El Bohío Caraqueño
La pensión Cuns
28 marzo 2025

Hay ciertas noches en las que el cielo se torna tan negro como la piel de ébano, pero ese viernes en particular, lo que reinaba en el firmamento era una ausencia total de luz. Aproveché la oportunidad para callejear por los alrededores de la plaza España y en una de sus esquinas, se esparcía un olor a orine viejo, fétido y nauseabundo. No obstante, al andar un poco más la brisa nocturna esparcía un delicado aroma a mujer. Por tal motivo, mi deseo de seguir andando se acrecentó, me sentía tan susceptible ante cualquier rareza a la vista y a cada paso que daba, comprendía que la ciudad estaba pletórica de energía, pulsando su matiz más sensual y salvaje. Esa fue la principal razón por la cual buscaba azaroso cobijo en algún bar, visite muchos locales y aun así, seguía buscando aquello que no había encontrado.

En ese peregrinar, entre aquella maraña de luces artificiales me topé con dos apariciones espectrales. La primera, cuando divisé en la lejanía a un exestudiante sentado en las escalinatas de un edificio invadido, lo insólito del asunto fue que al cabo de un rato de haberlo visto, sería asesinado en ese mismo lugar por un asunto de faldas. Casi simultáneamente, me reencontraba después de tantos años con un viejo amigo que por eso avatares del destino se había echado al abandono, viviendo en la calle como un indigente.

Me contó con la voz entrecortada decenas historias del fin del mundo pero solo una se grabó en mi memoria, aquella en las riberas de la quebrada Anauco, cuando dos desalmados se enfrentaron a puñaladas por la disputa de una panela de jabón azul, como si se tratara de la gema de algún marajá. Cuando nos despedimos y posiblemente por escucharle esa andanada de relatos ruines, tuve la extraña sensación de haber sido arrastrado por un río caudaloso hasta la esquina Monroy. Y allí, ante mis ojos estaba la pensión Cuns.

Su fachada ordinaria y su pasillo oscuro como la boca de un lobo, hubiesen desalentado hasta el mismo Clint Eastwood, pero yo andaba medio obstinado y me dije: pa´lante es pa´llá, atravesé ese pasillo y de pronto me encontré con una especie de taberna bucanera del siglo XVII, eso me cautivo de golpe. Había una mezcla de colores y una clientela variopinta, para mi sorpresa entre la muchedumbre reconocí a una vieja novia de la universidad acompañada de un grupo de petulantes bohemios, al reconocerme no lo pensó dos veces, se pasó para mi mesa y platicamos sobre un millón de cosas.

Luego nos despedimos, ella regreso con su gente y yo con ansías de irme, pero antes de retirarme me dirigí al sanitario, estando allí empecé a escuchar voces que provenían desde el exterior, a través de una pequeña ventana ubicada en la parte superior y por alguna razón, sentí un incontrolable deseo por encaramarme sobre del retrete para asomarme a ver, lo poco que pude vislumbrar fueron: la quebrada Catuche, una tenebrosa muñeca sin brazos y algo parecido a un pantalón, pero con tan poco mi imaginación hizo erupción, me resultaba imposible borrar de mi mente esa imagen del altercado por un pedazo de jabón. Salí de ese lugar y llegué a mi casa entre brumas.

El jueves siguiente regrese por la tarde, el ambiente era otro, menos exótico, pero tuve el chance de conversar con el mesero, un señor muy amable y cortés. Me contó que la pensión funcionaba desde la década de los cuarenta, cuando la familia Cuns de origen gallego, abrió las puertas especialmente a sus paisanos que huían de la persecución franquista. La mayoría de estos primeros inquilinos apenas al llegar encontraban empleo en la construcción de la nueva Caracas, ideada por el francés Maurice Rotival.

Con el pasar del tiempo, los nuevos pensionistas eran en su mayoría hombres solitarios del interior del país que se dedicaban a la buhonería. La última vez que estuve en esa casa, pedí una cerveza y me quedé en la barra, observando los rostros cansados de esos humildes trabajadores, como entraban y se dirigían a sus respectivas habitaciones, la imagen me pareció conmovedora, pensé «cuantas historias conocerán estas paredes», de pronto sentí la necesidad de dirigirme directo al urinario parar mirar hacia su ventana y no escuché nada, pero no hacía falta, porque ya sabía que allá abajo en la quebrada, cualquiera de esos indigentes a veces miraban arriba hacia la ventana y fantaseaban con pasar aunque fuera una noche en unas de las camas de la pensión Cuns.
Términos:
Quebrada: en hispanoamérica, arroyo que corre por una hendidura de la tierra
Música:
Ciudad de pobres corazones, Fito Páez
Mahal, Glass Beams
Réntame un cuartito, Daniel Santos
Perla Negra, Yordano