Pintura

Il pontormo

2 septiembre 2024

Hay un período en la historia del arte que parece como olvidado y no por falta de artistas representativos, me estoy refiriendo al manierismo.
En muchos textos de historia del arte, en esa lista insufrible de estilos que hacen, asociándolos a fechas concretas, como si no hubiesen convivido varios estilos en paralelo, se pasa del renacimiento directamente al barroco y digo yo ¿Dónde colocas, por ejemplo, al Greco?
Se han llegado a decir estupideces como que este pintor tenía un defecto en la vista y por eso lo de sus figuras alargadas.
Sin pretender hacer un docto tratado y a nivel de conversación de bar, de bar de postín eso sí, como El Imperdible de Remolinos, os cuento.
Analizad la sociedad que vivimos hoy, con crisis de valores, falta de credibilidad en dirigentes, nuevos medios de comunicación… Pues bien, esto mismo sucedió en un largo período de tiempo entre 1550 y 1610.
Las premisas de la Iglesia están en entredicho, surgen fuertes voces contestatarias que piden cambios, como es la reforma de Lutero. La autoridad del Papa está cuestionada, mezclándose intereses religiosos y poder político, el gran baluarte de la iglesia católica, Carlos V, entra con su ejército en Roma saqueándola y tomando al mismísimo Papa prisionero, para que actúe según sus intereses…
El arte no es ajeno a esto. La imagen que el renacimiento y sus normas estéticas buscan ya no tienen sentido.
El renacimiento preconiza un mundo perfecto, imágenes ideales, no se debe mostrar lo feo, simetría absoluta…
Pongo un ejemplo, la “Entrega de las llaves a san Pedro” un fresco del pintor Perugino que se encuentra en la capilla Sixtina.
Ya sé que no es la más sofisticada de las obras renacentistas, pero me vale para el desarrollo, recordad que estamos a nivel comentario de bar.

Composición absolutamente central y simétrica. La llave perfectamente en el centro, grupo de gente a la derecha, grupo de gente a la izquierda ocupando el mismo espacio en el cuadro.
La perspectiva bien forzada, disponiendo los elementos del cuadro en planos, como si fuese un escenario de teatro. Primer plano el grupo principal, pero todos en el mismo, no se sale ni uno de la raya.
Segundo plano, la muchedumbre. Grupo a la derecha, grupo a la izquierda. Todos en la misma línea. Sin cantearse.
Los edificios, lo mismo pero en exagerado.
De repente aparece un individuo que pinta imágenes que se retuercen. Cuerpos exageradamente musculados, posturas irreales, proporciones distorsionadas, “para que se perciba mejor desde abajo” dicen los guías turísticos.
¡Y una mierda!. Son así porque eso era lo que buscaba el autor. Sí, desde luego que me estoy refiriendo a Miguel Ángel y sus frescos de la capilla Sixtina.
Pinta como le place, a su “maniera”, a la maniera de Michelangelo Buonarroti.
Y surgen una pléyade de artistas que deciden hacer eso mismo y romper con esa desgastada sociedad. Deciden pintar a su “maniera”.
Uno de ellos mi admirado, mi idolatrado Jacopo Carrucci , ”il Pontormo” por su lugar de nacimiento en 1499. Un personaje neurótico, solitario, como tantos otros grandes genios, que no permitía a nadie a su alrededor mientras trabajaba. De hecho tenía el estudio en un primer piso al que se accedía por una escalera que retiraba una vez arriba.

Buscaba soledad y que le dejaran en paz. No tener que andar cambiándose de ropa, nada de asistir a fiestas. Posiblemente sufriese agorafobia y otras patologías clínicas.
Según cuenta Vasari, que le trató bastante mal, que tenía comportamientos extraños, como quedarse horas ante el lienzo pensando, sin mover un músculo y retirarse sin haber dado una sola pincelada, o que rechazaba encargos importantes de gente pudiente y por otra parte pintaba cuadros a cambio de viandas para subsistir.
Pero vamos a su obra que cada día estoy más amarillista.
En concreto nos vamos a centrar en “El desprendimiento”

Hagamos un ejercicio de ensoñación. Imaginaos en la Iglesia de Santa Felicitá de Florencia, sentados en ese banco que aparece en la foto, frente a ese fresco de más de tres metros por dos.

Sobre vuestra cabeza, en la bóveda otro fresco de igual majestuosidad, ya desaparecido, y empezad a viajar por el cuadro.

Extraño, casi onírico, pero todo sublimación, espiritualidad.
La distribución de las figuras no es simétrica ni está en planos, sino siguiendo unas armoniosas líneas en espiral, línea serpentinata. Un dinamismo poco visto hasta entonces. Todo está en un movimiento evanescente. Los personajes van trenzando el movimiento del cuadro, en una especie de coreografía de danza.
Pero lo que más llama la atención es el color. Azules claros, rosas pálidos que van evolucionando a intensos e incluso a bermellones para hacer las sombras, pero no hay oscuridades. Todo son colores transparentes. Todo es luz.
Las sombras no se hacen oscureciendo el color, sino dando una mayor intensidad hasta llegar a la saturación.
Es un descendimiento aunque no se vea ninguna cruz, ni el Gólgota, ni que el cuerpo presente herida alguna. Es el preludio de la Resurrección.
Los personajes parecen carecer de peso, ninguno a excepción de cuerpo de Cristo.
Al fondo una figura contempla apenado la escena, José de Arimatea, propietario del que va a ser el sepulcro del Hijo de Dios.

Es el autorretrato del Pontormo.
Pero si miráis las otras dos caras de hombre, un adolescente y el joven que sostiene a Cristo se parecen. Se supone que en realidad sean también su retrato en las tres edades.
A mi me enamora la cara del Cristo, serena, irradiando luz, con los labios ya violáceos debido a la lividez de la muerte, con la cabeza delicadamente sostenida por la mano de María la Magdalena (o la Verónica, que no lo sé).

Está claro que el cuerpo de Cristo está fuera de proporciones, su torso es grande.
La figura de Juan, de puntillas sosteniendo el cuerpo inerte, es artificiosa, pero eso es manierismo. Virtuosismo pictórico, junto a composiciones irrealmente forzadas, todo para conseguir el efecto deseado.
Tres años tardó el Pontormo en realizar esta obra, tiempo que no permitió ni al mismísimo Ludovico Capponi, verla y eso que fue quien hizo el encargo.
Por supuesto el manierismo no solo es un movimiento pictórico, sino que todas las artes fueron en esa misma dirección. Dejó su impronta tanto en la arquitectura como en la música.
La melodía que habéis escuchado de fondo durante todo el articulo pertenece a ese movimiento, que por cierto fue cuando se creó la sinfonía.
Observación final: Si buscáis esta obra en internet, veréis dos tipos de reproducciones respecto al color. La segunda, la más clara es la que se ajusta mejor a la realidad.

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