Lana de Voz

LA ESTRUCTURA

11 septiembre 2025

Una inquietud por indagar en la expresión otro ritmo me empujaba últimamente a escuchar composiciones de arte sonoro de nuestro último siglo XXI, y entonces el azar me puso en contacto con la música de Juan José Eslava. Su expresión musical encaja perfectamente con mi búsqueda, porque me conduce más allá… hacia “un lugar sin lugar” donde “ese un poco más allá” es a la vez interior, corporal, matérica abertura. En los días en que escuchaba fascinado, una mañana la escritura, sin ninguna intención previa, me llevó a un texto que partía de Cezánne, Leer la Naturaleza, y quería el ritmo por la línea escaparse de la estructura. Terminé el texto e indagué por curiosidad cómo encajaría alguna composición de Juan José Eslava junto a él. Y sin apenas buscar, de nuevo el azar me puso frente a la serie “El umbral de una línea”. Y ya para mí el texto no podía despegarse de esa composición, una parte de la cual, acompaña la lectura.

A continuación se facilitan los créditos de la composición, grabada en el Kunitachi College of Music de Tokio. Se facilita también un enlace a la página web del autor desde donde el lector que lo desee puede acceder a escuchar su música.

El umbral de una línea III, para saxofón y electrónica.
Masanori Oishi, saxofones
Juan José Eslava, composición y electrónica en vivo
Auditorio del Kunitachi College of Music, Tokio, Japón.
Grabación y mezcla de la música: Departamento de Sonología del Kunitachi College of Music.

Web del Autor
Música del Autor

ESTRUCTURA

“Los azules de las sombras y los naranjas de la luz…” dice Lionello Venturi. Y entonces cierro el libro. Para qué leer. Para qué estar yendo siempre un poco más allá.

Para qué atrapar una estructura diseñada de conocimiento. La primera frase será suficiente. Allí por donde pueda emerger la voz. Esa primera voz. O primera ondulación del cuerpo que vibra en la escucha. Escucha los naranjas. ¿Los oyes? Me digo. Detente ahí. Y que la voz a solas pueda desenredar su ensueño de materia… quizás de manzanas sobre un mantel blanco. Sí.  Pero eso no importa mucho. Son solo nombres. Recordarás sin embargo las texturas. Los matices del color apretados contra una pared sin sostén. O contra el cielo de las manos.

¿Ves que nada te digo? ¿Ves que únicamente toco? Ven y toca los naranjas de la luz, me decía entonces Cezánne con su voz amarga, pero alta como un pincel. Él, el barbudo, está ahora frente a mí en el bar sentado en la mesa de la parte no visible.

Me recuerdo naciendo al alba junto a él hace muchos años, al pie del árbol sin realidad. Nous étions devant l’Estaque.  Estábamos frente a L’Estaque. Al paisaje frente a nosotros, lleno de tejados, lo inundaba de repente una bahía inmensamente azul, color zafiro. Es el ritmo entre las palabras y las cosas lo que importa.  Recuerdo el aire de salitre que le hacía sonreír. Recuerdo que masticaba al pintar. Únicamente trazo un sintagma, y algo otro trazo más allá… junto a ti lo trazo, un ritmo, lo invento todo, lo recorto, bailo entre las palabras, y luego las cruzo con mi respiración, hasta  poner la voz en tus manos, donde pese algo el aire y el salitre y los naranjas de la luz y los azules de las sombras puedan pesar. Y algo del aire se mastica luego frente al cielo inmensamente azul de las manos.

Salgo a la calle. Estoy en Leganés. Junto a la estación de cercanías central. Retomo de esta forma una línea de comprensión. Un mundo adecuado y una estructura me buscan por la acera. He pagado el café con tarjeta y quizás haya sido ese gesto innecesario lo que despertó una inquietud tamaño Carver, como un cuento de ciudad sórdida, como un asombro de maldad cotidiana, repetida de manera no consciente. Esa tristeza estilo Carver, incomprensible se me anuda al sabor que aún queda del café bajo el peso de los trenes, de forma parecida a como se hunde un insecto en mitad del corazón, un insecto herido, atravesado por la parte visible de la realidad. Televisada, periodística conjunción de líneas comprensibles, pero sin asombro compasivo. Sin naranjas. Sin azul.

Del color a la estructura. Del naranja a la locución de la voz entrenada. De la luz hasta la línea. ¿Qué distancia hay entre el asombro y esa manera de comprender que tranquiliza tanto cuando escuchamos, aunque sean las noticias, aunque sea la periodística manera de leer la masacre cotidiana? Tranquiliza la distancia, y se constata la lejanía del territorio o del incendio, y se pospone una y otra vez la hora de la alarma, la hora de evacuar, porque todavía no toca sentir. Son solo las palabras. Estructura. Sin texturas.Vibran en mi piel los naranjas de la luz. Los puedo tocar aún, mientras camino por Leganés. Hay verjas oxidadas. Hay hojas del platanero secas, arrumbadas detrás de la verja, junto a las vías, arrumbadas como el olvido de una civilización muy cansada y temerosa, acurrucada con su miedo a perder. Toda una civilización se aleja del asombro y del tacto como el tren en la mirada se aleja del color. ¿Hacia dónde ir sin el asombro de las manos? Había penumbra de olivos en Gaza, y ramas de limoneros curvadas por el peso del ácido aroma de vivir.

Voy por la línea, junto a la verja, me busca la estructura. Hay una bolsa de basura reventada al otro lado de las vías. Vengo de la franja, donde las afueras, traigo olor a café prendido entre los azules. Llego a  la estación central: erecta, metálica, dura como la gramática que rige un sintagma. Una estructura siempre tranquiliza. Me busca escaleras mecánicas hacia abajo, como el insecto, hacia abajo hundido. Como un cuento de Carver. Como una tristeza cotidiana que nunca percibimos, pero se hunde, se hunde la parte del asombro que somos escaleras mecánicas abajo. Se hunde la parte de la luz y el cuidado azul que la sombra guarda dentro de sí. Se hunde.

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