Relatos
En tu puerta…
8 marzo 2025

Corriendo, huyendo, agitado subiendo las escaleras, de dos en cuatro, de tres en cinco. La espiral de escalones no termina nunca, el hueco del ascensor al descubierto, los cables quietos, y de repente, el ruido del motor, los cables que se tensan y empiezan a elevar la caja metálica. Sudando, huyendo, subiendo, tramo de peldaños, giro, tramo de escalones, giro, todo alrededor de lo que está subiendo y que esconde la incógnita de lo que pueda ser. Y cuando por fin llega a la altura donde le espera su puerta, el refugio, al mismo tiempo lo hace el ascensor, con gran estruendo preparado para abrir sus puertas forjadas. Respirando agitadamente, sin resuello, cuando va a sacar la llave, no la necesita, está abierto. Entra, cierra, pero la puerta no cierra, no cierra nunca, se queda ahí detrás, apoyando el peso de su cuerpo, sabiendo que no puede retirarse de allí. No sabe lo que hay al otro lado, no lo quiere saber, asustado. Las puertas que no cierran, las puertas que sólo abren, las que esconden lo que no se sabe.
Negocios, lugares, museos, bares, puertas automáticas, ¿qué saben ellas si el que se pone delante entra, sale o solo mira al otro lado porque sí, porque mira los tejados o a la gente que pase? Ya no se puede estar en el medio, mirando apoyado en el quicio, ¡quita de ahí!, que si no, ¡¡se abre!! O estás dentro o estás fuera, medias tintas no valen, ¡que se escapa el aire! Qué miedo… aire escapado de un lado a otro, de una a otra parte, no vaya a ser que lo respires y el corazón te falle, que hay estudios, haberlos si los halle alguien. Seguro que existen y confirman que es una amenaza que se mezclen los ambientes y que se junten sin control de nadie. Puertas que se cierran solas, pero que también se abren quieras o no, qué invento, qué avance.
Hay metáforas de puertas, pinturas, las usan en todas las artes, para simbolizar, para hacer bonito, para que entres en otro mundo, en un cuento o en trance. Siempre hay algo al otro lado, ¿un misterio o algo a nuestro alcance? El otro lado siempre puede ser interesante, tú decides si cruzas, si es que puedes, quizás no está en tu mano quedarte mirando a lo lejos distante.
Era una vez que se era, un niño de enormes ojos. Desde bien pequeño le decían, ¡qué ojos más grandes tienes! Tanto se lo decían que llegaba a casa y se los medía, y midió los de sus padres, y no veía diferencia, no sabía qué de diferente tenían, eran de tamaño normales. Y al día siguiente otra vez, y ante la misma expresión de asombro de los que lo veían, él se contestaba cual lobo de cuento, para adentro, tengo los ojos grandes para ver cómo repites lo que todos me dijeron antes.
Un día, entró a la panadería, y las señoras empezaron con el rollo de que este niño, el nieto de la vecina del tercero, que fíjate que ojos más grandes, a lo que una anciana respondió sin asombrarse: no, lo que pasa es que los tiene abiertos, para ver todo sin dejarse detalle. Y entonces él se fue tan contento, sabiendo lo que tanto la atención llamaba a quien se cruzaba con él en cualquier parte. Empezó a darse cuenta de que podía ver todo lo que ocurría al otro lado de cualquier muro, por ancho que fuera, de hormigón o de hierro puro. Y se puso una condición, permitiéndose ver a través, sólo si había una puerta.
Y ese hombre que hoy está por cualquier pueblo o ciudad, busca puertas, quiere asomarse.
No le hace falta acceso, sólo ve desde lejos, no va a robarte. A veces encuentra cosas hermosas, a veces horrores y penares. No puede evitarlo ni lo hace por espiarte, es que tiene los ojos más abiertos que nadie. No los cierra aunque esté dormido, pero ya no duerme por tanto que sabe. Si te lo encuentras y lo miras, deja que te traspase, porque puede llegar a donde tienes tus males y avisarte dónde están para que les abras la puerta y sanes.