Relatos
Lugares, más allá del Mistral
1 junio 2024
Hay un hombre en un lugar que es de vista ancha y pie estrecho. Tiene los ojos en las orejas, justo encima, y así oye y ve todo a la vez. Camina siempre de medio lado. Como los cangrejos. Creo que es un cangrejo. Le prometió a su abuela que no se pondría nunca rojo por ser. Y se acuerda de esas palabras aunque su abuela está muy lejos, más allá de donde llega la luz del faro.
Hay una señora en algún sitio de siesta fácil y olfato amplio. Se le ha metido la nariz para adentro de tanto oler. Así mejor, porque huele los sueños incluso antes de tenerlos, y puede mejorarlos con unas gotitas de esencia de vainilla. Se ha propuesto acabar con los pañuelos mentolados, así que los compra todos y hace hogueras con ellos, que se llevan el frescor de humo a otra parte, muy lejos.
Se habla de un niño de cerca de allá, al que le chilla el color rojo. No le gusta el negro porque está en silencio, pero le encantan los susurros del amarillo, que le hacen cosquillas por todo el cuerpo. Su madre le obligó una vez a ponerse una bufanda. Roja. Y desde entonces aún le pitan los oídos de lo que le gritó el color. Y también se quedó sin voz, porque sin querer, un tomate se tragó. Sólo en verano, cuando come helado de limón, el amarillo le bisbisea y le sale una canción, muy bajito muy bajito, que sólo oye su aliento si el viento no sopla a babor.
Dicen que hay una abuela más lejos del norte, que no puede cenar sopa.
Había un sabio muy sabio, que vivía allá por donde termina el mar, al que un día le empezaron a doler sus libros, y ya no encontraba consuelo en los de los demás. Cerró su propia biblioteca y prometió que no saldría jamás. Solo cuando sopla el viento regional, unas veces Tramontana, otras Poniente, Siroco o Mistral, se asoma a la ventana y deja a sus pensamientos volar. Porque necesita hacer sitio para volver a empezar. Pero aún le tiene que crecer mucho el pelo para que deje a todos marchar.
Dicen que hay una abuela más lejos del norte, que no puede cenar sopa. Porque si está caliente le habla el humo y si está fría, estornuda. Un día llegó a ese lugar un humo mentolado que se posó sobre su ciudad y congeló los termómetros de todos los niños y ya no tuvieron fiebre nunca más. Ese día la abuela tenía gazpacho para cenar, pero lo dejó sin empezar, el rojo le gritaba que tenía que viajar.
Hay una madre que cumple los años de su hijo, y ¡ya va por mil!, porque cuenta como quiere. Pero tiene por lo menos doscientos y. Y no piensa dejar de cumplir, porque le han dicho que hay un hombre que puede ver más allá, con los ojos en las orejas y un andar especial.
Se pueden comprender cosas y lo que no, dejarlo pasar.
En el lugar donde viven los músicos, donde más notas hay, vive un músico que es alérgico al sol y al sol. Aunque lleva gafas oscuras, no puede evitar que entre a sus oídos la nota que más alumbra, y tanto le pica y se rasca, que ya no se puede inspirar. Pero ha descubierto que cuando sopla el viento Mistral, le llegan pensamientos y los apunta, en su libreta de anotar. Con ellos hará muchas canciones, o escribirá un poemario que no se habrá visto jamás. O igual solo se los queda, porque son muy bellos y no los quiere revelar.
Hay tanta gente y tantos mundos en este pequeño lugar, también en nuestra propia gaRceta, que vuela sin parar. Todos distintos, cada uno con su ‘algo’ particular. No siempre lo mejor es entenderse, ¡qué más da! Se pueden comprender cosas y lo que no, dejarlo pasar.