntaron el porqué de esos desgarradores gritos. El gigante les respondió que “Nadie quería matarlo”, con lo que el resto de Cíclopes creyó que si nadie quería matarlo, eran los dioses los que castigaban a su compañero, en cuyo caso no podían socorrerlo.
A la mañana siguiente, Polifemo abrió la cueva para que las ovejas pudieran salir al pasto, pero tuvo cuidado porque sabía que el momento sería aprovechado por los hombres de Odiseo para huir. Por esa razón, el Cíclope se limitó a pasar la mano sobre el lomo de cada una de las ovejas, acariciando el vellón para comprobar que ningún griego se escaparía de la gruta. Pero Odiseo había previsto la reacción del gigante. Por eso instruyó a sus hombres para que cada uno de ellos se colocara debajo de cada res, fuertemente agarrado a la lana de los costados. De esta forma tan inteligente, Odiseo y sus tres hombres pudieron salir vivos de la gruta del Cíclope, precipitándose desde la montaña hasta la bahía donde habían atracado la nave para, una vez en ella, levar el ancla, izar las velas y adentrarse en el mar.
Liberados del gigante y ya en la nave, Odiseo se dirigió con fuerte voz a Polifemo para que se percatara de que habían podido escapar, al tiempo que le recordaba que no habían sido los dioses los que le habían cegado, sino los hombres, unos seres tan pequeños respecto de él, a quienes habría podido seguir matando. Al oír estas voces, Polifemo salió de la gruta enfurecido y portando sobre si la enorme roca con que la protegía. Dirigiéndose hacia donde procedía la altanera voz, lanzó la gran roca con todas sus fuerzas, que fue a caer al mar, próximo al barco, produciendo grandes oleajes.
Los griegos miraron a Polifemo por última vez. Se encontraba de rodillas lamentando su desgracia y suplicando a su padre Posidón que castigara a Odiseo. Es la maldición del Cíclope, de futuras consecuencias para Odiseo: “Óyeme, Posidón […] concédeme que Odiseo no vuelva nunca a su palacio. Mas si está destinado que debe volver […] sea tarde y mal, después de perder a todos sus compañeros, en una nave ajena y se encuentre con nuevos problemas en su casa”.
2. Odiseo en la isla de Eolo y su estancia con Circe
Continuando la ruta, la nave llega al reino de Eolo, rey de los vientos, que los trata con hospitalidad durante un mes. Al partir de nuevo, Eolo les entrega un odre con los vientos contrarios encerrados, rogándoles encarecidamente que no abran el odre, y los envía a su patria con un viento favorable.

Sin embargo, los hombres de Odiseo abrirán el odre y los malos vientos les harán retroceder de nuevo a la isla de Eolo, que ya no quiere recibirlos por su desobediencia. Deberán seguir navegando hasta la isla de Eea, lugar donde habita Circe (“Kirkê”), una hechicera que vivía en un palacio rodeado de lobos y leones que había encantado. El prudente Odiseo envió a un grupo de sus hombres de avanzadilla para que exploraran el territorio, pero, una vez que estaban en el palacio, la hechicera les ofreció una pócima que los convirtió en cerdos, a excepción de Euríloco, que regresó y comunicó los hechos al héroe. Cuando Odiseo entra en el palacio, ruega a Circe que devuelva a sus hombres a su estado natural, que logra con un antídoto que le da la maga con la promesa, por parte de nuestro protagonista, de que no usaría emboscadas ni astucias que pudieran perjudicarla.