El Bohío Caraqueño

Aquel año del gato y el humo de Dios

13 enero 2023

Morí dos veces, en aquel año del gato, y ni siquiera llegaba a los once. Desde entonces, sólo me han quedado fracturas de recuerdos, retazos de imágenes en verde helecho, como floresta del Amazonas, juntándose al compás de sonidos y olores incrustados en algún rincón.

En esos vaivenes me asocié con un par de pillastres, Noé Monasterios y Tulio Viloria. Jubilándonos de la escuela, una o dos veces a la semana, la ruta nos conducía a Los Próceres, el Jardín Botánico o el parque Los Caobos. No sin antes hacer una primera escala, en la iglesia de la parroquia, para tomar posesión de algunas monedas depositadas por los feligreses en los candelabros. Lo considerábamos una justa repartición de los bienes episcopales con los desposeídos de la tierra. Éramos prófugos de Salem, hijos de sátiros sobre trepidantes dantas*.

      En esas correrías, entre Anís Cartujo y revistas Playboy, como infantes terribles comprendíamos el estribillo de Sabina ¨Las malas compañías, siempre son las mejores¨. Echados en la grama* fumábamos cigarrillos Camel, que Noé le quitaba a su padre, un suboficial de la marina mercante, y la brisa traía siempre la canción de Al Stewart, embriagándome de gozo, verde y olor, azul claro y humo.

Tuve la primera experiencia con lo ignoto, una noche de carnaval, cuando un irresponsable borracho accionó su arma y una bala perdida se alojó en mi pierna izquierda. Caí de bruces, golpeando la cabeza sobre el asfalto, no escuchaba al circulo de curiosos, pero sí a las estrellas, con su conocida melodía, un humo con olor a hierba del pasto, figuras espectrales surcando el firmamento, y el cielo, se puso más cielo aun, luego todo fueron lagunas y huecos. Desperté con dolor de cabeza, repitiendo mi nombre, Iván Pernía, soy Iván Pernía.

    En otras andanzas, en aquel año del gato, penetramos en La Cueva del Indio, hacia el centro de la tierra, y buscando oscuridad, encontré oscuridades, y en la galería más negra, me topé con la más hermosa flor, cuyo rostro, jamás volví a ver, por un subterfugio salimos a una colina y presencié admirado la lucha entre los espíritus de los árboles y el viento, y mis voces, me aclararon que danzaban.

Allí, quise saber lo que era el sosiego, sembrarme, pero yo no pertenecía al paisaje del silencio, era de la ciudad del ruido, y a ella regresé. Así, caminando distraído por la avenida, enterré el rostro entre los senos de una veinteañera, la cual atinó a decir, lo que te falta de edad, lo tienes de bribón.

     En ese año del gato, le lancé una piedra al padre de una compañera de escuela, por algún motivo ya disipado, sentía un profundo tedio y desgana en el salón de clases, solo me satisfacían la mitología, astronomía, historia, países lejanos, arte y literatura, por eso buscaba calle, gente, sonidos y cielos. En esa inquietud, me encerraba en mi cuarto, apagaba las luces, encendía mi linterna, y con la radio a todo volumen también escuchaba Mundo Salvaje de Cat Stevens. Hice una cruz en el piso con pólvora e incendié la habitación, atropellé a una octogenaria con mi bicicleta. En otra oportunidad, leía en la prensa, sobre un accidente aéreo, entre las fotos de las víctimas, me fijé en la de una chica, la cual me visitaba en las noches, con fiebre despertaba repitiendo mi nombre, Iván Pernía, soy Iván Pernía.

Cuanto me gustaba esa canción. Es que ese fue mi año del gato, porque volví a morir en el mes que cumplí los once, y en una excursión a los pozos del Ávila, entre las revistas Playboy y los cigarrillos Camel, observaba la danza entre la garúa* y el viento, de repente en una imprudencia de Noé, queriendo asustarme, hizo una tentativa de empujarme pero desconocía de mi vértigo. Ambos resbalamos y rodamos por la piedra lisa y húmeda, me frenó un arbusto. Solo recuerdo un humo verde en la inmensidad del cielo azul y la canción de Al Stewart, no recuerdo más.

Me salvé por ser año de siete vidas, luego supe que Noé había perdido un ojo y al llegar a los 16 moriría de un aneurisma cerebral. Por mi parte, quedé renco de la pierna izquierda, siempre me disgustó, ese apodo de pata e’loro, otros me llamaban el cojo Iván. De ese golpe nunca me recuperé, a partir de allí, dejé de dormir por las noches y sueño despierto a plena luz del día, aun escucho cantar a las estrellas, la sangre se me alborota con la luna llena. Sonrío y hablo en voz alta conmigo mismo y con el pasar del tiempo mientras de a poco me voy construyendo un alma, se me ha metido en la cabeza que sin más allá de la constelación de Orión existe un Dios, es verde, fuma, habla cantando y se deleita también escuchando el año del gato, sí señor, aquel año del gato.

Términos:
Grama: en algunos países hispanohablantes como Venezuela, la grama es equivalente al término césped en España.
Garúa: llovizna.
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Música: 
Year of the Cat, de Al Stewart.
Una canción para Magdalena, de Joaquín Sabina.
Wild Word, de Cat Stevens.

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