Indisoluble
Marrón chillón
4 octubre 2025

Nueva etapa, nueva vida, nueva sensación, qué sé yo.
Nada nuevo. Buscando estímulos, nuevos colores. ¿Marrón chillón?
Todo me traspasa, y si no, me barre, qué sé yo.
El amarillo ya no me impacta, buscaré otro sabor y lo imaginaré en color.
Huele a hielo, me congela el nudo, huele a desierto de noche, a arena fría,
húmedo rincón.
Escondo las llaves de todo, para no encontrarlas,
las claves, los apuntes, las pistas, todo al fondo del cajón.
Necesito más memoria, para pensar mejor.
Me borro el pensamiento, lo guardo entre la ropa, esa que ya no uso hace tiempo,
esa que está en una bolsa hace años que ya no sabe si algún día sirvió.
Buen escondite, ni yo los encontraría, acabarán en el contenedor.
Si van pensamientos en la basura, ¿se reciclan?
Igual hay que sacarlos divididos, separar en pensamientos que cortan como el vidrio y los que aprisionan como el plástico que todo lo amordaza. Y a qué color van, qué sé yo, al marrón chillón…
y al blanco mudo que antes fue gris gritón. Que suena a marca de prestigio, Gris Gritón, Gris Gruitón, así se inventan las marcas, y así se generan los pensamientos, miles de ellos. Se alimentan de otros recuerdos, y vienen y van, se multiplican y se “multriplican”.
Si se acumulan muchos los mandarán al espacio para que no ocupen espacio, justamente, valga la redundancia.
Hacer hueco, crear vacío, ¿eso se puede? ¿No quedará siempre lo que fue?
Se puede crear algo que no contiene nada o solo se puede conseguir destruyendo. La creación sería posible con la destrucción. Construir, “de_construcción”, destruir, destrucción.
Pero qué sé yo.
Y así, en una de estas, en un lugar mucho más lejos de allá, alguien pensó en todo esto e inventó una planta de reciclaje donde los pensamientos que se tiran se empezaron a reutilizar.
Los prensaban en grandes máquinas, discurrían por alambiques y se desenmarañaban entre cepillos de telar, engranajes y ruedas dentadas reloj. Tic. Tac. De todo el proceso se extraía un pringoso ungüento, que lejos de ser aceite de oliva virgen extra, no servía para alimentación, ni siquiera como sazonador.
Pero se probaron mil usos, y alguno resultó. El más exitoso sin duda, fue el de transportar ideas de su dueño anterior. Pero no se comercializó, porque directamente probado en las personas, provocaba un efecto secundario que a la vista de todos nosotros se ocultó.
No se podían separar una vez reciclados, iban todos en mogollón, era suerte o no tanta, depende de la proporción.
Pero se encontró una forma segura de administración, y era a través de un ser vivo intermedio, que depurara el efecto negativo del traspaso en cuestión.
Se contrató a fumigadores que esparcieran la solución, rebajada con agua de baja mineralización. Rociaron con ella parques, bosques, y cualquier lugar al aire libre que facilitaran la reflexión. Donde hubiera verde y flores y corteza marrón. Se impregnaron de esa resina, a dosis pequeñas, mono dosis de alucinación, de despertar ideas, algunas de alguien anterior, otras que no habían sido ni pensadas enteras, pero al mezclar trozos surgen y se expanden en tu interior. Buenas y no tanto. Al fin y al cabo, ideas, un cambio de visión.
No te las quedes todas, no es esa la misión. Lo bueno de esto es que el viento te trae pensamientos, y tú les abres más la puerta o les das portazo y al cajón.
Cuenta la leyenda que hay un anciano, que consigue retener todos esos pensamientos, y los clasifica por color. Habla con ellos y le grita al marrón chillón. Tiene la cara de corteza áspera, y en un futuro descubrirá algo de lo que pensé yo.