Pintura

Susana y los viejos

16 marzo 2025

Cuenta el antiguo testamento, en el Libro de Daniel, la siguiente historia que muy bien podía estar situada en cualquier otro tiempo, incluido el nuestro.
Susana, es una bella mujer, esposa de Joaquín, un rico e influyente judío en el Exilio babilónico.
A casa de Joaquín solían acudir dos jueces, hombres ya mayores y de gran prestigio, para discutir temas relacionados con los juicios y la moral. En estas visitas se encaprichan de la bella Susana.
Estando ausente Joaquín de la casa, los ancianos jueces se acercan a la mansión, en cuyo jardín se encontraba, tras unos árboles, Susana o bien poniéndose aceites o aseándose, o tomando un baño, que la Biblia no lo dice claro, y además es lo de menos.
Los dos hombres, próceres de la patria, se ponen a espiar a Susana a través del muro y más calientes que monos, asaltan a la mujer en su propio jardín, indicándole que o se entregaba sexualmente a ellos o la acusarían de adulterio, castigado con pena de muerte. Dado su rango y prestigio le recuerdan que ante una denuncia, los otros jueces no creerían la versión de ella, sino la suya.
A lo que Susana responde:
«Sé que, si denunciare, muerte es para mí; y que, si no lo hago caeré en vuestras manos.
Pero prefiero morir por vuestra trampa, que pecar ante el rostro del Señor” -Historia de Susana (Daniel 13, Vr 22-23).
Los dos viejos, al verse rechazados, acusan a Susana de adulterio indicando que la vieron yaciendo con un joven en el jardín de su esposo
Ante la gravedad del cargo y la «credibilidad» de sus acusadores, Susana es condenada a morir lapidada, quien “lloraba en su interior pidiendo la intervención divina” (Libro de Daniel).
Pero cuando es llevada para morir apedreada por la multitud ansiosa de “justicia”, el profeta Daniel los detiene y les acusa de estar actuando sin conocer plenamente la causa, y pide separar a los dos viejos para interrogarlos individualmente.
Tal y como suele suceder cuando se interroga a un testigo sin la presencia del otro, si el testimonio es falso, suelen incurrir en muchas contradicciones.
Cuando Daniel les pregunta donde la vieron yacer con su amante, ambos coinciden que bajo un árbol del jardín, pero a la pregunta de qué árbol de los que había en el jardín, uno de ellos dice: «Debajo de un lentisco», y el otro dice: «Debajo de una encina».
Ante el evidente falso testimonio, la mujer es liberada y los dos viejos, por muy jueces que fuesen, mueren apedreados en lugar de Susana.
Esta historia bíblica, como otras muchas, ha sido pintada en numerosísimas ocasiones.
Sin profundizar demasiado yo he encontrado más de veinticinco versiones y la comparación, la distinta visión, de algunas de estas es lo que quiero mostraros.

Quizás la más conocida sea la de Artemisia Gentileschi, la gran pintora del barroco.
Gentileschi nació en Roma en 1593, es por tanto casi coetánea de Velázquez.
Su padre Orazio también era un reputado pintor, quien la formó consciente de que Artemisia era la mejor pintora de Roma.
Con 19 años Artemisia Gentileschi fue violada por un ayudante de su padre. A partir de ahí la semejanza con la Susana bíblica es enorme.
Orazio clama por justicia llegando hasta el propio Papa.
Aún se guarda el acta íntegra del juicio en el que Artemisia lo tiene todo en contra.
Es vergonzoso las vejaciones a las que es sometida, llegando a ser torturada para verificar que decía la verdad, además de un ignominioso examen ginecológico público, en el que prefiero ni entrar.
El criminal fue finalmente condenado a un año de cárcel.
Desde entonces la obra de Artemisia Gentileschi se volvió más oscura e incluso violenta, pintando numerosas escenas de venganzas de mujeres contra hombres dominadores. No me extraña.
Como en esta obra suya de “Judit decapitando a Holofernes”.

Pero volvamos al cuadro inicial, del que la pintora hizo varias versiones.
En él se puede apreciar muy bien la cara de repulsa de Susana y como refleja el repugnante plan a través del dictado de un viejo al oído del otro y lo abyecto de la mirada del segundo, con esos ojos entornados y que encima se pone el dedo ante sus labios, ordenando con ello silencio a Susana.
Esta obra es todo un prodigio de reflejos de sentimientos.
Vamos a comparar esta misma historia con la pintada por Tintoretto, por ejemplo,

La obra de Jacopo Robusti Comin, el Tintoretto, es casi 50 años anterior a la de Gentileschi y nos cuenta la misma historia, pero de otra forma.
Para empezar pinta a Susana en medio de una pintura oscura con unos blancos brillantes, que la hacen ser el centro único de la obra, de esa manera convierte al espectador casi en un mirón cómplice de los viejos, que espían a la mujer desde cada extremo de la rosaleda.
Susana aparece ajena a lo que en su alrededor está sucediendo, o bien no se ha percibido o bien pasa de las miradas de los viejos que, por otra parte, no reflejan ningún sentimiento. Tintoretto casi los hace parecer como venerables ancianitos que por ahí pasaban.
Eso si, la pintura es la representación de la sensualidad al gusto de la época, anticipándose a Rubens.
Es una obra que busca más el erotismo que la denuncia y solo simbólicamente hace referencia a la historia moralizante del libro de Daniel.

Esta denuncia la tenemos que buscar en el simbolismo de los detalles del fondo.

La urraca por ejemplo representa la difamación, los patos del fondo la lealtad, las rosas el placer. El blanco de las flores de saúco, junto a la urraca, la pureza.
Por contra el rojo de la túnica de los mirones indica fogosidad y lujuria, al igual que el ciervo, símbolo del deseo lujurioso.

Vamos, mucho sutil simbolismo pero mucha excusa para hacer una obra eminentemente sensual, muy lejos de lo reflejado por los pinceles de una mujer que también tuvo que soportar la infamia en su persona.
Vamos a ver una tercera y última versión.
Para ello vamos a dar un salto hasta principios del siglo XX y más en concreto al año 1913.
Es en este año cuando el pintor simbolista alemán Franz Stuck pinta la obra “El baño de Susana”.

Stuck en esta obra relativamente pequeña, poco más de 60 cm., se centra exclusivamente en el baño, sacando la escena del contexto del jardín, que al fin y a la postre el lugar es lo de menos.
Como buen simbolista se centra en el momento con más tensión. Una mujer percibe las sombras de alguien que la espía, desconociendo quien o cuantos son, y en su momento más íntimo de aseo.
Con esa luz casi irreal que se trasluce por la puerta, y los reflejos del bellísimo cuerpo de Susana en el agua, con esos colores complementarios, azul y amarillo, hacen que la escena sea casi de pesadilla.
Solo con el fragmento del reflejo del agua, el cuadro ya transmite incertidumbre.

Pero no quiero pasar por alto el sentimiento de susto y sorpresa que refleja el sutil perfil de Susana.
Todo un prodigio de dibujo el saber reflejarlo prácticamente con una única línea.

Una misma historia, tres mensajes diferentes, rechazo, contemplación e incertidumbre.
La historia de Susana no solo ha dado lugar, como ya he comentado, a numerosos cuadros. La música de Händel que habéis oído de fondo, el Oratorio de Susana, está basado en la misma historia.

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