Lana de Voz
Cinco colores: blanco (primera parte)
3 octubre 2024
“Si las puertas de la percepción se purificaran, todo se le aparecería al hombre tal como es, o sea, infinito.”
Esta es una conocida cita del poeta inglés William Blake. Luego, también Aldous Huxley terminaría poniendo en palabras sus propias puertas de la percepción; y finalmente, un poco después, Jim Morrison…
Break on Through
Perseguimos nuestros placeres aquí.
Cavamos nuestros tesoros allá.
¿Pero todavía puedes recordar aquella vez que lloramos?
Avanza, avanza hacia el otro lado
The doors… las puertas… las puertas de la percepción… la poesía entre la mescalina, la mirada mística en la danza del chamán… la voz desgarraba toda la dulzura… y una guitarra subirá por las grietas en algún momento… luego vendrían tiempos para la caída… y alas rotas en el suelo del peor cuarto del hotel… y polvo de alas entre libros abandonados al principio del espectáculo en la última silla…
Así, de esta forma, todo nuestro tiempo fue llegando así…. Agotándose las posibilidades de imaginar la salida…
¿Hacia el otro lado…? ¿un poco más allá? ¿acaso completamente más allá?
¿Quién está encogido en aquel rincón?…
Quizás deberíamos abrir las ventanas y sacudir el peso… Todo da comienzo en el lenguaje. Sacudir el peso de las palabras, y la inercia del caballo que, desde aquel entonces, aprieta por las habitaciones una gramática demasiado correcta.
Parece que fuimos reducidos a un destino de sujetos que buscan el predicado más acertado y delicioso. El libro o el restaurante resultaron exquisitos a las ocho. Y la fascinación de una trama perfecta aguarda al final de las escaleras durante las próximas dos horas. Coge el ascensor, es más cómodo. El aire se ha puesto rojo. Podría haber tormenta. Las avispas que cruzan el corazón son los aviones del cielo. Los niños se tapan los oídos. Las estrellas han comenzado a caerse.
Quiero contar que la dirección del conocimiento en Occidente supone una manera de pensar que partiendo de un sujeto como una prioridad de la experiencia, se dirige hacia todos los predicados. Y lo hace con un afán de ocupación de territorios y una voracidad de experiencias que refuerza y multiplica todos los límites y deja alas rotas en los dormitorios de los países más desgraciados.
Perseguimos nuestros placeres aquí.
Cavamos nuestros tesoros allá.
Propongo indagar una dirección contraria, y tocar alguna cualidad que pueda construir al sujeto. Como decía Kitaro Nishida. “Lo cierto es que no hay experiencia porque exista un individuo, sino que existe un individuo porque hay experiencia”. Pero no estamos acostumbrados a tocar la experiencia, sino a correr detrás de ella… Aprendimos a perseguir las estrellas en busca del último límite a lomos del caballo que piensa en todo, y el caballo se dio de bruces contra las avispas del corazón.
Raimon Panikkar lo expresa de una manera sencilla. Dice: “…descubrir el límite es percatarse de que hay un «más allá» infranqueable. Infranqueable al pensamiento, pero no a la conciencia puesto que nos damos cuenta de que es un límite.”
Hay un lugar para la experiencia; hay un lugar para las cualidades sin pensamiento. Hay un lugar que no es lugar, sino conciencia. Está entre los dos colinas que sostienen cada día el amanecer. Allí, antes del sol, ocurre un ligero movimiento muy adentro de cada uno. Un matiz o intención se remueve antes de la luz. Me refiero a cierta claridad, pero también calidez, es casi amor, tan tenue como un pétalo no visible puesto sobre el río de la consciencia. Allí, entre las dos colinas del amanecer. Muy adentro de cada uno.
Pétalos, sí, me diréis, pero también sombras, o reptiles, o ramas cargadas con el sopor de lo nocturno. Las imágenes poéticas señalan hacia un lugar que es siempre anterior, como en aquellos versos otra vez de Jim Morrison:
Retrocedemos hasta lo más profundo del cerebro
Retrocedemos más allá de mi dolor
Adonde no llueve jamás.
Y la lluvia cae suave sobre la ciudad
Y cae en nuestras cabezas.Y en el laberinto de torrentes
Abajo la presencia silenciosa y sobrenatural
De los angustiados habitantes de las colinas de los alrededores,
Reptiles en abundancia
Fósiles, cavernas, cumbres heladas.
Jim Morrison… Un águila de cinco colores cruza el cielo de todos los chamanes. Quienes, como él, se sientan atraídos hacia el poema, es que han percibido el lugar donde se dirime la cuestión de los límites. El asunto de la experiencia. A ese lugar, adonde no llega el pensamiento, allí acude a veces la poesía. Un poco más allá… quizá sea en realidad, un poco más atrás. Para que comience algo nuevo, hay que aprender a tocar el lugar de los comienzos.
Relájate, estamos abriéndonos paso hacia el otro lado.
Retrocedemos hasta lo más profundo del cerebro…Jim Morrison.
Avanza, pues, un poco más… hacia atrás, un poco más profundo aún… ya sin objeto, sin pétalo, sin reptil. Salta… allí muy cerca de la primera estrella. Allí donde ya ni siquiera las palabras, ni siquiera el poema. Allí, completamente más allá…
Aquel personaje histórico llamado Sidharta Gautama era ya Sakyamuni, el Buda, el que ha tocado el interior de todos los comienzos, cuando en un lugar llamado Pico del buitre, tomó una flor y parpadeó ligeramente. Entre todos los que estaban allí atentos, solo en el rostro del monje Mahākāśyapa se dibujó una sonrisa.
Aquel mismo parpadeo del Buda se posará una y otra vez en cada corazón de la manera que mejor se ajuste a las puertas de la percepción de cada ser, a los acordes de cada guitarra, a la gravedad desgarrada de cada voz en la peor de sus madrugadas. Estará posado aquel parpadeo o sin duda llegará a posarse en el lejano corazón de todos los Jim Morrison que buscando los comienzos bebieron en una cucharilla de blancura mentida un trago demasiado amargo.
Pero allí, hace más dos mil quinientos años, el monje Mahākāśyapa había comprendido ya… había comprendido una dirección contraria, irrebatible, pero olvidada.
Lo olvidado es una alegría con la cualidad de lo tenue. El peso del pétalo sin pétalo. El corazón sin avispas. El poema sin palabras. El color sin color. El blanco. “El Tao que puede ser expresado no es Tao.”