El Bohío Caraqueño
La fotógrafa
10 julio 2025

Pilar Pueyo nació en Pradilla en 1898, el año en el cual España perdía sus últimas colonias americanas, a los dos años de edad cruzó el charco atlántico hasta La Sultana del Ávila. Las razones para emigrar fueron seguramente las mismas por las cuales muchos más abandonaron su terruño para buscar aquello que ansiaban en tierras lejanas, habitaban por la candelaria norte pero al cabo de un tiempo y gracias al esfuerzo y perseverancia de su padre, lograron alcanzar una cierta holgura económica que les permitió a cada miembro del clan, una cierta dosis de privilegios para la época.

Por otro lado, Pilar desde muy joven mostraba una gran sensibilidad social, se embelesaba al contemplar el mundo exterior, guardando un pedazo en el álbum de fotos de su interior, ya crecida fue descubriendo a través de una cámara Leica otra forma de mirar a las personas, paisajes y sucesos.

Lo curioso era que a veces, acostumbraba a dejar alguna fotografía sobre algún banco de una plaza o parque, imaginando o con la esperanza tal vez de que alguien especial, se las encontrara y pudiese ver los secretos que ella veía. Además, a Pilar le fascinaba pasear en tranvía y darle la vuelta a la manzana al casco central, por supuesto, siempre en compañía de su máquina que retenía el tiempo. En ese ir y venir, le tomó fotos a aquellos carnavales en los que irrumpieron los estudiantes de La Generación del 28, solidarizándose ipso facto con sus exigencias.

De repente, cuando estalló la guerra civil, escucho voces en la lejanía que le hicieron hervir la sangre y en un impulso animal, recogió su cámara y un par de cosas más en un morral y regresó a la península para enrolarse en las filas de las brigadas internacionales. En esas marchas tuvo un idilio con un soldado malagueño amigo de José Robles y John Dos Passos. De esta manera, aprendió que también el galanteo, la poesía y el canto malagueño podían detener el tiempo. La embriaguez terminó cuando supo del asesinato de Robles y la desaparición de su enamorado en el frente de Aragón.

Se mantuvo incólume hasta la batalla de Belchite porque en el fragor del combate cayó mal herida a causa de la explosión de una granada. Al recuperarse a medias y con la inminente pérdida de la República, regreso a Caracas calva, con una sola pierna y sin su fiel compañera, la cámara Leica. En 1938 cerró una de las puertas de su vida, cuando se enteró del arribo a Venezuela de una comisión diplomática de la Alemania nazi con el fin de rendirle homenaje al Libertador, en la solemne ceremonia efectuada en el hipódromo del Paraíso, Pilar con una cámara prestada, se coló entre los invitados logrando tomaruna fotografía en el momento exacto en que todos los presentes alzaban sus brazos en saludo hitleriano. El presenciar esa escena le resultó tan repulsiva y grotesca que a partir de esa fecha fueron pocas las veces en las que volvió a ejercer el oficio de fotógrafo. Después de este episodio, entró en una profunda crisis, cayendo en un hueco oscuro y profundo del cual solo pudo salir gracias a aquel álbum de fotos que acumulaba en su interior y que le hicieron recordar la esencia de la vida.

Con el tiempo, Pilar quiso andar por otro camino, se hizo dueña de un bar en la esquina de San Narciso, en la parroquia San José, el cual se transformaría en un lugar de culto en aquella ciudad todavía de techos rojos. Así, su pintoresca apariencia, peluca naranja y sonrisa a flor de piel la convirtieron en el centro de atención. Muchos clientes y admiradores se acercaban al local para escucharla cantar malagueñas y polos margariteños, ya que poseía una poderosa voz cargada de hondos sentimientos y unas melodías dulces que conmovían a todos los presentes. En pocas palabras, ella era la viva imagen de una España americana, aquella que andando por siglos se mezcló con la rítmica caribeña, dando como resultado un mestizaje cultural sublime. Inevitablemente, los años siguieron su vertiginoso avance y el cuerpo de Pilar resistió con hidalguía pero la muerte pudo más. Ella y el mítico bar se marcharon para cruzar el otro charco. Sin embargo, hoy en día, algunos decrépitos beodos y lunáticos que en su juventud conocieron el local, juran y perjuran que es cierto el mito urbano de que todavía si se pasa a altas horas de la noche por la esquina de San Narciso, se escucharán en el aire, las notas de una vieja malagueña cuyo origen se pierde en la lejanía.