Lana de Voz
Amarillo
15 noviembre 2024
La belleza….
quisiéramos alimentarnos de ella, pero solo es objeto de la mirada, aparece a cierta distancia
Son palabras de Simone Weil. Me gusta esa imagen: el contraste entre alimentación y mirada. ¿Podríamos convertir quizás la contemplación en alimento? Sería el nudo de una profunda transformación. “La distancia es el alma de lo bello”, como afirmaba también la filosofa y mística francesa. Si el enfoque es la belleza, todos los sentidos requieren un espacio vacío o una distancia implicada siempre en el gesto de soltar.
Las cinco facultades sensoriales son cinco instrumentos pulsados por una atención desprendida. La distancia es un intervalo que construye los ritmos. Sin embargo, si nos aferramos a la existencia o a la sensación se escapa el ritmo, la belleza del mundo.
Recuerdo “El acoso”, aquella novela corta del cubano Alejo Carpentier. Conservo aún el libro: una edición pésima y antigua, de quiosco. Pero sus hojas amarillentas, ya desprendidas del lomo, son la imagen del gesto implicado aquí: soltar el cuerpo como mirada en la distancia. El relato comienza con los espectadores de La Eroica de Beethoven que han salido afuera durante un descanso:
“Sorprendidos por el turbión, los espectadores dispersos en la gran escalinata regresaban al vestíbulo, riendo y empujando a los hacinados que se llamaban a voces por entre los hombros desnudos, rodeados de una lluvia que demoraba en el acunado de los toldos para volcarse, como a baldazos, sobre peldaños de granito. A pesar de que estuviese sonando la segunda llamada, permanecían todos allí, enracimados, por respirar el olor a mojado, a verde de álamos, a gramas regadas, que refrescaba los rostros sudorosos, mezclándose con alientos de tierra y de cortezas cuyas resquebrajaduras se cerraban al cabo de larga sequía. Después del sofocante anochecer, los cuerpos estaban como relajados, compartiendo el alivio de las plantas abiertas entre las pérgolas del parque. Las platabandas, orladas de bojes, despedían vahos de campo recién arado.”
Las palabras requieren una escucha que se desprenda… que sepa desprenderse y se entregue a lo imprevisto, sin voluntad de control, sin tiempo medido, sin urgencia.
Pareciera, sin embargo, a veces, que un timbre apremiante, siempre insatisfecho, nos empujara hacia la siguiente sensación sin haber dejado el espacio vacío, la distancia requerida para que se abra por dentro la piel recién arada afuera por la brisa.
Hölderlin hablaba de los dioses como de algo «cercano y difícil de aferrar». Lo sagrado es lo que está más cerca, pero requiere una demora y una distancia… Y cierto respeto, porque es inasible.
“En el momento en que todavía no llega la luz inmortal ni hay excesiva penumbra, sino que a la noche se mezcla una ligera claridad —lo que llaman media luz los que se despiertan—, entonces alcanzaron el puerto de Tinias, fatigados por su mucho esfuerzo, y echaron pie a tierra. Y el hijo de Leto, que ascendía desde la lejana Licia hacia el pueblo infinito de los hombres Hiperbóreos, se les apareció. Dorados bucles, arracimados a uno y otro lado de sus mejillas, se agitaban a su paso. En la mano izquierda llevaba el arco de plata, y a su espalda colgaba de sus hombros la aljaba. Bajo sus pies se agitaba la isla entera, y chascaban las olas contra la tierra firme. Al vislumbrarlo se apoderó de ellos un incontenible pasmo, y ninguno se atrevió a mirar de frente hacia los hermosos ojos del dios, y se pararon bajando la vista hacia el suelo. Mientras él, lejos, marchaba por el aire hacia el alta mar”
Esta cita pertenece a El viaje de los argonautas. Un relato del sigo III antes de Cristo.
Una realidad ondulante, vibratoria, penetraba en los cuerpos en aquella hora dudosa previa al amanecer, recién llegados a la magia de la isla. La imagen del dios está conectada a un impulso colectivo, compartido, que aflora en los relatos. No se trata de la existencia o de la inexistencia de un dios o de unos dioses, sino de la potencia de los relatos, de su potencia colectiva y creadora de mundos.
Pero cuando los mundos se agotan, hay que regresar al estremecimiento, soltar los ropajes en la demora, en el espacio abierto por la atención, con los aromas rozando de nuevo los hombros desnudos… Otro tiempo, otro mundo, otra isla. Esta escalinata, nuestra piel frente a la brisa.
Occidente fue abandonado por los dioses, o mejor dicho, occidente abandonó a sus dioses junto con todos los rituales huecos y ceremonias vacías para construir un nuevo relato.
Cervantes, por ejemplo, hizo arrodillarse a Don Quijote frente al ventero, o sea, ante la realidad. En un solo gesto, la ironía desmontaba los restos de un relato agotado y artificioso, el mundo de la caballería, a la vez que salvaba, mediante la ternura de la creación literaria, un ideal profundamente humano de belleza, amor y justicia.
Y es que en la sobriedad de la materia, occidente ha seguido aspirando siempre al sentido último que late en la belleza. Los mantos de Zurbarán. La pintura de Juan Gris. El monte Saint Victoire, cien veces pintado por Cézanne. Juan de la Cruz. Teresa de Ávila… La intensidad mística de Simone Weil… a quien la contemplación y la aspiración a la gracia ayudaron, como se ha dicho, “a sufrir todos los sufrimientos y combatir todas las injusticias”. Hay un impulso innumerable en la mirada de occidente. Lo más profundamente espiritual es una sensación que abre en la materia cotidiana un espacio. En la sobriedad, nuestro espíritu sabe respirar, si encuentra el cauce.
Pero en nuestros días, el relato vuelve a estar agotado. Se muerde la cola y regresa a los antiguos mundos de la caballería, con la atención atrapada en la filigrana. Sin espacio. Casi habitamos dentro de una ficción. En 2019, 900.000 firmas insatisfechas con el penúltimo capítulo, pidieron que se volviera a rodar el final de Juego de Tronos. Mientras la ficción es tomada muy en serio, hemos olvidado hace mucho tiempo cómo combatir la injusticia real de una manera efectiva. Quizás hace falta ya otro golpe de ironía, que desmonte el artificio de nuevo, y salve la ternura. Sin duda, falta pureza y distancia en la mirada.
“Al vislumbrarlo se apoderó de ellos un incontenible pasmo, y ninguno se atrevió a mirar de frente hacia los hermosos ojos del dios, y se pararon bajando la vista hacia el suelo”.
Aquí en la escalinata, mucho más de dos mil años después, sobre nuestro hombros desnudos, un vaho de tierra recién arada abre los cuerpos por dentro. Un nuevo relato colectivo está por construir. Sin dioses de dorados bucles. Sin gigantes, ni caballeros, ni ceremonias, ni dioses. Sin duda, la sobriedad occidental descubrirá su propia manera de arrodillarse, no ante el ventero, sino ante la brisa o la certeza de que algo grande, amor, belleza, la más profunda vibración de la materia, sigue cruzando la distancia: el vacío de los valles…
Otras imágenes, otro relato será construido, mediante el encuentro, allí donde la sensación física y tangible muestra lo no visible, lo que excede los límites, lo que es verdaderamente grande. Una visión de la belleza entrelazada a la gravedad, que pueda ayudarnos a “sufrir todos los sufrimientos y combatir todas la injusticias”.
(Agradezco con cariño al actor Juan Pedro Schwartz Guerrero su colaboración en la lectura.)