Gastronomía

Recetarios mojados

9 noviembre 2024

Buenos días, buenas tardes, buenas noches amigos y seguidores de la gaRceta de la ribera.

Esta quincena estaba destinada a hablar sobre los torreznos sorianos. Estaba preparando un post del estilo de los de siempre, pero a medio escribirlo me ha dado por dejar de teclear. He seleccionado todo lo que había en el documento Word, calibri 11 y le he dado a borrar.

Y he pensado, que yo siempre relaciono los torreznos con los buenos momentos. Momentos del vermut con mi familia, de almuerzos con mi padre en alguna tasca, de picoteos con mis compañeros de trabajo visitando restaurantes de amigotes…

Y se me ha hecho bolo. No he parado de pensar en todo lo que ha pasado estos últimos diez días. Que iba a llover lo veíamos venir. Eso daba en el tiempo. El iPhone no iba desencaminado y la app del tiempo decía que mejor la moto en el garaje. Arrancamos hacia Zaragoza mis alumnos ribereños y yo, y a la altura de Alagón, nos cayó un agua inmensa. De esas de buscar donde parar y darle a los limpias a todo que da la palanca. Quien nos iba a decir….

Llegamos a la escuela, nos pusimos a lo nuestro y a lo que terminaron las clases y nos sentamos a comer empezamos a ver mensajes devastadores.

Cómo me voy a comer un torrezno ahora si no me entra ni una gota de agua más en el alma.

Pues así llevo diez días. Con la corteza del torrezno atravesada sin ganas de tragar.

Érase una vez un sitio, donde además de oler a pólvora de los petardos y las tracas, olía a infusión de azafrán, a salmorreta de ñoras y pulpa de tomates frescos. A fideos gruesos y huecos cocidos con marisco y dos cucharadas de all i oli.

En las casas los días que barruntaba lluvia las abuelas de Paiporta cocinaban olla de garbanzos con arroz al horno, sacramentos de cerdo y rodajas de tomates asados.

La huerta, que ahora está inerte, producía pimientos morrones que asaban a la lumbre los hortelanos de la huerta valenciana y mezclaban con bacalao desalado, ajo y aceite de oliva para preparar el Esgarraet. Fácil de preparar como las mejores recetas. Esas que reconoces aunque hayan pasado décadas sin probar.

La albufera, hoy llena de lodo y chatarra a partes iguales, entierra paisanos que elaboraban como nadie el All I pebre. Con anguilas que no se podrán encontrar en muchos días, quizás meses… la naturaleza seguro que encuentra la forma de arreglar este desaguisado de la misma forma que se las ha arreglado para mojar todo el recetario valenciano con barros espesos y lágrimas.

La horchata esta aguada, los fartons reblandecidos.  No hay nada que celebrar estos días.

Cocineros con garra enseguida formaron batallón. Héctor Ainsa y su equipo prepararon una food truck. La llenaron de víveres, llamaron a muchos teléfonos entre ellos el mío. Esas llamadas se amontonaban sin parar igual que todo el material que iban a necesitar para hacer lo que nosotros sabemos. Hacer de comer a los que tengan hambre. Ollas, bandejas, raseras, envases para poder toda esa comida. Una furgoneta, un camión, toneladas de comida, cubos vacíos llenos de lágrimas saladas….

A los 3 días de estar allí con dolores de tanto trabajar y el ala hecha pedazos necesitaban relevo. Una jornada allí son 30 de nuestro trabajo normal. Las marmitas se llenaban hasta los bordes y tardan minutos en vaciarse en escudillas agarradas por manos doloridas llenas de barro y arañazos de las chapas de los coches rotos. Yo me he visto incapaz de ir. Con dolor en el corazón y en el alma y en las entrañas más correosas. Pero no he tenido la fuerza de ir. Intentare ayudar desde aquí. Pero soy incapaz de vivir eso.

 Que habrá sido de todos esos recetarios manuscritos de las guisanderas y guisanderos valencianos que estaban en los estantes de las cocinas de todos esos pueblos arrasados. Se habrán perdido entre escombros las recetas antiguas de los buñuelos de calabaza con los que se celebraban las fiestas. Las recetas de las cocas de llanda que disfrutaban los niños en las meriendas tardaran en volver a hacerse, hasta que el fuego del herrero construya llandas nuevas donde poder hornearlas.

Siempre me ha gustado meterme en jardines culinarios cuando en alguna publicación se habla de la paella valenciana. Me gustaba meterme con los radicales de la receta sagrada y criticar a los puristas del garrofón y la cruz en la paella, de los sofritos de tomate y pimentón y del socarrat.

Ahora cuando veo los videos de Quique Dacosta, gran chef valenciano en los que cocina miles de raciones de pasta con albóndigas para los voluntarios se me cae el alma a los pies y aún admiro más su dedicación por el arte culinario valenciano. Llegará el día en el que volverás a deleitarnos con tu socarrat, con tus arroces de lujo. Pero ahora no es el momento.

Los recuerdos, las horas de estudio y las cocinas en general están destruidas. Al igual que esos recetarios cuyo papel esta deshaciéndose en el hedor de la incompetencia y la irresponsabilidad.

El barro nos ha alcanzado a todos, monarcas, mandamases y pueblo llano. La diferencia es que ellos no dormirán con los calcetines mojados.

Voy a dejar esto por esta quincena. Estoy tecleando al filo del plazo, como siempre. Guillermo estará esperando porque el post no llega al buzón de entrada.

Prometo, que los torreznos llegaran, que nos los comeremos todos con un buen vaso de vino. Y cuando todo esto pase iremos a ver los encierros en Cheste, los campos de naranjos resurgidos de las cenizas y las tracas de Torrent. Escribió para vosotros…….

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