El ombligo de Venus
ROMERO, ENTRE EL MONTE Y EL CIELO
3 septiembre 2025

“Romero, romero, que del monte vienes…”.
Seguro que a muchos os suena esta vieja coplilla. Y es que pocas plantas como el romero han estado tan presentes en la cultura popular y en el día a día de los pueblos mediterráneos. Planta humilde, sí, pero también sagrada y poderosa, que huele a cocina, a monte y a ceremonia.
El romero, Salvia rosmarinus (o antiguamente Rosmarinus officinalis), es una planta típica del Mediterráneo occidental, que está presente en casi toda la Península Ibérica salvo en las zonas más húmedas del norte, y también en Baleares. Crece en suelos secos y soleados, desde la costa hasta unos 1.500 m de altitud, formando parte de matorrales y laderas pedregosas, y es habitual en jardines y setos.
Es un arbusto perenne, muy ramificado, con abundantes hojas de forma lineal de color verde por el haz y blanquecino por el envés. Sus flores son pequeñas, de un azul violáceo claro, que se agrupan en pequeñas inflorescencias y ofrecen un agradable espectáculo muy visitado por abejas y otros insectos casi todo el año, ya que el romero florece en primavera y en otoño. El aroma de sus hojas es intenso y muy característico, gracias a los aceites esenciales que contiene.
Romero viene del latín ros marinus, que significa “rocío del mar”, por su tendencia a crecer en las zonas cercanas a la costa mediterránea y cubrirse de pequeñas gotas brillantes por la mañana. En el refranero encontramos multitud de dichos y expresiones como “Quien va al monte y no coge romero, no tiene amor verdadero”, o “El romero, aunque se seque, huele bueno”. Se le invoca en canciones, romances y hasta en ritos de paso. No es extraño encontrarlo también en nombres y apellidos, en topónimos o como inspiración poética.

Otro refrán dice así: “Mala es la llaga que el romero no sana”, y es que el romero ha sido uno de los remedios naturales más recurridos desde la antigüedad. Ya Hipócrates hablaba de sus propiedades, allá por el siglo V-IV a.C. Se ha utilizado en infusión como tónico digestivo y estimulante, en inhalaciones contra resfriados, y también como desinfectante suave de heridas. Se le atribuían propiedades para mejorar la memoria y reforzar el ánimo. Es muy habitual su uso en alcoholados para fricciones contra dolores musculares y articulares; el famoso alcohol de romero que también se puede adquirir en farmacias para “hacerse friegas”.
Está muy presente en la cocina mediterránea, pues aromatiza asados, guisos y embutidos. Sus hojas se usan frescas o secas, e incluso sus flores son comestibles. También se han empleado para aromatizar vinos, aceites y vinagres.

Además de su valor culinario, se ha usado para elaborar perfumes caseros, jabones y como repelente de insectos en armarios y alacenas.
El romero ha sido siempre símbolo de purificación y protección. Se bendecía en Pascua, se llevaba en procesiones y se quemaba en hogueras de San Juan. La palabra “romero” se usa también para designar a la persona que peregrina a un santuario, y la palabra “romería” describe tanto esa peregrinación como la fiesta popular en torno a la ermita. Aunque, en este caso, el origen es diferente, puesto que proviene del latín romaeus, que significa “el que peregrina a Roma”. Pero ya que hablamos de romerías, vamos a contar que en algunas se queman ramitas de romero para ahumar e impregnar el ambiente con su aroma, como ritual de limpieza espiritual. También se han usado sus cenizas, junto a las de otras plantas aromáticas, en la elaboración de inciensos, reforzando su papel en prácticas de purificación.

Si alguna vez estáis por el sur y alguien os lee la buenaventura, seguro que os dará una ramita de romero. Y se dice que colocar un ramito bajo la almohada es eficaz contra pesadillas y malos espíritus. En ciertas bodas las novias lucían coronas de romero como símbolo de fidelidad.
Entre las plantas aromáticas y medicinales, el romero siempre ha tenido un lugar destacado, y como tal no podía faltar una leyenda que explicara su singularidad.
Se cuenta que en la huida a Egipto, la Sagrada Familia avanzaba por los caminos y las flores se inclinaban a su paso, orgullosas de ofrecer su color y hermosura al Niño Jesús. La lila mostraba su porte, el lirio abría su cáliz, pero el pobre romero, sin pétalos vistosos, se entristecía al no poder agradar al niño como hubiera querido. María, cansada, se detuvo a lavar la ropita del niño, y después buscó un lugar donde tenderla para que se secase. Pero el lirio no resistía el peso y la lila estaba demasiado alta. Entonces, dejó la ropa sobre el romero que, con sus ramas firmes y humildes, sostuvo aquellos pañalitos al sol. La Virgen, agradecida, bendijo al arbusto otorgándole flores azuladas, como su manto, y un perfume inconfundible que desde entonces sana y alegra. Por eso el romero quedó consagrado como hierba de consuelo, protección y alegría en la memoria de los pueblos.

El romero ha acompañado a generaciones enteras en la mesa, en la botica, en la iglesia y en la memoria colectiva. Arbusto sencillo, que crece entre las piedras bajo el sol, pero cargado de historia y simbolismo. Dicen que “de las virtudes del romero se puede escribir un libro entero”. Y bueno, un libro quizá no, pero hoy hemos intentado, al menos, empezar uno de sus capítulos.