Relatos
Dos ban-dos
5 octubre 2024
El perro iba con prisa, con la lengua fuera, y tiraba de ese hombre, lo justo para tenerlo en un constante correteo, sin empujones, sin cambios de ritmo. Ejercitando el cardio en su justa medida, apto para todos los públicos. Cada perro tenía un hombre, mujer o niño-niña del que tirar. Los llevaban a dar paseos por las calles.
Los gatos habían tomado todos los callejones sin salida, los habían llenado de contenedores y alturas para saltar una y otra vez y descansar a su antojo. Había listas de espera donde la gente se apuntaba para poder pasar tiempo con ellos. Sentirse ignorados por ellos. Conseguir que alguno se rozara a su paso por error, era el mayor de los premios para el afortunado. Esas personas eran consideradas más válidas, ¡elegidos!
La división de la humanidad se había definido en bandos. Los que se dejaban llevar tirados por la correa de algún can, y los que sentían placer en sentirse obviados por esos gatos altivos.
También había gente perdida, sin rumbo. Habían perdido a sus perros o no podían seguir su ritmo. Otros que no eran admitidos jamás en los callejones y miraban desde muy lejos, espiando los movimientos de los felinos, anhelando el privilegio de estar más cerca.
Muy pocos eran los humanos que tenían cualquier tipo de relación con otro animal. Todo lo que no fuera lo establecido, no significaba nada en ese lugar, todo era blanco o negro. Perro o gato. Peludo en cualquier caso. Las demás especies sobrevivían a su manera, sin más conflictos.
Los perros seguían siendo fieles, siempre que las personas siguieran sus pasos, en los tiempos y los rumbos y ritmos que ellos marcaban. Siempre que les devolvieran la fidelidad ejecutando sin rechistar cada paseo. Dominaban. Las correas eran simples uniones. No ataduras. No para los animales, que salían y entraban cuando querían. Pero dejarse acompañar por los ‘dueños’ les posicionaba por encima en la escala natural, hasta dejaban que recogieran sus excrementos. ¡Qué poder!
Quien había sido rechazado por los gatos, llevaba el deshonor marcado en la mirada. Ni aquellos que se limitan a estar y ser, por encima de todo, les habían permitido ser un mueble o planta más en los callejones.
Nunca se dió el caso de que los perdidos encontraran su lugar en el otro bando. Los perdidos, simplemente acababan desapareciendo. Primero se volvían grises, se confundían con el asfalto. Y luego hay quien dice que se fundían físicamente con ese gris, formando literalmente parte de la ciudad, sin más pena que no haber encontrado su lugar. Absorbidos por la pasta de lo que está hecho lo que no llama la atención. Lo olvidable.
Nadie recordaba otro lugar. Nadie había estado más allá del último cartel que anunciaba el final. El final de las rebajas.
En ese horizonte, apareció una figura que lo cambió todo. Llegó el último día y entró por el fin. Y ese fue el principio de lo que estaría por venir.
Cuentan los que aún conocen la historia que fue uno, solo uno. De una nueva especie, que cambió lo negro y lo blanco, que hizo de la abundancia del gris el nuevo color dominante. Sólo con su aparición generó dudas y él las preguntó.
Todo cambió demasiado rápido, y nadie entendió cómo ni dio tiempo a reposar lo ocurrido. Sólo sucedió. Y quién sabe si fue para mejor.
Sólo sabemos que los que lo recuerdan, saben a día de hoy…
que nunca podrá volver a ser lo que fue,
porque cuando sólo hay dos y algo cambia,
todo se adapta a una nueva forma,
la forma en la que los que estaban encuentren de nuevo su poder ser.