Relatos

A las café y cuarto

9 agosto 2024

Siempre hay alguien que lo hace. Sin pensarlo, por casualidad, sin habérselo propuesto… va y encuentra algo importante. El propósito de Gabriel era ése. Encontrar un día cualquiera, algo que mereciera la pena. Tenía que ocurrir de forma natural, así que era muy importante controlar su deseo de buscarlo. Si no, estaba seguro de que lo que hallara no sería lo suficientemente valioso para el mundo.

Ya había hecho varios hallazgos en los que había depositado una gran ilusión para descubrir si escondían algo, pero tras muchas pruebas, no había llegado encontrarles una utilidad relevante.

Un día volviendo del colegio un amigo suyo se encontró un reloj de cuerda antiguo. Gabriel apenas pudo verlo porque su amigo lo recogió rápidamente diciendo que ya tenía regalo para su abuelo, que cumplía los casicién años justo ese fin de semana.

Gabriel estuvo desde entonces pensando que ese misterioso reloj tenía que ocultar algo. Lo habían encontrado semienterrado, solo parte de la correa quedaba visible. Él siempre había pensado que es mejor guardar las cosas importantes en lugares no muy ocultos, porque la mayoría no pensará que un objeto tan evidente esconde nada de valor.

Si pudiera descubrir qué podía camuflar el tic tac de sus engranajes…

Por eso aquel reloj tenía todos los ingredientes para pensar en él como un tesoro. Si pudiera descubrir qué podía camuflar el tic tac de sus engranajes… Empezó a interesarse por relojes antiguos e investigó un poco, hoy día era fácil conseguir información de muchas cosas, pero todo le llevaba simplemente a marcas, precios, piezas de recambio e historia. Pasados unos meses se dio por vencido y se olvidó del reloj.

Siguió a lo suyo, confiando en que la vida le pondría delante otro objeto digno de su estudio que le diera más alegrías. En una excursión encontró un peine algo sucio y roto, que podría haber sido desde un crecepelo instantáneo a un arma de lanzamiento de púas somníferas, pero tampoco supo encontrar el uso oculto que posiblemente tenía.

Anotaba cada descubrimiento y las pruebas que le aplicaba, de modo que ya tenía una extensa lista con la que experimentar. Algunos objetos los daba por probados, se deshacía de ellos y los olvidaba. Otros, los conservaba porque siempre le quedaba la esperanza de no haber dado con la manera adecuada de sacar todo su poder único.

Había dedicado toda una vida a esperar ser sorprendido…

Lo más cerca que estaba del ansiado descubrimiento era una cucharilla que, usada en el sentido contrario de las agujas del reloj para remover el café, era capaz de generar una tormenta, ese día o dentro de los quince siguientes según sus cálculos. La llevaba siempre encima para poder actualizar a diario, en cada café, sus estadísticas. Se había acostumbrado a remover mínimo diez cafés al día, siempre a la misma hora. En una libreta apuntaba los cafés y al lado, las precipitaciones más recientes, anotando así la lluvia correspondiente a las café y media, las café en punto o las café menos veinte.

Había dedicado toda una vida a esperar ser sorprendido, y esa cuchara era su tesoro más preciado. Ya jubilado, una tarde paseaba por donde había pasado tantas veces en su infancia, y vio semienterrada la correa de un reloj, en el mismo lugar donde hacía tantos años la encontrara por primera vez su amigo de la niñez. Tiró de ella y salió el reloj completo, Antiguo, tal como lo recordaba. Pensó lo que había pensado tantas veces, si ese reloj sería capaz de parar el mundo. Se fue a casa, no sin antes pasar por su cafetería favorita para hacer girar su cucharilla y anotar la fecha y hora, aunque no se tomara el café.

Empezaron a caer unas gotas, a las café y cuarto.

Empezaron a caer unas gotas, a las café y cuarto. Pocas veces el efecto era tan rápido. Salió y fue a su casa, comprobando en el camino que el reloj seguía en su bolsillo.

Llegó cansado a casa. Sacó la cuchara, la dejó en la mesilla de noche, y observó el reloj. Se acostó y para sí mismo pensó, eres tú el que lo para todo, tienes que ser tú. Y estiró de la cuerda para que el segundero dejara de avanzar.

Y Gabriel se durmió oyendo la lluvia chocar contra su ventana, y no despertó más.

Cuenta la leyenda cuenta, que existe un reloj de cuerda que todo lo puede parar,

quizás no como esperas, quizás no para nada y solo te da un final, con el que volver a empezar.

Dicen que lo fabricó un relojero a sus más de cien años, y que nunca lo quiso mostrar.

No se sabe si también podía fabricar tormentas,

los cuentos le atribuían eso y mucho más.

Dicen que el anciano se hacía más de ocho tazas de café al día, y sólo tomaba ninguna o una nada más.

Generaciones de su familia cuentan que el único objeto del que no se quería separar era una cuchara,

Cucharilla que removía en sentido contrario y al compás, del reloj que le acompañaba por siempre jamás.

Del reloj a la cuchara, de la cucharilla al cucharón,

aquí para el cuentatiempos, porque este cuento se acabó.

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