El Bohío Caraqueño
Los niños perdidos
19 septiembre 2025

Al despuntar el alba del 3 de noviembre de 1938, Pilar Pueyo arribó a las costas del puerto de La Guaira calva, con una sola pierna y sin su fiel compañera la cámara Leica. Traía sobre su espalda, un pesado y tortuoso morral cargado de traumas y frustraciones de los cuales deseaba deslastrarse. Navegó desde la península ibérica cruzando el Atlántico hasta alcanzar el mar del mestizaje americano.
Al desembarcar, sintió el retumbar de los tambores, los dulces olores a frutas tropicales y los colores explosivos del paisaje caribeño. Para subir a la capital, abordó el tren del encanto, se sentó al lado de la ventana y al andar la máquina de fierro y vapor, sus pupilas se dilataron al contemplar el tupido verdor del Guaraira Repano.
Sin querer queriendo, cerró sus ojos ante la brisa fría que soplaba en su rostro y así no más, dibujó en los labios una leve sonrisa al escuchar el melodioso sonido del acento español venezolano de los pasajeros en el vagón, en plena ruta del ensueño, el tren penetró túneles y neblinas hasta que por fin pudo divisar en la lejanía la añorada Sultana del Ávila.
En la medida que se aproximaba a ese valle frondoso atravesado por quebradas, sintió cierta nostalgia al reconocer aquellas casas de techos rojos, de paredes blancas y quietud pueblerina. De pronto, le cruzaron por la memoria todos los recuerdos de la guerra civil y acto seguido, se soltó a llorar… Y lloró como cuando caen los aguaceros de mayo, como una vaguada sin parar por todas las fotos y heridas que se habían acumulado en su interior.
Al llegar a la ciudad, se hospedó en El Infierno de Dante, una pensión en la esquina de Monzón que funcionaba como alojamiento para raros personajes. Llamaba poderosamente la atención la distribución de la infraestructura, ya que contaba con nueve áreas, cada una con el nombre de un pecado diferente.

Así pues, en una de pailas, Pilar conoció Clara Baldomera Pelayos con la cual entabló una sólida amistad que duraría toda la vida. Ambas fueron combatientes republicanas en Aragón y además coincidían en pareceres y desgracias. De hecho, Baldomera fue quien le prestó a Pilar la cámara fotográfica para que esta asistiera en diciembre del mismo año a un acto solemne llevado a cabo en las instalaciones del antiguo hipódromo, organizado por la comunidad alemana residenciada en Venezuela con altos oficiales nazis entre ellos el científico Wernher Von Braun, quien para entonces construía cohetes V2 para el régimen del Führer. Entre el personal de protocolo, había un grupo significativo de niños de origen alemán de diferentes regiones del país, destacaban entre tantos, los huérfanos traídos directamente desde aquellas tierras en una noble labor social y educativa por parte de los monjes benedictinos provenientes en su mayoría de la región de Baviera hasta la abadía de San José del Ávila.
Lo curioso fue que a los pocos días del evento, aparecieron en las riberas del río Guaire los cadáveres de tres niños rubios de apariencia caucásica que nunca pudieron ser identificados. Así como tampoco se pudo determinar la causa de muerte. En los días subsiguientes, corrieron rumores de que esta tragedia estaba relacionada con un grupo de niños de origen polaco que habían sido robados y germanizados en algún tipo de experimento nazi o ritual pagano en el estado Zulia.
Algunos de esos infantes fueron traídos hasta Caracas por un famoso empresario alemán, dueño de una fábrica de cervezas en la tierra del sol amado, con el objetivo de saludar la visita de las autoridades del partido nacionalsocialista.

Pilar como buena reportera gráfica, intentó escudriñar en el caso pero el suceso se transformó en un cangrejo policial, daba la impresión de que detrás de los telones había fuerzas oscuras con mucho poder económico que impedían que avanzara en sus investigaciones. Al punto, de que recibiera amenazas de muerte si continuaba con el afán de solucionar el enigma. Ante tal escenario, le tocó el turno al bate a la complaciente burocracia criolla la cual se encargó de desviar la atención pública, entorpecer y retardar los procedimientos.
Como decía Pilar, era una parranda de sirvientes bañados en miel para alejar a las moscas de sus amos. Entonces la investigación entró en la fase de un caso cerrado y todo se echó al basurero del olvido. Al cabo de un tiempo, Clara Pelayos falleció a causa de un prematuro alzheímer, este hecho sumado a su pasado e impedimentos físicos fueron mucho peso en su morral.
Pilar se encontró entonces dentro de un laberinto del cual solo pudo salir gracias al álbum de fotos que acumulaba en su interior y a la ayuda de una nueva amiga, la estonia Hilda Kehring, huésped al igual que los tres niños rubios del hotel Alemán, que después de la segunda guerra mundial pasaría a llamarse hotel Cervantes.
