Colaboración Externa

Corren buenos tiempos para las hadas

23 octubre 2022

Hace poco más de una década se produjo una transformación súbita y muy notoria en el tramo aragonés del Ebro. Los “síntomas” que alarmaron a la población ribereña, por lo general bastante desconectada de su entorno fluvial, fueron la profusión de “algas” en el cauce del río y, sobre todo, las picaduras de la “mosca negra”, que necesita de la vegetación sumergida para desarrollarse y proliferar.  

Diferentes partes interesadas en la gestión del Ebro se apresuraron a apuntar los motivos de tanta planta y tantísimas picaduras, de acuerdo a sus creencias y reivindicaciones y también de acuerdo al refrán que reza que “cada cual arrima el ascua a su sardina”: La contaminación por nutrientes, la construcción del azud de Zaragoza, la falta de “limpieza” del Ebro y por supuesto el cambio climático se apuntaron como causas probables de “un Ebro enfermo que había que diagnosticar”. 

Cuál sería mi sorpresa cuando hablando de estos cambios en el río con mi nonagenario vecino Ernesto, del Barrio Alto de Alcalá de Ebro, me contó que él recordaba tanto la vegetación sumergida, que él denominaba “berrazas”, como el incordio de las moscas “rendillas” o “picajuelas”: “¡Cuántas berrazas habré dallao yo en los riegos!”, me contaba, y “cómo atormentaban las dichosas rendillas a las caballerías”, acribillándoles las orejas por dentro… Lo que en el 2011 consideramos novedades vinculadas a un empeoramiento de las condiciones ambientales no eran por tanto sino la recuperación de algunos elementos del ecosistema fluvial que habían desaparecido durante varias décadas de la segunda mitad del siglo XX. 

Ernesto también recordaba, de sus baños juveniles en el Ebro, un factor que es clave para la existencia de vegetación sumergida: La transparencia de las aguas. En el verano del 2011 y posteriores tanto ebroNAUTAS como pescadores y bañistas hemos constatado una reducción espectacular de la turbidez del Ebro más allá de los eventos de crecida. Es fácil comprobar que la distribución de las berrazas en el cauce coincide con las zonas en las que la luz solar, que todas las plantas necesitan para poder desarrollarse, llega hasta el fondo. El aumento de la transparencia permitió que esas zonas iluminadas fueran mucho más amplias, llegando a profundidades de más de metro y medio en Zaragoza capital.

No fué hasta el año 2018 cuando, en colaboración con la Confederación Hidrográfica del Ebro, descubrimos las causas de la recuperación de la transparencia de sus aguas. Las campañas de muestreo permitieron observar un descenso paulatino de su turbidez a lo largo del cauce, que actúa como un filtro natural respecto a los sólidos en suspensión. Los responsables de este filtrado son unos organismos discretos y poco conocidos, pero con una ampliamente constatada capacidad de modificar las condiciones del ecosistema en el que habitan: Las almejas fluviales, responsables de transformaciones similares a la observada en el Ebro en ríos tan distantes como el Potomac en América o el Rhin en Alemania.

Estos bivalvos, presentes en abundancia en todos nuestros ríos hasta la primera mitad del siglo XX, se vieron muy negativamente afectados por la contaminación tóxica de su segunda mitad: Pasarse por las entretelas casi 100 litros al día de agua rica en metales pesados y pesticidas no es muy saludable para ningún organismo, por lo que varias especies de almejas estuvieron al borde de la extinción. Este fue el caso de Margaritifera auricularia, la “margaritona” que otrora se recolectaba en abundancia para elaborar las cachas de las navajas de Sástago, y que a finales del S. XX llevaba décadas sin reproducirse en el Ebro. 

Sin embargo, en la primera década del S. XXI la legislación ambiental europea obligó a una exigente depuración de los vertidos urbanos e industriales, que vino acompañada de un mayor control (y en algunos casos, prohibición) de los pesticidas agrícolas. La oportunidad fué rápidamente aprovechada por una especie de almeja oportunista, Corbicula fluminea, que llevaba ausente de nuestros ríos desde una de las últimas glaciaciones. Esta especie es actualmente la responsable de la mayor parte del filtrado y por tanto de la transparencia que observamos en el Ebro en verano, pero no es la única: También Margaritifera auricularia se ha visto beneficiada por la drástica disminución de tóxicos en las aguas, como demuestran numerosos ejemplares juveniles, algunos nacidos a partir del 2005 aproximadamente, que se han ido encontrando en el tramo medio del Ebro. Otras especies de bivalvos de río están menos estudiadas, pero nuestra impresión de barqueros es que sus conchas son cada vez más frecuentes. 

Cierto es que las moscas rendillas son un incordio mayúsculo para los pueblos ribereños, agravado por la profusión excesiva de berrazas. Dicho exceso está a su vez probablemente ligado a la ausencia de las naturales oscilaciones del caudal del Ebro en verano, ahora hiperregulado, y a un exceso de nutrientes de origen agrícola. 

Sin embargo, el aumento de la transparencia y la recuperación de la vegetación sumergida provocada por las almejas también tiene facetas positivas para el ecosistema y para les ribereñes. Las berrazas son el refugio de multitud de organismos, que también se benefician del mayor contenido en oxígeno disuelto en las aguas, y se han asociado a una mayor diversidad de peces y aves. Y la luz del sol que penetra en las aguas transparentes, en concreto su radiación ultravioleta, extermina de manera muy eficaz las bacterias patógenas que durante años han impedido el baño saludable en el tramo medio del Ebro: Hemos recuperado la posibilidad de disfrutar de nuestro río como lo han hecho riberos y riberas durante milenios, aunque la mayor parte de nosotres no seamos todavía conscientes de ello.  

No en vano, los bivalvos dulceacuícolas reciben el nombre genérico de Náyades, las antiguas ninfas fluviales de la mitología griega, encargadas de la protección de la belleza de los ríos. Corren buenos tiempos para las hadas… y también para les bañistas y el resto de usuarios recreativos, aprovechémoslo.

Colaboración de Néstor Jiménez Torrecilla

———

Néstor J. Torrecilla

Néstor Jiménez Torrecilla

Nací a finales de los 70 en Zaragoza capital, y sufrí la contaminación fluvial en mis carnes en el primer (y último, hasta 20 años después) baño fluvial en la “Playa de los Ángeles” el Ebro con mis padres y abuelos. Estudié Ciencias de la Tierra en la UZ y, tras utilizar una piragua dentro de un proyecto de investigación ambiental en el Ebro, con otros dos amigos geólogos fundamos en 2005 ebroNAUTAS. Casi 20 años después seguimos realizando descensos interpretativos en piragua y otras actividades de divulgación y consultoría fluvial. También desde el 2005 resido en la Ribera Alta, estando en Alcalá de Ebro mi hogar y la cuna de mis peques Simona y Teo. Actualmente, me baño con elles y mis padres en nuestro río… Gracias, Náyades.

s r

Deja una respuesta

Esta web utiliza cookies propias y de terceros para su correcto funcionamiento y para fines analíticos. Contiene enlaces a sitios web de terceros con políticas de privacidad ajenas que podrás aceptar o no cuando accedas a ellos. Al hacer clic en el botón Aceptar, acepta el uso de estas tecnologías y el procesamiento de tus datos para estos propósitos. Más información
Privacidad