Palestina
Sonrisas que cambian la vida (primera parte)
8 febrero 2024
Cuando escuchamos hablar de Palestina, siempre lo hacemos a través de los testimonios de palestinos y palestinas, quienes a través del relato de sus historias de vida nos hacen trasladarnos al sufrimiento e injusticia que viven desde hace décadas.
Sin embargo, es necesario que haya testimonios de gente que, sin ser de origen palestino, haya sentido en primera persona lo que supone vivir bajo ocupación y en un régimen de apartheid al que el estado de “Israel” somete al pueblo palestino.
Este pasado verano tuve la suerte de poder viajar de nuevo a Palestina a un Congreso dirigido a personas que trabajamos por la causa, invitada por la Organización para la Liberación de Palestina. En ese viaje me acompañaron Sara y Zoe, mis hijas. Ellas siempre me habían oído hablar de la situación de Palestina, de la impunidad de un régimen que roba tierras, recursos naturales y que asesina sin piedad a los palestinos. Escuchaban atentas, pero con cierta distancia, ya se sabe que muchas veces lo que contamos los adultos suele ser visto como algo exagerado.
Con una mezcla de miedo y curiosidad, emprendimos un viaje que cambiaría la manera de ver la vida de dos personas que están empezando a descubrirla. Una experiencia que jamás olvidarán y que ha hecho de ellas dos activistas más para la defensa de los derechos del pueblo palestino y que sin duda ha sentado las bases para una conciencia social y de defensa de los derechos de los pueblos.
A finales de julio, emprendemos el viaje vía Amán, Sara y Zoe no entienden por qué no entramos por Tel Aviv, mucho más barato y rápido, es algo que comprenderían días después. Ya en la frontera de Jordania para entrar a Palestina pudieron comprobar el trato de los jóvenes soldados israelíes: enormes filas de palestinos, ralentizadas a propósito con la intención de hacer más tediosa la entrada a su tierra; interrogatorio acerca del motivo de nuestro viaje que nos provoca la sensación de ser sospechosas de no sabemos muy bien qué.
Tras largas horas cruzamos la frontera, contentas de haber pasado los estrictos controles israelíes pero con la sensación de ser unas privilegiadas por nuestro origen europeo. Llegamos a Belén, donde pasaremos un día recorriendo sus calles, visitando lugares emblemáticos como la Basílica de la Natividad, testigo de un brutal asedio ocurrido hace más de veinte años y que supuso la expulsión de 39 palestinos de su lugar de origen. Podemos visitar el muro de segregación que Israel empezó a construir en el 2002 con la excusa de garantizar su seguridad pero que, en realidad, ha supuesto más robo de tierras palestinas y un obstáculo para la libertad de movimiento de los palestinos.
Sentimos en primera persona el apartheid que sufre el pueblo palestino en nuestro viaje de Belén a Ramallah, donde nos encontramos con un corte de carretera por parte del ejército, «contendores» los llaman los palestinos, con el objetivo de dificultar aún más su libertad de movimiento.
En el camino pudimos observar las carreteras de uso exclusivo para los privilegiados sionistas y que están prohibidas para los palestinos, directas y sin check point, una muestra más de apartheid.
Transitamos por una carretera plagada de torres de control, todas ellas con soldados armados, apuntando con sus armas, dispuestos a apretar el gatillo ante cualquier circunstancia que bajo su punto de vista pueda resultar “sospechosa”. El día a día del pueblo palestino.
Ya en Ramallah, tras horas de viaje para un trayecto de pocos kilómetros, daría comienzo el Congreso cuya finalidad era mostrarnos la realidad del pueblo palestino. Durante cuatro días pudimos visitar diferentes localidades de la Cisjordania ocupada: Belén, Jerusalén, Nablus, Jenin y Ramallah.
…armados hasta los dientes y protegidos por las fuerzas de ocupación, queman aldeas, coches, asesinan a la población palestina, con total impunidad, con la creencia de que son el pueblo elegido de Dios…
Nuestra primera visita fue a Turmus Ayya, una aldea cerca de Ramallah que fue quemada por hordas de colonos escoltados por el ejército israelí y donde un palestino fue asesinado. Visitar una casa quemada sin importar que hubiera gente dentro, fue un impacto brutal no sólo para nosotras, sino también para el grupo que nos acompañaba. Los relatos de la gente de Turmus Ayya, nos dejaron horrorizados. Colonos procedentes de cualquier parte del mundo, armados hasta los dientes y protegidos por las fuerzas de ocupación queman aldeas, coches, asesinan a la población palestina, con total impunidad, con la creencia de que son el pueblo elegido de Dios a quien les prometió una tierra y que esto les da derecho a cometer las más terribles atrocidades que un ser humano puede cometer. Qué contradicción más grande.
Otra localidad que tuvimos la oportunidad de conocer fue Nablus, ciudad palestina fuertemente golpeada por las invasiones del ejército israelí, en la que nos invitaron a la casa de una familia que había sido asediada y tiroteada, provocando la muerte de un joven palestino. Allí, en ese hogar ultrajado, pudimos hablar con su madre, ver los enormes agujeros en las paredes de la vivienda, también pudimos comprobar la enorme fortaleza de esa mujer que acababa de ser despojada de lo más valioso para una madre. En ese momento, sentimos el profundo dolor que sufren a diario los y las palestinas. En ese momento, Sara y sobre todo Zoe sintieron una enorme tristeza. Zoe, más pequeña que su hermana, reflejaba en su mirada miedo, tristeza, empatía con esa mujer que contaba con una tremenda entereza lo que tienen que soportar a diario. Esa mirada de Zoe, esa expresión de su cara es algo que no se me olvidará jamás, y creo que ella llevará en su memoria para siempre.
Los jóvenes de Palestina sienten que no tienen futuro, o mejor dicho, que su futuro es morir, morir asesinados por un ejército de ocupación que cuenta con la complicidad de la mal llamada comunidad internacional.
Jenin y su campamento de refugiados fue la siguiente parada. La entrada al campamento de refugiados fue desoladora: calles, viviendas e infraestructuras destruidas por el reciente bombardeo del ejército de ocupación. Un paisaje desolador compensado por la acogida y el cariño de la gente. Durante esta visita Sara pudo hablar con Rita, una joven palestina de 13 años, quien le contaba cómo era su día a día, cómo había visto morir a compañeros de colegio. En esa conversación, que duró apenas tres horas, Sara pudo comprobar cómo Rita normalizaba la muerte, cómo los jóvenes de Palestina sienten que no tienen futuro, o mejor dicho, que su futuro es morir, morir asesinados por un ejército de ocupación que cuenta con la complicidad de la mal llamada comunidad internacional. Antes de salir del campamento nos enseñaron el cementerio, ahí Zoe no fue capaz de entrar y mientras yo me quedaba con ella a la entrada, Sara se atrevió a visitarlo. No pudo aguantar toda la visita, el horror de comprobar cómo estaban cavando las fosas para los siguientes asesinados pudo con ella, salió llorando, sin entender cómo es posible tanto terror, tanto sufrimiento sin que nadie pueda ponerle fin.
Puede sorprender que entre tanta devastación pueda celebrarse algo…
Antes de abandonar el campamento nos invitaron a la fiesta de graduación de los escolares, sí, una fiesta. Puede sorprender que entre tanta devastación pueda celebrarse algo, pero esa es la esencia del pueblo palestino, un pueblo capaz de vivir y aprovechar la vida como nunca antes habíamos conocido. Un pueblo que sonríe pese a todo, y esas sonrisas…. esas sonrisas puedo decir que nos han cambiado la vida, la manera de ver y vivir nuestra cómoda realidad.
Música: Masar, Le Trio Joubran Nací en Paestina, Emel Mathlouhti