Aragón
Morir en Aragón: costumbres y tradiciones
31 octubre 2021

Al llegar estas fechas, próximas a la celebración de las festividades de Todos los Santos y los Fieles Difuntos, siempre recuerdo las palabras que me decía mi madre: “Desde el día en que nacemos a la muerte encaminamos, no hay cosa que más se olvide y que más cierta tengamos”. En la sociedad tradicional aragonesa el hecho de morir constituía un verdadero acontecimiento social, sentido por familiares, amigos y vecinos del difunto. Había un espíritu de unión, de comunicación entre vivos y muertos. Era la continuidad de la casa, del linaje, de nuestras raíces, aún en el más allá.
La presencia de la muerte era constante en nuestra existencia y los mayores nos hablaban de algunos signos que presagiaban el triste final. Me viene a la mente que comentaban que si se veía una lechuza por la mañana era mal augurio, el canto del gallo o la gallina por la noche, un aullido especial de los perros… Como hecho significativo os comento que en la procesión del Santo Entierro, en el Viernes Santo, en muchas localidades aragonesas sale un paso de la Muerte con el lema: “A nadie perdono”. Es la muerte seca o muerte carraña. En Alagón, por ejemplo, la figura de la muerte lo representa una persona, con su hábito negro y tercerol, portando la guadaña. Siempre tiene que estar en movimiento y no se puede parar porque hay creencia de que en la casa donde se detenga puede ocurrir algo no deseado.
Y, naturalmente, hay que bien morir. No es recomendable la muerte súbita, porque uno se tiene que preparar para ese viaje final y definitivo de este mundo. Por ello hay diferentes santos protectores a quienes nos podemos encomendar. Así por ejemplo a Santa Ana a quien le pedimos: “Buena muerte y poca cama”, a San Pascual Bailón, a San José, a la Virgen del Carmen o a San Miguel, el pesador de las almas.
Al llegar el día 1 y el 2 de noviembre el ambiente de nuestros pueblos y ciudades se transforman, máxime en épocas pasadas, en recuerdo y memoria de los que ya nos dejaron. Yo tengo presente a mi abuela paterna que encendía una lamparilla, en una tartera de barro llena de aceite, por cada fallecido que había en la familia. En algunos hogares, que tenían huertos y cultivaban flores, se hacían los ramos para la venta, especialmente eran los crisantemos la especie más cotizada. Por otra parte, los niños confeccionábamos calaveras con calabazas. Se les vaciaba por dentro y después se les hacían los ojos y la boca y se les ponía unos palillos para dar más miedo. Lo último era colocar una vela dentro y distribuir las calabazas por algunas habitaciones de la casa a oscuras. Por supuesto se daban mucho susto las personas que entraban al cuarto con gran alborozo por parte de los pequeños.

Se rezaba el rosario, se comían castañas, las campanas de la iglesia tocaban a muerto, se contaban historias de miedo… Algunas de estas costumbres y tradiciones aún perduran, especialmente la visita a los cementerios y la evocación y memoria de aquellos seres queridos que se marcharon. En una casa de Alagón hay una inscripción que nos hace reflexionar todos los días y podemos leer: “Mira pecador cual vives, porque de la misma suerte que es la vida, así es la muerte”.