De vórtices y también vertices

Una vez, hace unos años, la directora de teatro Laura T., me puso en contacto con la palabra VÓRTICE. Ella hablaba de generar un vórtice cultural. Y al principio la palabra no acababa de gustarme, me daba un poco de miedo, no la entendía del todo y me parecía prima de Vértice, de familias matemáticas y desconocidas.

La dejé ahí detrás, sonaba también a vientos, a huracanes. Un punto en el espacio que genera movimientos. Cosas así.

Alguien me dijo un vórtice eres tú. Pero ¿y si he oído mal? ¿Y me han dicho un vértice eres tú? Quieren decir que soy anguloso, y triangular.

En cualquier caso, hace unos días fui a un vórtice espiritual. Los vórtices espirituales son respetados por los incendios incluso. E irradian unas energías espirituales que yo no puedo captar. Pero si quieres entrar en la nueva era tienes que estar atentti a los movimientos vórtice. Estaba en el final de unas casas, enclavado en una montaña, era blanco y de sonidos entraños (he dicho entraños, es una nueva palabra entre extraños y entrañables).

Este fin de semana y sin saber ( entréme donde no supe y quedéme  no sabiendo, dice el santo poeta) he descubierto un vórtice. Espiritual, sensorial y sensitivo. Estaba en el inicio de una senda que lleva a las minas. Y de repente, y de repente eran las cuevas. Las cuevas son las viviendas que los mineros se construían después de su jornada de trabajo. Sin apenas luz, y consiste en picar hasta que vas haciendo tus habitaciones. No me lo puedo imaginar. Las cuevas. Una y otra, al lado, esos hombres se cavaron sus dos cuevas y había una replaceta ( repiazzeta dice nuestro filólogo favorito)

En mi teoría de los vórtices me queda explicaros que es preferible estar cerca del centro que la cosa es más humilde más precisa y preciosa.

Todo para decir que nos veremos en un vórtice, si tú quieres.