Relatos

Trí-go-no

21 septiembre 2024

“Trapo, bata, hojas”. Lo leo, ¿qué será? No me acuerdo. Me lo mandan para algo, para qué. Hojas de árbol, hojas de papel, hojas de afeitar, hojas de ventana, hojas de hojaldre, hojas parroquiales… creo que éstas no. La bata, bien, el trapo, también.

Un paso, dos pasos, un tacón resonando y su hermano mellizo responde. Alternancia de sonidos. Planos, altos, se oyen debajo de la tierra. Muy abajo. Ahí abajo hay alguien. Alguienes.

Los neumáticos, los frenazos, acelerones y demás conversaciones entre máquinas y humanos. Entre animales y vegetales. Todo se filtra, se hunde, llega a las capas más internas de la Gran bola habitada. Se acumulan en un monstruoso ruido que se amplifica. Hacia dentro el eco es mucho más resistente, cada sonido perdura años, eternidades, se junta con los sonidos más recientes pero nada se distingue, es un TODO.

Se extiende y avanza hacia el núcleo, que aún está en silencio. Y cuando llegue ahí, nadie sabe lo que ocurrirá, ni los alguiens, ni los aliens, solo sucederá. Y el minuto después será ya historia. Y quién sabe si nos enteraremos aquí, donde fabricamos los pasos. Los tacones, el trapo, la bata, las hojas, qué hojas serán.

Por qué los guisantes son redondos. Verdes. Será que no pueden ser de otra manera. Mendel, qué sé yo. Qué hay dentro para que sean tan perfectos. Me gusta mirarlos. Y comérmelos. Se acaban pero otro día habrá otros en el plato, y descubriré lo que esconden. No hay prisa.

Dan lluvias y tormentas, otra vez. Una gota y otra más, todas a la carrera hasta estrellarse contra el suelo. Porque no han tenido nunca voz y la encuentran ahora al chocar. Se desbordan, se descontrolan, colisionan entre ellas y aún así siguen buscando otro repique y otro más, para que se les oiga. Hasta que las detiene el suelo, y entonces vuelven a sonar. Y entran por cualquier mínima grieta y se filtran muy profundo y se hacen dueñas del ruido del interior. Y aprenden a aullar porque ahí siempre es luna llena. Y ya no son una, ahora son un todo de humedad. Las gotas, los tacones, el trapo, la bata y las hojas.

Dicen que hay quien han viajado al interior buscando un nuevo sonido.

No se conoce la ruta, no hay camino.

Algunos vuelven con nuevos ritmos, otros ensordecidos,

pero nadie recuerda nada, solo que ahí hay que tener buen oído. 

Las hojas, los ajos, los ojos, será eso, los ojos. Guisantes evolucionados… o no.

Lo fácil que es relacionar objetos. Tres o más. Trígono, o no. Oro parece, tri-go-no-es.

Lo difícil de relacionarse. A veces.

Un bote que cae y se rompe y despierta esos tacones dormidos, puede ser la gota que colma el vaso, que derrama las gotas que mojan la bata, que las limpia el trapo pero que no frena el golpe, el grito del agua contra el suelo que se hunde hasta el fondo más profundo y no devuelve nada, solo el silencio de después. Y más después aún… brota la hoja. ¡¡Ésa era la hoja!!

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