Relatos
Inspira… r’espera
18 octubre 2024
-No lo tengo preparado. Lo tengo que descongelar, pero no me cuesta nada, te lo llevo a la mesa.
Y la música suena, y el libro se descongela. Y ella espera.
Entra un chico con muletas. Pide y lo suyo sí está todo. Se sienta y espera. La música cambia, el microondas pita y él espera. Y ella también.
Las pantallas muestran los precios y las ofertas y emiten otra melodía, que sobresale en los silencios de pequeños segundos entre las canciones de fondo. Esperando su momento. Todos esperan. La música, él y ella.
Una pareja sentada ya está consumiendo. Lectura rápida para dos. Pero es más rápida para uno que para el otro. Y el que espera, ve cómo en la mesa de al lado sirven un postre ligero, de pocas páginas, descongelado. Ve como el chico de al lado recoloca las muletas para que no tropiecen los que pasan y sigue viendo cómo su pareja sigue leyendo. ¡Qué lento! Reconoce la música que están poniendo pero acaba antes de poder decirle a su compañero de qué grupo era. Imágenes, pantalla de promoción, gente esperando, la música agolpada para salir a escena y todos waiting.
Un grupo de jóvenes aterriza en el local lo justo para hacer su pedido, todos con extra de patatas. Extra de grandes. Extra de ruido, extra de risas. En su mundo, su realidad les une y es territorio único del grupo, no es tan fácil entrar, se bastan ellos mismos. No les llega la música al oído, no les da tiempo mientras interactúan con todo el cuerpo. Cogen una mesa, para ellos la única. Les sirven los cómics, enfundados en plástico, junto con las patatas impresas en láminas finas de papel vegetal, comestible por supuesto. Tecnología digestiva a la última.
Cuando todo empezó y decidieron congelarlo todo, los cómics tuvieron que ser bien custodiados, porque no todos estaban en las mejores condiciones. Tanto era el reclamo de éstos, que se servían ultracongelados. Cada lectura era emocionante, porque además suponía una aventura en la que los dedos corrían peligro de entrar en fase de congelación total. Por eso leían en grupo, para poder aprovechar lo máximo posible antes de que bajaran un solo grado y fueran devueltos automáticamente. Por las estrictas normas de conservación, no eran aptos para niños pequeños ni para adultos que pudieran quedarse dormidos leyendo, por riesgo de amputación.
Con los dedos entumecidos los jóvenes jugaban empujándose unos a otros para recuperar el calor. Y otra vez a esperar. Esperando todos. Los unos, los otros, ella, él. Pitando el microondas, esperando también a ser atendido. Sólo la música seguía sin parar.
No hubo quien se diera cuenta de que en la espera se quedaron y no salieron de ella. No salieron ni saldrán.
Cuentan las historias que fue ya o existirá, un lugar similar,
Donde todo espera y lo que no es puede pasar,
en el que hasta lo que nos parece tan simple estará al alcance con dificultad.
Porque no es la primera vez que lo increíble tiene lugar,
¡Quién sabe si un día las letras se pueden congelar!
Y quien sabe si esperar tanto es o no un buen plan.