Relatos
Fotoimaginando
6 septiembre 2025

Dígase que existió un lugar donde todos los que habitaban tenían desde bien pequeños una cámara de fotografiar. Si era costumbre o era necesidad no se sabía a ciencia cierta, pero la realidad es que todo el mundo llevaba siempre a cuestas su accesorio fotográfico.
Dicho sea de paso, hacerles notar, que había una regla que era tomada como norma normal, y es que cada cual, solo podía verse en las fotos que hicieran los demás.
Para los más jóvenes que habitan hoy este lugar, desde donde me escuchan y leen en este momento, resulta difícil de imaginar, un lugar donde un selfie no se pudiera encontrar. Era dicho de antaño y creencia popular, que nadie saldría en su cámara si consiguiera efectuar ese acto que tampoco nadie había probado por lo que parecía sospechar.
Todos se reconocían por lo que veían reflejado en las imágenes que tomaban los demás. Puede parecer curioso, tener solo esa realidad, pero es lo que era y todos lo asumían así sin preguntarse mucho más.
El protagonista de nuestra historia, Fran, que tampoco es que buscara liarla parda ni trastocar la normalidad, se encontró un día dándole al botón de hacer la foto por error, mientras el objetivo le miraba como quien pasa por ahí sin fijarse mucho, sin más. Y al terminar ese carrete y revelar… el negativo desveló un rostro en aquella imagen, un rostro que no era el de Fran. Era diferente, no era igual a lo que hasta ahora había visto de sí mismo en las fotos de los demás. Qué curioso, no es que me parezca un poco, es que no soy el yo que conozco ni de casualidad.
¿A quién hacer caso? ¿A su imagen real? ¿Pero cuál era la de verdad?
Hizo más experimentos, para encontrar su persona a través de sus propias imágenes, incluso convenció a algún amigo para que accediera a fotografiarse con él, la misma foto con las dos cámaras, incluso acompañado. Y al comparar ambas… asombrosamente volvía a pasar. Era otro el que salía ahí. Si no estuviera tan seguro de que era él, juraría que era otra persona.
Tenía que andar con sigilo, tenía miedo de que su descubrimiento hiciera tambalearse lo establecido, y eso le trajera problemas que no quería afrontar. Pero no podía contener su curiosidad y poco a poco fue un secreto a voces que estaba experimentando con algo peligroso que nadie sabía lo que era en verdad.
Un buen día desapareció, con todos sus álbumes y al poco tiempo otro inquilino habitó su casa y nadie preguntó, si se había ido voluntariamente ni por qué ni por qué no, ni la causa ni la razón. Lo único raro, que no tenía explicación es que estuviera allí su cámara, que no hubiera ido con él como desde generaciones era esa relación, la del aparato con su dueño y señor.
Cuentan cuentos y leyendas, historias imaginadas o no, que en un rincón dejó sus fotos para que alguien descubriera lo que contar él nunca se atrevió. Otros dicen que se volvió loco porque la cámara le enseñó sus propios ojos con otro color. Los más supersticiosos creen que la cámara estaba maldita y que se lo tragó, y que vaga en su interior buscando el misterio que nunca descifró.
No me atrevería a decir qué es lo que realmente ocurrió, pero se habla de un desconocido que a día de hoy, se cuela en fotos ajenas sin ninguna razón. Pocos han conseguido verle, pero es de altura como yo, y si lo ves en tu foto y lo buscas al momento entre la multitud, no hallarás a esa persona, pero está ahí, solo que no como lo ves tú.