Si mentir fuera tan fácil…

María y Julieta no se veían hace mucho. Fueron medio amigas medio conocidas. El día que se encontraron, hablaron animadas, de esto y lo otro y lo de más allá del tiempo. El tiemmmpo. Que si cuántos años, que si estás igual, que si cómo pasa la vida, que si qué casualidad. Y sin quererlo, o más bien sin pensarlo, a María en una de las respuestas se le escapó una mentira.

Le salió sin pensar en aquel suspiro de palabras, como un cuento respirado hacia fuera que sale con todo el CO2. Y ahí estaba, en el exterior, ese embuste imparable y curioso que quería ver mundo, viajar y llegar lejos. Aún con ella brotando de su boca, María notó que una parte se le había instalado en la mirada, y que le crecía en la pupila cuanto más intentaba disimular.

Con los ojos ocultos se miente mejor.

Al pensar que Julieta se daría cuenta, se puso las gafas de sol. Qué sol hace, es que no aguanto nada el sol en los ojos…

Con los ojos ocultos se miente mejor. No estaba segura de si estas palabras habían salido de su boca, pero las había pensado y ahora no sabía distinguir.

Le entraron los calores, notaba que el infundio se le estaba extendiendo por la cabeza, palpitando, llegando hasta la punta de cada pelo. Ya le cubría las canas. Las canas son de verdad, pero el engaño las había tapado con su color de pelo natural. Se retiró un mechón de la cara y notó cómo la mano se le cubría de farsa pegajosa, como la miel de mosca de jardín. Ni en el abrazo de despedida fue capaz de deshacer la patraña.

Julieta parecía ajena a todo lo que estaba ocurriendo y se mostró muy ilusionada en aplazar lo que les quedaba por contar a un nuevo encuentro, esta vez premeditado, en el que se pondrían al corriente de todo.

María aceptó, más por no saber decir que no que por querer realmente, y concretaron día y hora. En dos días a la misma hora. En dos días. Hasta pronto, ¡nos vemos!

No se quitó las gafas en los dos días, sólo para mirarse en el espejo y reconocerse cambiada. Con el runrún del cuento instalado. Pero sin canas.

Llegó el día y la hora. Julieta ya estaba esperando, había pedido un café. Estaba radiante. María y sus gafas fueron hacia ella y se abrazaron. Olía tan bien… y ese vestido, su cara, relajada y alegre. Notó cómo la envidia se le enroscaba al tobillo, y le subía poco a poco.

María llevaba pensado dos días cómo evitar el tema de la farsa, sería fácil. Podían hablar de tantas cosas… Pero a María se le congeló la sonrisa cuando Julieta empezó justo por ahí.

¿Sabes lo que me contaste el otro día, María? Pues resulta que me he enterado de que ¡es mentira!

Y justo cuando María, que no tenía intenciones de confesar, estaba ya pensando en darle una vuelta de tuerca más y retorcer la falsedad para no quedar como mentirosa… Julieta continuó.

…a saber de dónde saldría ese bulo. La gente miente sin pensar, es alucinante.

La había disculpado sin tener que hacer nada, ¡por fin libre! Se pudo quitar las gafas de sol y quedó aún más embobada con la naturalidad de su salvadora. María empezó a imitar sus movimientos, sus gestos y hasta su entonación, una gran interpretación para no haber querido nunca ser mimo ni actriz.

Y la envidia siguió trepando por su pierna derecha, hasta que llegó la hora de despedirse. Al levantarse, María cojeaba del lado de su nuevo mal.

Si fuera fácil decir la verdad…

Y por eso cuentan que la envidia es mala,

porque te da dolor donde no lo hay.

Por desear lo que no se debe, hasta cojera de puede dar.

Y si una mentira por pequeña que sea se llega a escapar… prepárate para enredarte en una zarza de la que a veces es difícil escapar.

Si mentir fuera tan fácil… Si fuera fácil decir la verdad…

Casi mejor unas buenas lentes oscuras para esconder lo que se pueda reflejar.