Lana de Voz

El azul: la conciencia.

1 noviembre 2024

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Hay un movimiento en la primera escena de la película que parece provocado por la lluvia. Ha empezado a caer de imprevisto. Acelerada, la cámara baja por la pendiente siguiendo a los personajes. Un verde afilado en agujas grita su belleza bajo el filo del agua. Hay sonidos de animales. Ladridos. Una borrega berrea y llama caída en la poza. Tiran de ella y finalmente consiguen sacarla.

No sé qué ha pasado con el tiempo. Se detuvo en la tristeza del caballo, que mira lejos, dentro de sí mismo. Ya no llueve. Han pasado cien años. No hablo de tiempo. Sino de los cien años que tendrá seguramente la abuela. Estamos ya en el interior. ¿Pero qué interior? Una casa parece la prolongación de un cuerpo. Un lugar nacido desde una intención de hospitalidad. Para dar acogida.

La nieta baña a su abuela. La espalda, la desnudez dentro de la tina. El cálido vaho de la pantalla es dulzura que con cuidada lentitud se derrama sobre la piel. El destello del agua tibia en el cuerpo se parece al amor. El lugar de la acogida.

Vendrán luego las palabras. El susurro, que nada significa, o que no importa qué sea lo que se dice. Con una taza caliente sostenida en las manos, las voces conforman un murmullo semejante al chisporroteo de la chimenea. El susurro es otro lugar de acogida.

Yo, por mi parte, a este otro lado de la pantalla, he soltado ya mi propio cuerpo, que respira sin mi. Sigo mirando el televisor atrapado por las imágenes de esta película mexicana. Hay un color aromático, táctil… y un rumor que sabe a tierra y a briznas empapadas. Todos los sentidos se despliegan con serenidad. El eco. Su directora es la salvadoreña Tatiana Huezo.

El Eco no es una película documental al uso. Se despliega sin trama y sin narrador en la ilimitada cúpula de la mente. Las palabras reposan en la fragilidad innumerable. Los cuerpos son conducidos por la dulzura a la vez que por la aspereza. Como aquel gemido casi humano, el de la cabra al ser sacrificada. Penetraba en la mirada de los niños de una manera rutinariamente familiar al mismo tiempo que atroz.

Aquí también la hora es intensamente frágil. Hay muchos seres abandonados en los edificios de una inmensa ciudad; esta de Madrid, por ejemplo. Pero también allí, justo a tu lado.

Y así, sin propósito definido, soplo al otro lado de la galaxia otra tierra y otra luz. Al otro lado de la galaxia es en tus propias manos. Como si entre ambos, entre la voz y la escucha, pudiéramos sostener el gemido. El desolado abandono de todos los seres que nos precedieron. Como si el lugar de la acogida pudiera regresar, deshacerse de la propiedad.. de un cuerpo de una casa, y tejer una intención de hospitalidad anterior… cercana al origen.

Oh si tú pudieras escuchar

Mi voz

si tu pudieras entender

Oh si tú serás el viento

Oh si tú serás la luz

(Zindu Cano, Si tú)

…otra tierra y otra luz.

Es el otro universo, el intacto, el recién creado interior de un instante compartido; suspendido aún de mi pensamiento por dos hilos de respiración, tan tenues que parece su inmovilidad allí, en tus manos, algo eterno, inaccesible, de una belleza nunca tocada. ¿Belleza? ¿La puedes sentir? Cuando corte el primer hilo habrá un instante de ofuscación. Un ligero crujido en el interior más profundo de la materia transmitirá a la superficie del planeta recién creado, desprendido sobre tus manos, el terremoto de un vientre, y la luz afuera comenzará a hervir movida por el viento.

Oh si tú serás el viento
Oh si tú serás la luz

Otra vida. Otras maneras. Sobre manos que son cuenco y casa.

¿Abuela, tú fuiste la primera mujer que llegaste al eco?.

Si, contesta.

¿Y viniste de casada o de joven?

De joven, contesta la abuela.

El aire en los labios de los niños abre el silbido de una concha diminuta. Una mano abierta es como toda una llanura. El rebaño está esparcido sobre ella, y un reguero de agua la cruza por encima, allí donde el cuerpo de cada uno, extendido bajo el cielo, se hace arriba mirada azul. La paciencia respira una posibilidad que nunca va a llegar a un destino. Eso es el eco. La voz de los niños cruza el valle y rebota. El silbido siempre regresa desde un lugar que no existe, desde un lugar que no es un lugar… sino intención, o trazo, o belleza del instante recién creado por la expresión como lugar de acogida.

Cinco elementos. Cinco colores. Un calor interior que arrastra el vago recuerdo de otro universo anterior remueve un cuerpo acoplado en las manos; y su materia cristalizada se desprende líquida como el agua maternal. El fluir es tiempo, y es azul en la conciencia que siente cómo se separa cada sensación hacia otra sensación distinta. El anhelo, que quisiera retener lo que se va, se convierte en extremidades que crecen y desarrollan poco a poco el tacto y la caricia y el movimiento. Así es como un cuerpo se entrelaza al mundo: entre el placer y el hambre.

La película ha terminado y yo regreso al pensamiento y también la propiedad reconocible de mi mundo. Regreso desde la viva materia de la imágenes, donde todas las cualidades de los elementos, la tierra, el agua, el calor y el viento florecieron en la pantalla, bajo el cielo de una conciencia compartida, durante una hora y media.

Ahora irán pasando innumerables años hasta que aquel hambre de los cuerpos sea transformada en expresión. Hay una espera en cada uno que es casa y domicilio, sin propiedad. Cada uno de los seres está incluido allí. Es un espacio, un no lugar de misterio que debe ser tocado en cada sensación, en cada color, y en cada elemento, para que regrese convertido en eco no visible hacia nuestra confianza, hasta sentirlo real. Se entrelazará al hambre de la materia, la expresión, una vez que haya reconocido su origen no visible, y seguirá entonces de nuevo su curso de mano en mano, como una taza caliente.

Fue aquí, en mi propio universo, hace ya casi cuatro mil años: aún recuerdo cómo los chamanes de la dinastía Shang, en tierras de China, leían el alfabeto de las grietas producidas en los huesos de animales y caparazones de tortuga expuestos al calor.

Leían el mapa de la mirada en la arquitectura de la vida. Reconocían el origen, aprendían a confiar en él, y soplaban luego en la boca de los caballos enfermos la fascinación de los signos. La expresión. Así cuidaban la tierra y sus elementos. Con el azul de sus bocas. La expresión que ha reconocido su origen en el interior más profundo de la mirada es el cuidado.


Puedes ver el trailer de la película que nombra el autor, El Eco, pulsando sobre el play de la foto principal.
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