Lana de Voz
Resistir
25 septiembre 2025

¿A quién le podemos decir… quién escucha al otro lado, quién está ahí…? Haced algún ruido. Haría falta un murmullo, como el río que sordamente se desliza… un murmullo… alargándose.
¿A quién clamaba hace algún tiempo la voz… río de Edgar Morin?
Seguramente recordáis. Él tiene 102 años, es filósofo y sociólogo… y su voz al borde del llanto clamaba hace algún tiempo… desgarrada por la imposibilidad de hacer algo que aliviase…
¿Quien pudiera aliviar el peso caído sobre la vida… en Gaza?
«Una vida no vale nada, pero nada vale una vida»
¿Quién sostiene la dignidad de la existencia al otro lado de una mirada que se hunde entre los escombros? Edgar Morin estaba casi al borde del llanto, al borde, al otro lado por donde ruedan las piedras, y entonces por encima de ellas quería como deslizar su voz líquida.
Él concluía su pequeña intervención de esta forma:
“Lo único que queda, si no podemos resistir concretamente, es testificar. Resistamos en nuestras mentes, no nos dejemos engañar, no olvidemos, tengamos el coraje de afrontar las cosas de frente.»
Resistir. El líquido estado de la materia abraza al encogido corazón aplastado bajo el muro. Algo líquido dentro quiere derramarse sobre los escombros, ¿sentís cómo algo dentro quisiera abrazar con serenidad, con paciencia inagotable y compasiva la vida bajo piedras de Gaza?
Tenemos razones que se pueden explicitar. ¿Pero quién necesita a estas alturas las razones? Hace falta un murmullo que sostenga la vida.
«Una vida no vale nada», decía André Malraux, y estaba mostrando con ello su extrema fragilidad, o sea, lo fácil que es destruirla, «pero nada, absolutamente nada justifica destruir una vida…» porque si cada uno de nosotros no tiene más que una sola vida, entonces toda la Vida es solamente una. Lo explica así el poeta francés François Chen en sus Meditaciones sobre la muerte. Y con ello afirma el inagotable valor de una vida, una sola es toda la vida. Y por tanto, cuando violentamente se destruye, tanto la víctima como el criminal, quedarán para siempre afectados, y entrelazados, porque la vida entre ellos es solamente una.
Hay cosas que aún para la inmensidad del corazón son difíciles de asumir. Aprendimos a confiar en la simplificación esquemática de la realidad. Tenemos una noción de lo real ordenada, como la estantería de una farmacia, donde se distribuye la vida en pequeños frascos sobre los estantes, parcelados en nombres, los nuestros, los de nuestras familias y nuestros países. Hemos dispuesto junto a ellos los exactos medicamentos, o podríamos decir.. armamentos para cada síntoma o amenaza. Ese orden simplificador quería facilitar nuestra comprensión. Y parecía que permitía distinguir el bien del mal.
Pero cuando la humanidad se desangra en la guerra interminable… Cuando toda la humanidad está al borde interminable de una guerra total… Cuando los dirigentes ladran tomados por la fiebre de un ardor entre infantil y peliculero… Cuando sus palabras ruedan como piedras sobre el pétalo de la niñez… Cuando demasiado armamento sostiene demasiado odio… Entonces todos los estantes de la farmacia se vuelcan sobre nuestra comprensión, se desordenan todos las fórmulas magistrales, y nadie puede separar con facilidad el bien del mal.
“Si cada uno de nosotros no tiene más que una sola vida, entonces toda la Vida es una”
Hace falta un pensamiento complejo, y esa fue la tarea en la que se empeñó Edgar Morin. Justo el doce de marzo de 2004, un día después de los atentados de 11 de marzo en Atocha, en Madrid, casualmente el filósofo estaba en la Universidad de Granada y allí pronunció estas palabras:
«Lo peor, desde el punto de vista humano, ético y político es negar la identidad humana del otro, que puede ser torturado o matado. Lo peor es ver regresar la idea bárbara de responsabilidad colectiva, que castiga a una familia, a una población, del crimen o supuesto crimen de una persona o un Estado […] Debemos pensar en preparar, siguiendo las ideas de Gandhi, una política no violenta. Ésta es la tarea de nuestro siglo […] Nosotros debemos comprender los caminos psicológicos, ideológicos y sociales que conducen al terror criminal. No basta con calificarlos de criminales, debemos comprender el cierre mental, cómo se hace este cierre mental…»
La comprensión reclamada por Edgar Morin puede ser el paso previo a la decisión.
Porque no está en nuestra mano extirpar el odio acumulado en la mente de otro ser humano, pero un gobierno no es un ser humano, sino una estructura organizativa a nuestro servicio, y es nuestra responsabilidad exigir que esa estructura no sea utilizada para ejercer la violencia sobre otro ser humano. Después del nefasto, violento siglo XX es nuestra tarea resistir a la crueldad del mundo.
Todos los estantes de la farmacia y sus remedios se nos vuelcan encima. Ya no sirve el pensamiento simple. Estamos todos bajo un muro que algún día se va a derribar encima de la vida de cada uno, y justo en ese instante, íntimo pero ineludible, nuestra mirada buscará el trazo que la sostiene.
Todas las muertes violentas multiplican nuestra propia muerte. Ya sea en la tranquilidad de una habitación, o en la seguridad de un hospital, o bajo los escombros… En cualquier caso, ese último es el momento de rendirse. Cuando ya no quede ningún lugar a dónde aferrarnos, si lo hemos hechos antes, ese será el momento ineludible de la comprensión …el momento de comprender nuestro trazo interior o la huella imperceptible o el sutil roce por donde fluye el murmullo, el río, la inagotable fuerza líquida que abraza las piedras …. porque si tenemos una sola vida, y eso es muy cierto, también es cierto que toda la Vida es… una… sostenida de mano en mano… una misma vida atraviesa y fluye de uno a otro ser. Y justo esa comprensión es lo que sostiene. Quien se rinde cruza al otro lado a través de un trazo interior o mirada sostenida en la confianza.
En el peor instante, la mirada de la hija bajo los escombros fue sostenida por la madre, y la mirada de la madre con el vientre abierto por la metralla fue sostenida por el hijo, y la mirada del hijo nublada por el hambre fue sostenida por su padre… y la mirada del padre desfallecido y sin lágrimas será sostenida por nosotros a este otro lado… por nuestra mirada, por nuestro murmullo…
“una vida no vale nada, pero nada justifica… ninguna seguridad, ninguna comodidad, ningún miedo, ninguna ceguera… justifican destruir una vida…”
¿A quién le podemos nosotros decir… a quién decir.. quién escucha al otro lado de la voz, quién está ahí… haced algún ruido, hace falta un murmullo, hace falta hacer crecer el murmullo…que sostiene la vida, para resistir a las facciones de la crueldad… que quieren tomar el mundo.
Es la inmensa labor pendiente que no fue completada debido a cierta complacencia, que se propaga y crece desde el pasado siglo hasta el nuestro. Resistir a los fascismos, a las facciones de la crueldad, donde ya han tomado, donde quieren tomar el poder. Para resistir hay que rendirse a la pretensión de una verdad absoluta. Como dijo Edgar Morin:
“Conocer y pensar no es alcanzar la verdad absoluta; es dialogar con la incertidumbre.”
Agradezco con cariño a María Dolma la generosa y sensible aportación de su voz en la lectura.
Bajo la foto de portada podemos ver un pequeño fragmento de un vídeo de Edgar Morin hablando sobre Gaza.